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20 de diciembre de 2010

Comité Central  -  27 de febrero de 1978.

Un grave peligro se cierne sobre nuestra patria

Documentos del PCR / Tomo 4

¿Guerra con Chile?

La dictadura videlista y todos sus escribas a suel­do continúan tratando de instrumentar, alrededor de nuestros conflictos limítrofes en la zona austral, una sucia guerra contra la hermana República de Chile.
Ese es el sentido que tienen las características y la forma que utilizó la dictadura para rechazar el lau­do sobre el Beagle, después que nada hizo, en su mo­mento, para retirar el caso del tribunal arbitral.

¿Guerra con Chile?

La dictadura videlista y todos sus escribas a suel­do continúan tratando de instrumentar, alrededor de nuestros conflictos limítrofes en la zona austral, una sucia guerra contra la hermana República de Chile.
Ese es el sentido que tienen las características y la forma que utilizó la dictadura para rechazar el lau­do sobre el Beagle, después que nada hizo, en su mo­mento, para retirar el caso del tribunal arbitral.
Todo ha sido conducido de forma tal de embro­llarlo todo.
Lanusse puso en 1971 la cuestión del Beagle en arbitraje, cuando lo más justo y conveniente era que los dos países encarasen la solución de sus problemas directa y pacíficamente, como Estados soberanos que son. Pero no sólo eso. Se otorgó el arbitraje a un país im­perialista. Más aún, a quien ocupa desde hace mucho tiempo una parte de nuestro territorio, cual es el caso de Inglaterra con las Islas Malvinas.
Posteriormente la dictadura no recusó al jurado habiendo elementos para ello, ni retiró la cuestión del arbitraje cuándo aún era posible y podía constituir una vía apropiada para iniciar conversaciones directas con Chile, a fin de procurar un arreglo pacífico y po­lítico del diferendo, sin afectar la soberanía nacional. Máxime frente a la evidencia de que estamos ante una cuestión delicada, que lleva mucho tiempo sin resolver­se, que puede ser fácilmente instrumentada para divi­dir a nuestros pueblos y que para nuestro país es una cuestión complicada por diversas razones. En primer lugar porque los antecedentes sobre el derecho a la po­sesión de esos territorios por la Argentina, a partir de a quién pertenecían en el momento de la Revolución de 1810, no son tan claros y lineales como se pretende hacer creer. En segundo lugar porque ni Chile ni la Argentina ocuparon el Sur hasta muy avanzado el si­glo XIX. Esas tierras pertenecieron a los indígenas araucanos, tehuelches, onas, etc., a los que poco impor­taron las Ordenanzas de los reyes españoles. Esos in­dígenas fueron luego aniquilados a sangre y fuego por los “civilizadores” oligarcas argentinos y chilenos. En tercer lugar porque la oligarquía argentina, a través del Gral. Roca, después de ocupar la Patagonia aniqui­lando a los indígenas y aprovechando que la oligar­quía chilena estaba en guerra contra Perú y Bolivia en el norte, cedió a Chile el Estrecho de Magallanes, una parte de Tierra del Fuego e islas del sur, a cambio de la finiquitación y eliminación de cualquier reclamo chileno sobre la Patagonia. La oligarquía argen­tina precisaba extender su explotación ganadera y le­jos estaba de valorar en igual forma la importancia de islas, islotes y estrechos, de la navegación y la riqueza marítima. En cuarto lugar porque esas islas están ocupadas desde hace mucho tiempo por chilenos y muy poco se han ocupado los terratenientes y burgueses intermediarios argentinos de la explotación pesquera, mi­nera y petrolera de dicha zona.
Los Tratados de 1881 y otros posteriores, por otra parte, no podían tener en consideración las consecuencias que sobre el derecho marítimo se podrían derivar de la posesión de las islas Picton, Lennox y Nueva en 1977, cuando las naciones de América del Sur reivin­dican la soberanía marítima sobre las 200 millas. To­do ello torna ciertamente complicado el diferendo en cuestión. Pero esta verdad, lejos de constituirse en un obstáculo insalvable, impone renovados esfuerzos por encontrar un acuerdo pacífico, que contemple los derechos soberanos de ambos países y los intereses co­munes que tienen nuestras naciones como hermanas la­tinoamericanas e integrantes del Tercer Mundo.
Claro es que la dictadura videlista ha seguido otro camino. Como remate de una política plagada de “e­rrores” y “desatinos”, rechazó el laudo, que anterior­mente se comprometió solemnemente a cumplir, de una forma que no contempla el propio arbitraje. Y, lo que es más llamativo, a través de una forzada interpreta­ción del Tratado de 1881, y de los tratados vigentes con Chile, que torna muy dificultosa la realización de toda negociación seria con el país hermano.
Paralelamente desató una virulenta campaña pro­pagandística, acompañada de movimientos de tropas, tendientes a encrespar los ánimos contra los chilenos y precipitar posiciones frente a problemas que tienen va­rias décadas de vigencia. Desde ya que no se notó la misma actitud, por parte de Videla, en ocasión de la violación de nuestros mares por parte, de los buques pesqueros rusos, ni frente a la creciente penetración soviética en la Antártida, ni frente al brutal saqueo de nuestras riquezas nacionales –como en el conocido ca­so ALUAR por ejemplo–, ni frente a la cotidiana opre­sión a la que estamos sometidos los argentinos por los grandes intereses oligárquico-imperialistas, en especial de las dos superpotencias, que operan en nuestro suelo.
Porque si algo distingue la política de la dictadura, hoy tan hipócritamente empeñada en presentare como “defensora de la Soberanía Nacional”, es su carácter entreguista y vendepatria.
La dictadura videlista ha obrado en la cuestión Beagle de forma aventurera, pisoteando nuestras tra­diciones de hermandad latinoamericana y antiimperialista y contrariando el ejemplo de gobernantes como Yrigoyen y Perón, que encararon nuestros problemas de límites de forma de avanzar en la unidad de nues­tros pueblos. Tal el caso, por ejemplo, de la negocia­ción con Uruguay por problemas limítrofes en el Río de la Plata, durante el año 1974.
Esta política aventurera se debe, a que la dictadura videlista busca acallar la creciente resistencia o­brera y popular a su política de hambre, represión y entrega. Busca atemperar sus crecientes contradiccio­nes internas agudizadas por el odio popular, por el creciente aislamiento en que se encuentra, y por la disputa ruso-yanqui por el control del país. Pero principalmente, se debe al hecho de que el socialimpe­rialismo ruso, que se mueve tras el lanusso-videlismo hegemónico en la dictadura, lo instrumenta como pun­ta de lanza de sus planes de dominación en el Cono Sur de América Latina.
Se ha atizado así el fuego del enfrentamiento ar­mado, pisoteando sobre problemas limítrofes reales, en relación a los planes estratégicos y tácticos de esa su­perpotencia, que busca avanzar en su política de hege­monía en dicha zona, al tiempo que distraer a EE.UU. de África y del Continente europeo, centro, éste último, de la disputa mundial.
Esta política y estas situaciones no son nuevas ni desconocidas para los pueblos latinoamericanos. Y pa­ra comprender lo que le han significado basta recordar la guerra paraguayo-boliviana entre los años 1932/1935.

El Acuerdo de Puerto Montt

El acuerdo firmado por Videla y Pinochet el 20 de febrero no debe ilusionar a nadie, y mucho menos engañar acerca de las verdaderas intenciones de am­bos y de las superpotencias que se mueven tras bam­balinas.
El acuerdo, desgraciadamente, es sólo un acuerdo sobre cómo discutir algunas diferencias. Y nada cabe esperar de representantes de dos sangrientas dictadu­ras antinacionales y antipopulares, que nunca han da­do un paso por encarar soluciones que tengan en cuen­ta los intereses patrióticos argentinos y chilenos. Ni por forjar la unión de ambos pueblos frente a las in­trigas estimuladas y montadas por las dos superpoten­cias. Son éstas, en realidad, quienes principalmente es­tán hoy disputando y negociando, por algo que no es precisamente la soberanía argentina o chilena de las islas Picton, Lennox y Nueva, ni las consecuencias en el derecho marítimo de dicha cuestión.
Por ello es que no habrá acuerdo y sí creciente tensión. Y en la medida en que ambos representen a argentinos y chilenos, negras son las perspectivas para nuestros pueblos, que todo tienen que ganar con un a­rreglo político y pacífico del diferendo, con su amistad y unidad tercermundista, y nada que perder con ello, salvo su dependencia y opresión.
La dictadura videlista ha firmado el acuerdo, por­que está requerida de tiempo para fortalecer un eje belicista con los sectores prorrusos de Bolivia y Perú, hoy inmersos en un proceso electoral que les dificulta en lo inmediato, sumarse activamente al conflicto. Y para proseguir con los intentos de neutralización de Brasil respecto al mismo.
El acuerdo de Videla y Pinochet no ha hecho así más que poner de manifiesto e institucionalizar que la cuestión Beagle ha sido transformada en un posible detonante de una guerra que por el dominio de la re­gión empujan la URSS y EE.UU.; en especial, en los actuales momentos, el socialimperialismo soviético y sus socios en la dictadura que soporta el pueblo argentino. Esta es la dolorosa verdad.

La disputa de las dos superpotencias

Los pueblos de Argentina, y Chile y de toda Amé­rica Latina, están sufriendo en carne propia las con­secuencias de la criminal disputa de EE.UU. y la URSS por el control y el dominio del mundo entero. Jóvenes cubanos son utilizados como tropas mercenarias contra las luchas liberadoras de los pueblos africanos. No hay prácticamente rincón de la tierra donde esa disputa no se desarrolle.
En la actualidad, eso lo demuestran los conflic­tos de Angola, Zaire y el Cuerno de África, es la URSS quien está a la ofensiva y la más agresiva, por cuanto llegó tarde al reparto imperialista del mundo y dada su debilidad económica relativa, basa su expansión en su creciente poderío militar.
Son el proletariado y los pueblos oprimidos del mundo los más afectados por esa disputa, que llevará inexorablemente al estallido de una nueva guerra mun­dial. Y son los pueblos del Tercer Mundo -la inmen­sa mayoría de la población mundial- quienes constituyen la fuerza principal en la lucha creciente por im­pedir y derrotar la política de agresión y hegemonis­rno que practican las superpotencias.
Estas han sufrido duros golpes y derrotas. Par­ticularmente el socialimperialismo soviético, que ha si­do desenmascarado en su sabotaje a la lucha de los pueblos árabes; en su utilización de tropas mercena­rias para agredir a los pueblos africanos en Angola, Zaire, y en el conflicto etíope-somalí; en sus intentos de golpes de Estado en Sudán y otros países; igual­mente, por la valiente lucha de egipcios y somalíes, en su política de saqueo, imposiciones militares y utiliza­ción de los pueblos para sus planes de expansión y he­gemonía imperialista. Y desenmascarado en su pillaje de riqueza pesquera en mares extranjeros, como ha suce­dido en nuestro país. También crece la resistencia de los países del Segundo Mundo a ambas superpotencias y en especial a la URSS.
Los pueblos no quieren la guerra. Pero la natu­raleza imperialista de las superpotencias y su feroz disputa por el dominio mundial, llevará al mundo ine­vitablemente hacia ella. Esta es una cosa independien­te de la voluntad del hombre. No somos fatalistas, pero dado que esta guerra es producto del imperialismo, es imposible eliminar la guerra mundial sin realizar una revolución que derroque y acabe con el sistema imperia­lista. Si ésta se concreta en los territorios de las dos superpotencias y las convierte en países socialistas, claro está que la guerra mundial será sin duda eliminada. Esta revolución se producirá tarde o temprano, pero aún no se ha concretado, ni aparece como una cuestión inminente e inmediata. De tal forma, no cabe para los pueblos del mundo cerrar los ojos y bajar la guar­dia ante los planes guerreristas de las superpotencias, porque ello sólo deparará mayores sufrimientos y retar­dará la derrota de las mismas y el progreso de la Hu­manidad.
En el curso de esta lucha los pueblos pueden lo­grar aplazar el estallido de la guerra, y una vez es­tallada ésta encontrarse en una situación favorable si están bien preparados y sostienen una lucha infatigable.
En tal caso, por grandes que sean los sacrificios y las pérdidas que impongan a la humanidad, no serán las superpotencias quienes acabarán con los pueblos sino estos con las superpotencias.
Esta se ha constituido en una tendencia histórica irreversible. Tendencia que impulsa a los países a la liberación y a los pueblos a la revolución.
Argentina y Chile son parte del Tercer Mundo. Son países oprimidos y dependientes. Como tales son impulsados en la actualidad, a una guerra que tiene como objetivo, dirimir la hegemonía entre la URSS y EE.UU. en el Atlántico Sur y en la región que controla el paso entre el Océano Atlántico y el Pacífico. Pe­ro esta guerra no es inevitable. Si ambos pue­blos se unen y luchan contra los planes guerreris­tas de sus opresores y dictadores de turno, pueden impedir ser utilizados como carne de cañón en la dispu­ta interimperialista del Cono Sur de América Latina. Esta es una posibilidad concreta y la gran responsa­bilidad histórica que afrontan en la actualidad ambos pueblos. Existen para ello condiciones favorables, pues yanquis y rusos se encuentran en toda América Latina montados sobre un verdadero volcán.
Se afianzan corrientes tercermundistas en Vene­zuela y México. Igualmen-te en Brasil, Bolivia, Perú y otros.
El pueblo de Panamá ha logrado una gran victoria en su lucha por recuperar la soberanía sobre el Ca­nal ocupado por los EE.UU.. Los nicaragüenses han ganado las calles sacudiendo en sus cimientos la polí­tica de crímenes y entrega practicada por el somozismo durante más de cuarenta años. Igualmente, la recien­te huelga de los trabajadores peruanos, las luchas de­mocráticas en Brasil, la lucha de los mineros chilenos de la mina El Teniente, las luchas obreras y la huelga ferroviaria en nuestro país, y sobre todo, la extraor­dinaria movilización del pueblo boliviano que ha logra­do arrancar a Banzer una amplia amnistía para pre­sos y exilados y la normalización sindical, muestran el inicio de un nuevo ascenso de lucha de las masas latinoamericanas, en su largo combate por la independencia nacional y la emancipación social.

Movilizarse contra la política de hambre, represión, entrega y guerra

La política internacional de la dictadura videlista es una lógica consecuencia de su política interna anti­nacional y antipopular.
La dictadura ha sumido a la clase obrera y al pue­blo en una tremenda situación de hambre, superexplo­tación, miseria y entrega de las riquezas nacionales. Y ha impuesto en nuestra patria, como es conocido en el mundo entero, la represión fascista más feroz y san­guinaria de que se tenga memoria en muchas décadas. Miles de detenidos pueblan las cárceles, y más de vein­te mil desaparecidos, torturados y detenidos no “apa­recen” en las listas oficiales, que son en realidad verdaderas listas de la muerte para millares de patriotas y antiimperialistas del movimiento obrero y popular argentino.
El binomio Videla-Martínez de Hoz descarga cínica y calculadamente la crisis económica que soporta el país –y que ellos han profundizado–, sobre las es­paldas del pueblo trabajador. Miles de millones de dóla­res han salido de los presupuestos de 7 millones de asa­lariados para engrosar los bolsillos de los grandes mo­nopolios y terratenientes. El país padece de una in­flación y de un endeudamiento externo que no conoció en su historia. Se impulsa la liquidación lisa y llana de las pequeñas y medianas empresas de la industria nacional. Se privatizan y entregan por monedas em­presas estatales claves para la economía del país. Se condena a la ruina a masas de campesinos pobres y me­dios a través de desalojos “legales” de sus pequeñas chacras, y se otorgan precios que lejos están de ser com­pensatorios para sus magras cosechas. Mientras tanto los grandes terratenientes acumulan nuevas extensiones de tierra a sus ya inmensos latifundios, que son una traba insalvable para el desarrollo independiente y de­mocrático del país.
Sólo un pequeño grupo de grandes monopolistas, de oligarcas y de grandes burgueses asociados a las dos superpotencias, en especial al socialimperialismo soviético, están haciendo su agosto a costa del hambre y la miseria popular.    Son estos últimos y sus testaferros, hegemónicos en la dictadura, quienes han sido los más grandemente beneficiados por la dictadura con concesiones petroleras, con negociados como el de ALUAR y el monopolio del aluminio, con el monopolio de los aceros especiales, con la entrega del Swift de La Plata y Rosario, con la Ley de Carnes, con la comercializa­ción cerealera, con la especulación financiera y con las principales obras para el Mundial de fútbol, etc.
La Década Infame ha quedado empequeñecida en comparación con la situación por la que atraviesan actualmente las masas populares. Se ha impuesto una política educativa para minorías selectas y se han a­gravado todos los problemas de sanidad y vivienda po­pular.
Y ahora, con la hipocresía e insensibilidad propias de vendepatrias, esta dictadura, traficando con la san­gre de nuestra juventud, pretende embarcarnos en una aventura bélica, cuyos únicos beneficiarios, serán los mismos que en el presente la apoyan y felicitan por su política de “recuperación y reorganización nacional”.
Es el pueblo quien paga desde el presente los pre­parativos bélicos con nuevos sufrimientos y privaciones, y son los obreros, los campesinos, la juventud, las masas populares y no las minorías que impulsan el con­flicto armado, quienes serán carne de cañón de la gue­rra que se prepara.
Pero si hambre, represión y guerra son los planes de estos asesinos al servicio del socialimperialismo, el imperialismo y la reacción, otros son los planes del pueblo argentino que, contrariamente a lo que aquéllos esperaban, no se ha dejado arrastrar por la propagan­da chovinista y belicista que han desatado.
Un polvorín de descontento late bajo los pies de la dictadura. El proceso abierto por el Cordobazo no ha sido detenido. El retroceso temporario operado lue­go del 24 de marzo de 1976 ha dado paso a destellos crecientes de lucha obrera y popular. La consigna de un paro de 36 hs. que cree las condiciones para pasar a la contraofensiva popular, es hoy una consigna que recorre el país y que no tardará en hacerse realidad, mal que les pese a la dictadura y sus sirvientes. La u­nidad popular con centro en los cuerpos de delegados de fábrica, y la unidad de comunistas revolucionarios, peronistas, radicales y patriotas de los más diversos sectores, es una necesidad que crece frente a tanta opre­sión, explotación, tantos crímenes y planes belicistas.

¡No a la guerra contra nuestros hermanos chilenos!

La lucha contra la sucia guerra que se prepara con­tra Chile, por la paz y unidad de argentinos y chi­lenos, debe acrecentar la unidad del pueblo argentino y su lucha antidictatorial liberadora. La guerra de Vi­dela y Pinochet debe y puede ser impedida.
Pero, si no obstante estos sentimientos ampliamen­te mayoritarios, las minorías proimperialistas que usur­pan el poder tanto en nuestra patria como en Chile, logran encender la mecha de un conflicto armado, para ambos pueblos habrá llegado la hora de cambiar de hombro el fusil, y avanzar más firmemente que nunca hacia el derrocamiento revolucionario de las dictadura que nos enfrentan v dividen, revirtiendo de ese modo la guerra fratricida en proceso liberador triunfante. Unidad latinoamericana e independencia nacional, esa es la senda que nuestros próceres San Martín y O'Higgins, marcaron con su ejemplo, para todas los patriotas que habitan la tierra americana. Y no serán Pinochet ni Videla quienes nos apartarán de ese glo­rioso camino.
¡Por un arreglo pacífico de nuestros problemas limítrofes en beneficio de la unidad de nuestros pue­blos, de la unidad latinoamericana y de los pueblos del Tercer Mundo!
¡Movilización y unidad contra la política hegemo­nista y aventurera de las dos superpotencias, en espe­cial del socialimperialismo soviético, en el Cono sur de América Latina!
¡Amistad y unidad de los pueblos argentino y Chileno contra las dos superpotencias y las dictaduras de Videla y Pinochet!
¡Unidad y lucha de la clase obrera, de los soldados y de todo el pueblo argentino contra la política aven­turera y belicista de la dictadura videlista!
¡Unidad junto al pueblo de los sectores patrióticos de las Fuerzas Armadas para impedir la guerra y garantizar la paz con el hermano pueblo chileno!
¡Unidad y lucha contra la política de hambre, re­presión, entrega y guerra de la dictadura fascista y vendepatria de Videla!
Por la aparición con vida de Gody Alvarez, René Salamanca, Angel Manfredi, Manuel Guerra, Ana So­sa, Rodolfo Willimberg, Raúl Molina, Luis Márquez, Miguel Magnarelli, Jorge Andreani, Sofía Cardozo, Ma­nuel Alvarez, y los miles de secuestrados!
¡Libertad a Gerardo Luna, Roque Romero, Hora­cio Narvarte, Rafael Gigli, Jorge Pellegrini, Norma Nassif, Mónica Busto, José Pesce, Osvaldo Torres, Al­berto Colaski, Guillermo Rivas, Wilfredo Meloni, Horacio Micucci, Carlos Cardozo, Nelson Ramírez, Julio Kaplan, Carlos Retamoza, Amadeo Fernández, Teodo­ro Ulrich, Cirila Benítez, Eduardo López, Carlos Mansilla, Enrique García Ruiz, Horacio Ciafardini, Mario Ríos, Norberto Brigiler, Oscar Ezpeleta, Albino Gall, Ovaldo Bidabehere, Roberto Olivera, Arturo Corte, Dardo Hernández, Rafael Guardia. Ramón Liurba, y demás miles de presos de la dictadura! ¡Libertad a Isabel Perón, Lorenzo Miguel, y demás peronistas y patriotas presos!­
¡Por un paro combativo de 36 Hs. que cree las condiciones para pasar a la controfensiva popular!
¡Por el derrocamiento revolucionario de la dicta­dura! ¡Por un Gobierno Provisional Revolucionario, expresión de la unidad antidictatorial triunfante, que aplique un programa popular y convoque a una Asam­blea Constituyente sobre la base de elecciones verdade­ramente libres!