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29 de mayo de 2015

Jorge Calvo fue secretario de la Federación Juvenil Comunista, y en el momento de su asesinato. en 1950, integraba la dirección del Partido Comunista de la provincia de Buenos Aires. Su actitud ante los torturadores y represores son un ejemplo a seguir por los militantes comunistas. El sobrino  de Jorge Calvo entregó al PCR el informe que hizo público al salir en libertad, tras un año de detención, en 1945.

Jorge Calvo, ejemplo de comunista

Jorge Calvo, argentino, casado, 26 años, empleado.
Magan 631 Sarandí F.C.S.
 

Jorge Calvo, argentino, casado, 26 años, empleado.
Magan 631 Sarandí F.C.S.
 
Fui detenido el 15 de octubre de 1944 en la seccional de Avellaneda, en una casa del barrio de Alsina, cuando en el carácter de secretario de la Federación Juvenil Comunista bonaerense presidía una reunión de siete jóvenes de diferentes lugares de Avellaneda.
Efectuó el procedimiento el Teniente Coronel Golpe dela Inspección deZona y el Comisario de Alsina, acompañados amb os de numeroso personal uniformado y de particular, que irrumperon violentamente pistola en mano en la pieza donde se efectuaba la antedicha reunión.
Conducidos a la seccional 3º fui separado del grupo de jóvenes y alojado en una calabozo. Esa noche, por orden del Teniente Coronel Golpe, fui esposado fuertemente  y de esta manera, sin que se me suministrara alimento, durmiendo sobre el piso de cemento, estuve hasta el 17 a las 5 de la tarde. A esa hora, siempre esposado, fui sacado del calabozo y en un auto de la Inspección de Zona sentado entre dos agentes armados de carabinas, precedido el auto por dos motocicletas con agentes también armados de carabinas, fui conducido al Departamento de Policía de la Plata.
Llevado al despacho del Subjefe de Investigaciones Enrique Medina Artola, éste me exigió que dijera donde se imprimía el periódico juvenil “Mayo”, los volantes que se repartían en la provincia, quiénes eran los miembros de la Juventud Comunista que trabajaban bajo mi dirección en los distintos lugares de la provincia, dónde estaban los hombres que componían la dirección nacional y quiénes dirigían el Partido Comunista de la Provincia. Contesté simplemente que nada tenía que decir sobre esas cuestiones. Ordenó entonces que me incomunicaran rigurosamente. Fui llevado, siempre esposado, a los sótanos de la Alcaldía y alojado en un calabozo, que hasta ese momento había servido como depósito de colchonetas y mantas viejas y que estaba por lo tanto húmedo y lleno de toda clase de bichos, totalmente oscuro y casi sin ventilación. A eso de las 23 horas me vinieron a buscar dos empleados de particular, quienes en un auto me condujeron hasta una casa cercana al bosque; ya en una de sus habitaciones y en presencia de otras cuatro personas más se me obligó a desnudarme. Desnudo se me acostó en una mesa,  me vendaron los ojos con mi propia camiseta y bien estiradas las piernas y los brazos me amarraron por las muñecas y los tobillos con unas cintas fuertes, similares a las que se usan para subir y bajar las cortinas metálicas. En ese momento apareció una  nueva persona en escena que debía ser de cierta importancia, porque respetuosamente a una pregunta de ese personaje –que no pude ver por tener los ojos tapados- respondió uno de los policías: -Señor, éste es el Secretario de la Juventud Comunista de la Provincia. –Hay que hacerlo hablar, cueste lo que cueste, fue la respuesta. –Bueno, Calvo –me dijo el que dirigía las operaciones y que más tarde supe que era el Sub-Comisario de Leyes Especiales Enrique Codoni- ya oiste lo que se acaba de decir, así que contestá a las preguntas que te voy a hacer… y me preguntó más o menos lo mismo que me había preguntado Medina Artola unas horas antes. Volví a contestar que nada tenía que decir al respecto,  que si me iban a a torturar que empezaran, pero que no olvidaran lo que le había pasado hacía unos días al torturador Carreta en Italia. Se rieron diciendo que aquí estábamos en la Argentina de Perón. Oí el ruido peculiar de un aparato eléctrico en funiones y supe esa noche lo que era el suplicio de la picana eléctrica que ya otros jóvenes comunistas, Roig, Marmol, Lombardi, y centenares de antifascistas más había sufrido. Desde cerca de la media noche hasta las cuatro de la mañana, con interalos, me fue aplicada sin discriminación por todas partes del cuerpo y con sádico refinamiento en los órganos mas sensibles, mientras uno de los torturadores, más tarde supe que se llamaba Gutiérrez, me musitaba al oído haciéndose el bueno: -Cantá. Pìbe, no te hagas romper, mirá que hay orden de liquidarte. Pensá en tu mujer y tu hijo…Cantá, yo voy a hacer que después no te pase nada.
A la madrugada – eran las 4 y 15 en el reloj de la oficina de guardia cuando llegamos al Departamento- ya totalmente extenuado me desataron y fui conducido al sótano de la Alcaidía, donde el carcelero viendo mi estado me trasladó a otro calabozo más seco, acostándome sobre una colchoneta.
A la noche siguiente fui sacado a eso de las 24 horas y sometido a idéntica tortura que la noche anterior. Las noches subsiguientes fui llevado y mientras era sometido a largos interrogatorios se me hacía escuchar los gritos desgarradores de compañeros torturados: Elman, Sanjuliano, Villagra…
Como con las torturas no consiguieron saber dónde se imprimía “Mayo”, ni quiénes colaboraban conmigo en la provincia, aparte de los que cayeron en la reunión, Medina Artola me ofreció darme “el espiante” para Montevideo con los “bolsillos bien forrados” si le decía solamente dos cosas, dónde se imprimía “Mayo” y cómo se podía hallar a Spagnuolo, Secretario Nacional de la Juventud Comunista. Creían que el dinero iba a ser más convincente que las torturas…
Después, debido al “bochinche” que se estaba armando por mi desaparición, según me dijo un empleado, se me  sacó del calabozo y durante 10 días más se me mantuvo incomunicado en una oficina, durmiendo mal, comiendo una mal “rancho”, sin poderme cambiar de ropa y custodiado permanentemente por un empleado de Orden Social. No se me prodigó atención médica a pesar de que lo requería por tener una pierna paralizada por la distención sufrida y sufrir fuertes dolores al orinar.
El 20 de octubre fui bajado al sótano de la Sección Investigaciones donde se hallaban alojados decenas de presos políticos. Al poco tiempo, como mi señora denunció ante el Juez Ocampo Gimenez las torturas que había sufrido, el Comisario de OrdenSocial Juan Berchesi me amenazó con “liquidarme” en caso de que las ratificara y con arreglar mi asunto en caso que negara haber sido torturado. Pero no tenía mucho temer el Comisario Berchessi, pues un señor que dijo venir en nombre del Juez para comprobar las denuncias, no quiso tomar al pie de la letra mi declaración, con el pretexto que luego me llamaría el Juez para ampliarla. Todavía estoy esperando el llamado.
La vida en el sótano fue terrible, allí casi no entra el sol, el aire está enrarecido, hay una humedad continua que se pasa a la ropa y en un espacio donde apenas caben 30 personas, dormían, comían y vivían hasta 150 presos políticos, con presos comunes, muchas veces con enfermedades y toda clase de parásitos. La comida era muy mala y había una colchoneta para  cada tres personas. No dejaban entrar libros, diarios, ni lápiz ni papel. Había dos visitas semanales de cinco minutos cada una. Un día llegaron a asistirse en la enfermería hasta 68 presos. Nos faltaban los elementos más indispensables para la limpieza. Comíamos en el suelo y con la sola ayuda de las manos. En medio de los arcos abovedados que sostenían las paredes, con la pobre iluminación y las rejas recortando arriba el pequeño trozo de suelo, que se podía ver, parecía esta una escena sacada de una película que se refiriera a la época medieval; y sin embargo estábamos en la culta ciudad de La Plata, a pocas cuadras de la Universidad fundada por Joaquín V. González., teniendo que soportar que todas las noches se sacaran a varios compañeros, que a la mañana o después de varios días eran devueltos, agotados, con muestras evidentes de los suplicios sufridos. Allí estuvimos hasta mediados de enero de 1945. La continua presión de nuestros familiares y de la opinión pública expresada a través de distintas instituciones obligó a la Jefatura a trasladarnos. Se nos llevó a la Sección Cuatrerismo, a un galpón de chapas y piso de cemento, convertido por obra y gracia de la Policía en “dependencia” para alojar a los presos políticos. A mediados de abril fuimos trasladados nuevamente al sótano, donde tuvimos que soportar durante un mes los rigores de un crudo invierno, sin que se nos permitiera ni un mísero calentador para preparar por las noches algo caliente, aunque no más fuera para los enfermos.  A mediados de mayo fuimos trasladados de nuevo a Cuatrerismo y el 6 de julio fui puesto en libertad después de estar preso durante ocho meses y veinte días.
Responsabilizo por las torturas sufridas y las penurias pasadas al General Sanguinetti, Comisionado Federal en aquel entonces en la Provincia, que no ignoraba los procedimientos empleados por la policía contra los opositores del gobierno y que se hicieron mucho más brutales el tiempo en que él estuvo al frente de la Intervención Bonaerense.
Al Jefe de Policia, Coronel Natalio Faverio, conocedor de los métodos empleados por sus subalternos y que pedía a los presos políticos puestos en libertad que olvidaran las injusticias cometidas: tenía el cinismo de llamar “injusticias” a las sádicas torturas que nos infligían sus subordinados. 
Al Secretario General de la Jefatura de Policía, Mayor Grosses, al Jefe Interino de Investigaciones Enrique Medina Artola y el Jefe de Orden Social Juan Berchessi, que ordenaban torturar según propia confesión de los ejecutores …, e iban a observar cómo se torturaba. Y a los ejecutores de las torturas en lo que se refiere a mi persona ex Sub-Comisario de Leyes Especiales Enrique Codoni y los empleados Gutiérrez, Morel, Letieri, Manzini y otro más cuyo nombre no conozco pero a quien reconocería en el caso de tenerlo delante.