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05 de septiembre de 2011


Programa del PCR – Fundamentos

Documentos aprobados / 3 tomo

I. Nuestra época
 Vivimos la época del imperialismo y la revolución proletaria; la época del ocaso del imperialismo y del triunfo del socialismo en escala mundial.

I. Nuestra época
 Vivimos la época del imperialismo y la revolución proletaria; la época del ocaso del imperialismo y del triunfo del socialismo en escala mundial.
 El desarrollo del capitalismo en el mundo originó grandes luchas obreras y populares que tuvieron su culminación en diversas resoluciones en el curso del siglo pasado. La Comuna de Paris, primera experiencia de formación de un Estado proletario, en 1871, fue el paso más avanzado de este proceso revolucionario, paso que mereció el estudio atento de los revolucionarios proletarios de todo el mundo. Carlos Marx dijo: “Los principios de la Comuna son eternos y no pueden ser destruidos, se manifestarán una y otra vez hasta que la clase obrera consiga la liberación.” Carlos Marx y Federico Engels fundaron la teoría científica del proletariado, establecieron las bases de la teoría revolucionaria que ha guiado y sigue guiando a las grandes masas explotadas, dirigidas por la clase obrera, en todos los grandes combates que se han venido desarrollando desde hace más de un siglo.
 A fines del siglo pasado se consolidó el imperialismo, capitalismo monopolista parasitario o en descomposición, la última etapa en el desarrollo del capitalismo, y por lo tanto la víspera de la revolución proletaria. Los imperialistas no sólo explotan a las masas populares de sus países, sino que oprimen y saquean al mundo entero, convierten a las mayorías de los países del globo en colonias suyas y países dependientes. Las guerras imperialistas son la continuación de esa política, su consecuencia llevada al plano de las armas. Por eso estalló en 1914 la Primera Guerra Mundial, interimperialista en cuyo transcurso se crearon las condiciones para el triunfo de la revolución socialista en Rusia, en 1917. Se consolidó la Unión Soviética, a pesar de la resistencia de las clases derrotadas, del asalto imperialista y del cerco contrarrevolucionario. Lenin inició una nueva etapa en el desarrollo del marxismo, “el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria”; luchó contra el revisionismo socialdemócrata, dirigió el partido de los comunistas rusos, el partido bolchevique, la revolución rusa y los primeros pasos del Estado Soviético. A su muerte Stalin defendió sus enseñanzas y las desarrolló en las nuevas condiciones, dirigiendo el movimiento comunista durante treinta años, años en los que se avanzó en la construcción del socialismo en la URSS, y se enfrentó victoriosamente el fascismo. En efecto, la reacción imperialista originó el fascismo, dictadura terrorista y expansionista de los monopolios. El conflicto entre los bloques imperialistas originó la Segunda Guerra Mundial, pero en 1941 el eje nazi-fascista agredió a la URSS, la que a partir de entonces llevó el peso principal de la lucha contra los atacantes fascistas. Además, desde la década del 30, el imperialismo japonés que estaba aliado con nazis y fascistas, atacó a China y terminó extendiéndose la guerra a diversos países de Asia y de los océanos Pacífico e Indico. Derrotando al fascismo se fortalecieron en todo el mundo las posiciones proletarias y de liberación nacional, en especial con el triunfo en 1949 de la Revolución China, dirigida por el Partido Comunista de China, encabezado por el camarada Mao Tsetung.
 El imperialismo yanqui emergió de la Segunda Guerra Mundial como la superpotencia imperialista hegemónica, pero con la derrota de su agresión a la República Democrática Popular de Corea –iniciada en 1950- comenzó su declinación. Mientras tanto sectores revisionistas que se habían fortalecido en la URSS al amparo de algunos errores serios que se cometieron durante el período de dirección de Stalin, a la muerte de éste promovieron un golpe de Estado y la revisión teórica y práctica de la línea proletaria que determinó en 1956 el cambio de carácter de la URSS. Se apoderó entonces del poder una burguesía burocrática monopolista de nuevo tipo, que restauró el capitalismo y convirtió a la URSS en una potencia socialimperialista.
 Mao Tsetung defendió el marxismo-leninismo contra el revisionismo contemporáneo y lo integró con la práctica concreta de la revolución en China, desarrolló la teoría marxista-leninista y formuló la teoría de la continuación de la revolución bajo la dictadura del proletariado. Basándose en las enseñanzas de Mao Tsetung, el Partido Comunista de China -el destacamento más avanzado del movimiento comunista y las fuerzas revolucionarias en el mundo- denunció el revisionismo y creó las condiciones para el surgimiento y triunfo de la Revolución Cultural Proletaria, revolución en las condiciones de la dictadura del proletariado y para prevenir la restauración del capitalismo, abriendo nuevos caminos para llevar la revolución proletaria hasta el fin.
 En el mundo contemporáneo existen múltiples contradicciones de las cuales las fundamentales son: la contradicción entre los pueblos y naciones oprimidos por una parte y el imperialismo y el socialimperialismo por la otra; la contradicción entre los diversos imperialismos y entre los grupos monopolistas; la contradicción entre los países socialistas y el imperialismo y el social-imperialismo.
 Hoy se agudizan todas la contradicciones fundamentales; en particular, las contradicciones entre el imperialismo y el colonialismo, por una parte, y la naciones y los pueblos oprimidos, por la otra; y las contradicciones interimperialistas, en especial las existentes entre ambas superpotencias. Los países, naciones y pueblos, en la lucha por la independencia, emancipación y revolución van constituyendo una poderosa e invencible corriente histórica, y esa corriente encuentra, como enemigo fundamental a escala internacional, a las dos superpotencias, los EE.UU. y la URSS. Por ello, la contradicción principal hoy es la que opone a los pueblos, países y naciones a esas dos superpotencias.
 El proletariado y los pueblos revolucionarios van agrupándose y los avances en esta dirección van facilitando el reagrupamiento de los países que resisten a las superpotencias imperialistas, el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético. Las grandes victorias de los pueblos de Vietnam, Laos y Camboya constituyen la demostración del rumbo exitoso de la lucha revolucionaria contra el imperialismo y el colonialismo. En Asia, África y América Latina crecen las luchas revolucionarias y los combates para ganar y salvaguardar la independencia nacional y defender la soberanía nacional. Al mismo tiempo crecen tanto los combates obreros y populares como la resistencia nacional a la política de las superpotencias en Europa y en otras partes del mundo.
 Las disputas imperialistas por el reparto del mundo y la represión del proletariado y los pueblos revolucionarios originan el peligro de una nueva guerra mundial, pero la tendencia principal del mundo actual es la tendencia a la revolución.
 
II- Nuestro país: la contradicción fundamental
 La Argentina es un país dependiente, oprimido por el imperialismo, en el que predominan relaciones de producción capitalistas deformadas por la dominación imperialista y por el latifundio de origen precapitalista. Esto ha originado en el campo un camino de desarrollo capitalista de tipo prusiano original, en el que superviven importantes resabios precapitalistas.
 Por consiguiente, en nuestro país, la principal traba al desarrollo de las fuerzas productivas está constituida por la opresión imperialista y el latifundio. Por ello, la contradicción fundamental que hay que resolver en la actual etapa histórica y que determina el carácter de la revolución argentina es la que opone al imperialismo, la oligarquía terrateniente y el gran capital a ellos asociados, por una lado, y por el otro, a la clase obrera, los campesinos pobres y medios, la pequeña burguesía urbana, la mayoría de los estudiantes e intelectuales y los sectores patrióticos y democráticos de la burguesía urbana y rural. De las numerosas contradicciones existentes en la sociedad argentina sólo ésta es la principal, la que desempeña el papel determinante.
 Esta contradicción fundamental sólo puede resolverse mediante la revolución democrático-popular, agraria, antiimperialista y antimonopolista, en marcha al socialismo. Los rasgos esenciales de esta revolución son los determinados por su carácter democrático y antiimperialista, ya que su carácter democrático implica las tareas agrarias que no han sido resueltas históricamente. El rasgo antimonopolista no significa que la revolución deberá expropiar todos los capitales nacionales por el hecho de ser monopolistas. La mención antimonopolista se refiere a la tarea de expropiar al capital monopolista nacional (generalmente entrelazado con el capital imperialista y con los terratenientes) dedicado a la intermediación, ya sea en la comercialización de productos agrícolas (caso grupo Bunge y Born y/o grupos que controlan mercados como el del Abasto), o en la exportación-importación. Al decir democrático popular queremos subrayar que la revolución no es la tradicional revolución democrático-burguesa posible antes de la Revolución Rusa de 1917. Por ende, subrayamos que nuestra revolución será una revolución democrática de nuevo tipo, hegemonizada por el proletariado, y que, como tal, será aliada y parte de la revolución socialista proletaria mundial.
 Durante esta etapa, la contradicción proletariado-burguesía es una contradicción secundaria. Pasará a ser la contradicción fundamental a resolver en la etapa socialista de nuestra revolución.
 
III. Breve reseña histórica
 La revolución argentina ha atravesado por distintos períodos luego de la revolución nacional-liberadora de 1810. Esa revolución culminó, triunfalmente, con la derrota de los conquistadores españoles en Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, después de una guerra prolongada y heroica.
 La revolución nacional-liberadora, y la guerra de liberación posterior, fueron hegemonizadas por los terratenientes criollos, especialmente por los terratenientes bonaerenses, y por un sector de grandes comerciantes estrechamente ligados a ellos.
 Pese a que las colonias españolas en América, y en nuestro caso particular la del Virreinato del Río de la Plata, estuvieron vinculadas desde su origen al capitalismo naciente, y lo fundamental de su producción, fue una producción mercantil, las relaciones de producción imperantes, y la superestructura jurídica y política fueron feudales. Ni la “hibridez” de las relaciones de producción imperantes en la colonia (desde esclavistas, feudales y semifeudales, hasta gérmenes capitalistas), ni las diferencias existentes entre distintas regiones (Noroeste; Cuyo; Banda Occidental y Bando Oriental del Río de la Plata) que fueron importantísimas en la determinación de procesos históricos previos y posteriores a la independencia, anulan la esencia feudal común al Virreinato. Las instituciones inicialmente feudales que trasplantó aquí la España posterior a la toma de Granada (1492) y a la expulsión de moros y judíos, al reinado del Santo Oficio y a la derrota de los comuneros en Villalar (1521), mantuvieron formas más puras en el noroeste (especialmente el Alto Perú), y más impuras en el Río de la Plata (especialmente en su Banda Oriental) donde puede calificárselas de semifeudales, aclarando al hablar de semifeudales que, si bien estaban produciendo modificaciones en el modo de producción, o creando las condiciones para su transformación, lo que predominaba era lo feudal, si observamos las relaciones de producción dominantes en el campo y en la ciudad, y nos atenemos, estrictamente, a la definición marxista delmodo de producción capitalista.
 El proceso de descomposición de estas relaciones feudales, durante la colonia, fue extremadamente lento. Allí está, también, la explicación sobre porqué la Revolución de Mayo no realizó las tareas de la revolución democrática.
 Los revolucionarios más avanzados de ese entonces, y posteriormente, muchos reformistas burgueses, impulsaron cambios y reformas muy importantes. Pero no resolvieron las tareas de esa revolución. Las tareas agrarias de la revolución democrática no fueron puestas, revolucionariamente, en el orden del día, por ninguno de ellos. Algunas medidas propuestas, inicialmente, por los sectores más revolucionarios, medidas destinadas a ganar a las masas indígenas para la revolución, fueron abandonadas ante la oposición de los terratenientes. Quienes plantearon esto revolucionariamente –Artigas y dirigentes de los alzamientos indígenas del Alto Perú- pertenecieron a regiones del Virreinato que luego quedarían fuera de la República Argentina.
 El capitalismo europeo en ascenso, tanto en su etapa librecambista como en su etapa imperialista, se asoció con los terratenientes y comerciantes intermediarios. Las relaciones capitalistas de producción se abrieron paso lentamente, a través de reformas, de la entrada del capital extranjero, y del aburguesamiento paulatino de los terratenientes. Aunque el modo de producción capitalista llegó a ser el modo de producción predominante, esas relaciones fueron condicionadas, constreñidas, por el latifundio de origen precapitalista, y deformadas por el imperialismo.
 Argentina se convirtió en un país dependiente, parte del conjunto de países coloniales, semicoloniales y dependientes, oprimidos por los países imperialistas.
 Así se interrelacionaron la contradicción entre el imperialismo y la Nación Argentina y la contradicción entre el pueblo y los terratenientes (llamados comúnmente por el pueblo: oligarcas). Así se interrelacionaron también las dos grandes tareas de la revolución argentina; la tarea democrática y la tarea liberadora. No puede realizarse una sin la otra, ya que el imperialismo debió asociarse a los terratenientes y a un sector de grandes capitalistas para poder dominar. A veces, sectores de los terratenientes se han alzado contra la opresión imperialista como sucedió, por ejemplo, a mediados del siglo pasado con un vasto sector de terratenientes ganaderos dedicados a la explotación lanar, o a comienzos de este siglo con la lucha de los criadores de vacunos contra el monopolio frigorífico. Pero la clase de los terratenientes argentinos es profundamente reaccionaria por las características de la explotación rural de la mayoría de ellos, por sus vínculos con los monopolios imperialistas y con los grandes capitalistas argentinos asociados al imperialismo por su tradición y por el origen de su poderío económico. No ha vacilado nunca en entregar la soberanía nacional para defender sus privilegios. Son uno de los blancos de la revolución. Sin ayudar a los campesinos pobres y medios a acabar con ellos no se podrá incorporar a éstos a la revolución y, en tal caso, la revolución fracasará. Por eso las dos grandes tareas de la revolución argentina están entrelazadas.
 La actual contradicción fundamental en la sociedad argentina se ha originado entre 1873 y 1890, a partir de la incorporación de la Argentina al sistema imperialista como proveedor de alimentos y materias primas de los países imperialistas, en particular de Inglaterra.
 La penetración de los imperialistas, predominantemente británicos en esa época, y su entrelazamiento con los terratenientes de origen precapitalista y sectores comerciales asociados con ellos, da lugar a la formación del bloque dominante. Surgen los gobiernos oligárquicos. La Argentina se convirtió en un país dependiente, parte del conjunto de países coloniales, semicoloniales y dependientes, oprimidos por los países imperialistas.
 El capital imperialista concentró sus inversiones en las finanzas, el comercio exterior, el transporte y servicios públicos y frigoríficos. De este modo se apropió de gran parte de la riqueza nacional producida por los obreros y el resto de los trabajadores.
 Los terratenientes, junto con los monopolios imperialistas, pasaron a controlar la producción en la zona pampeana. Los terratenientes (y junto con ellos las compañías financieras ferroviarias), por poseer la mejores tierras, monopolizaron la producción agropecuaria. La propiedad latifundista de la tierra limitó el desarrollo de una fuerte burguesía rural en la pampa húmeda. Cientos de miles de inmigrantes y nativos se conviertieron en campesinos pobres y medios arrendatarios, medieros y aparceros. La mayoría de los campesinos producía bajo la forma de economías familiares y debían pagar a los terratenientes en dinero, especies, o trabajo, por el uso de la tierra. Se generan así, como parte del propio proceso de surgimiento del capitalismo en el campo formas de renta típicamente precapitalistas, junto con formas de renta capitalista.
 La economía latifundista y dependiente estimuló la inmigración extranjera tanto para las actividades agrícolas como para los servicios y la industria. El monopolio de la tierra empujó a cientos de miles de nativos e inmigrantes a las ciudades. En estas ciudades se formó la clase obrera industrial, creció la pequeña burguesía y se formo la burguesía nacional urbana. Esta última principalmente en ramas no competitivas con las manufacturas extranjeras, que entraban libremente al país y arruinaban a los productores nacionales.
 Las fuerzas productivas se desarrollaron fundamentalmente en la región pampeana. Se estableció la alianza de la oligarquía terrateniente bonaerense y el imperialismo con la oligarquía del interior. En virtud de esta alianza se reforzó sobre el resto del país la hegemonía de la región pampeana.
 En el campo se desarrolló un sector terrateniente que incorporó capital a la producción agropecuaria y a su sombra creció una burguesía rural que nunca entabló una lucha revolucionaria contra esos terratenientes. Esto es lo que llamamos camino prusiano original.
 Si bien se conformó un mercado nacional único, el latifundio y la dependencia limitaron el desarrollo de la industria nacional y agravaron el atraso económico de la mayor parte del territorio nacional.
 La clase obrera, los campesinos pobres y medios, lo fundamental de la pequeña burguesía urbana, la burguesía nacional y, en ciertas coyunturas, hasta fracciones de terratenientes, comenzaron a movilizarse desde fines del siglo XIX enfrentando en diverso grado a la oligarquía y al imperialismo.
 El movimiento obrero comenzó a desarrollarse en Argentina desde la década de 1880. Eso fue facilitado por las experiencias políticas de los inmigrantes de sus países de origen y la llegada de activistas marxistas y anarquistas. Libró grandes batallas que jalonaron todo el proceso de luchas contra la oligarquía. Pero la dispersión orgánica y la influencia de corrientes reformistas o anarquistas, trabaron su desarrollo político.
 El Partido Socialista difundió el marxismo y promovió la organización política de la clase obrera. Pero es hegemonizado a partir de 1896 por el revisionismo antimarxista. Así, el proletariado perdía a la vez sus posibilidades revolucionarias y su capacidad de aliarse con otras clases. El anarquismo contribuyó a la generalización y combatividad del movimiento sindical, a la vez que trabó al proletariado para acaudillar políticamente a otras clases sociales en la lucha contra el imperialismo.
 Mientras tanto se fue desarrollando la corriente que luego se iba a llamar radicalismo. Fue un movimiento de burguesía rural, de ciertos sectores de terratenientes y de burguesía urbana; su base de masas estuvo en la pequeña burguesía tanto urbana como rural. Buscó efectuar reformas que impulsaran un cierto desarrollo capitalista y capitalizó las aspiraciones de clases en ascenso.
 Con el movimiento conocido como revolución del 90, que abarcó a grandes masas populares no proletarias, a la burguesía nacional y a fracciones de terratenientes, comienza el ciclo de temprana decadencia política de los gobiernos oligárquicos, y de avance de las fuerzas populares. Tal avance fue hegemonizado por el radicalismo que sube al poder en 1916.
 Este cambio en la situación nacional empalmó con los resultados de la Primera Guerra Mundial. La tesis leninista de que ésta es la época del imperialismo y de la revolución proletaria encuentra su verificación en el triunfo de la Revolución Rusa y en el ascenso de todo el movimiento revolucionario en Europa, junto al despertar de los pueblos oprimidos, entre ellos Méjico y China. Ello alentó grandes combates proletarios en Argentina, como la Semana Trágica de enero de 1919, la huelgas de la Patagonia y del Chaco de 1920-1921, que el propio gobierno radical reprimió brutalmente al tiempo que buscaba apoyo de sectores reformistas en el movimiento obrero para su política de forcejeo con la oligarquía.
 La Revolución Rusa alentó el desarrollo de una corriente revolucionaria en el propio Partido Socialista, fundándose en 1918 en Partido Socialista Internacional de la Argentina. Se creaba así la posibilidad de que el proletariado contase con un partido auténticamente revolucionario, marxista-leninista.
 Con el ascenso del radicalismo al poder en 1916 se modificó la correlación de fuerzas en la sociedad nacional. El radicalismo llevó a la práctica reformas, al tiempo que propugnaba una política exterior nacionalista. En la década de 1920 se producen diferenciaciones entre los terratenientes, separándose los criadores de los invernadores. Estos últimos se convirtieron en la fracción hegemónica de la oligarquía terrateniente. Ello incidió en la división del radicalismo y el enfrentamiento antiirigoyenista de los sectores prooligárquicos y proimperialistas de este partido. Además, la crisis mundial de 1929-1930 repercutió profundamente en nuestro país, agravando las tensiones sociales y acelerando las disputas ínterimperialista.
 El PC, que nunca llegó a integrar el marxismo-leninismo con la práctica de la revolución argentina, se vio trabado durante la década del 20 por el predominio de ideas izquierdistas. Luego, durante la próxima década los avances logrados en teoría y línea política se perdieron por el predominio de una desviación reformista.
 La hegemonía de la burguesía radical trajo como consecuencia que, en lo fundamental, no fueran tocados los intereses oligárquicos e imperialistas.
 El fracaso del radicalismo, acelerado por la crisis mundial de 1929-1930, creó condiciones para una vuelta al poder de los conservadores, apoyados por la oficialidad reaccionaria y otras corrientes políticas derechistas. Con el golpe de Estado de 1930 comenzó la denominada década infame que se prolongó hasta 1943.
 Durante ese período se sucedieron distintos gobiernos conservadores. Estos gobiernos sirvieron a los terratenientes y a los monopolios imperialistas, especialmente a los británicos. Pero un rasgo importante diferenció a los gobiernos conservadores de los habidos en el país hasta 1916. Para poder contrarrestar los efectos de la crisis de 1930, que había afectado seriamente al país al hacer caer los precios agropecuarios en el mercado mundial y frenar la ola inversora, los distintos gobiernos impulsaron cierta industrialización.
 Las medidas proteccionistas, promovidas por la caída de las inversiones y la incapacidad para importar manufacturas facilitaron en desarrollo industrial. Esto provocó el desarrollo de la clase obrera, ahora proveniente del éxodo rural. En el campo de la burguesía industrial se fueron diferenciando dos sectores. Uno, cuyos lazos con la oligarquía eran antiguos y que se ubicaba principalmente en las industrias extractivas y de la alimentación, representado por la dirección de la UIA, que reclamaba medidas proteccionistas pero no cuestionaba la hegemonía del imperialismo inglés y los invernadores. Otro, que había crecido por los requerimientos del mercado interno de manufacturas que ya no se podían importar y que se ubicaba principalmente en las ramas textil y metalúrgica. Las industrias continuaron estableciéndose principalmente en el Litoral del país.
 Durante los gobiernos conservadores los obreros rurales y campesinos pobres y medios soportaron en el campo el peso de la crisis. Los terratenientes, beneficiados con créditos y otras medidas, continuaron apropiándose del grueso de la renta nacional. El campesinado rico continuó creciendo lentamente a la sombra de la gran propiedad latifundista.
 A partir de la huelga de la construcción de 1936 el proletariado argentino comenzó a librar grandes huelgas y movilizaciones por mejores condiciones de vida y de trabajo para mejorar su organización sindical. Junto con este acontecimiento distintas corrientes nacionalistas burguesas comenzaron a exigir reformas en favor de sectores de la burguesía nacional. Estas reformas, necesariamente debían afectar a los intereses terratenientes y a los capitales británicos que mantenían fuertes posiciones en los bancos, los transportes y servicios y controlaban el comercio exterior con su flota.
 Mientras en la Argentina las clases se iban polarizando objetivamente hacia una convergencia popular, antiimperialista y antioligárquica por un lado y los gobiernos conservadores por el otro, se produjo un acontecimiento decisivo en escala internacional: la formación del bloque fascista entre Alemania, Italia y Japón. El nuevo bloque imperialista, expresión de la dictadura terrorista del capital monopolista y el bloque imperialista más agresivo, se proponía tanto liquidar a la Unión Soviética en su carácter de Estado proletario, como desalojar a los imperialistas británicos, franceses y norteamericanos de sus posiciones en Asia, África y América Latina y reformular las fronteras europeas. La Segunda Guerra Mundial se avecinaba. Los principales acontecimientos mundiales así lo indicaban.
 En 1931 Japón invadió Manchuria, en 1936 Italia a Etiopía, entre 1936 y 1939 se desarrolló la Guerra Civil Española, con apoyo popular internacional a la República, en especial por las Brigadas Internacionales, siendo apoyados los fascistas de Franco por Alemania e Italia; en 1938 Alemania invadió Austria y Checoslovaquia. En 1939 con la invasión a Polonia comenzó la Segunda Guerra Mundial.
 En defensa a los intereses del proletariado internacional y la revolución mundial, en defensa del primer Estado socialista, la URSS, el movimiento comunista internacional libró durante la década del 30 grandes batallas contra el fascismo.
 En España, los comunistas ocuparon las primeras trincheras contra los franquistas, en China el PCCh encabezó la lucha armada contra el invasor japonés. En otros países los comunistas aportaron activamente a la formación del frente antifascista o lucharon denodadamente en los propios países dominados por el fascismo. En Argentina los militantes comunistas encabezaron la solidaridad con el pueblo español. Fueron años de grandes combates antifascistas y revolucionarios.
 Entre 1939 y 1941 la guerra se desarrolló entre países imperialistas. Alemania, Japón e Italia por un lado; Inglaterra, Francia con apoyo norteamericano por otro. En 1941 la URSS fue invadida, con lo cual cambio el carácter de la guerra y para la clase obrera internacional y los pueblos la derrota del Eje nazi-fascista fue la principal tarea del momento. Para el avance del proletariado internacional se convertía en tarea central derrotar la coalición fascista.
 La contradicción entre el campo fascista y el campo antifascista pasó a ser la contradicción principal a escala internacional. En relación con esa contradicción principal era posible articular las alianzas en los propios países coloniales, semi-coloniales y dependientes.
 El debilitamiento temporal de Inglaterra por la ofensiva alemana y el hecho de que los EE. UU. Debieron concentrar su potencial económico y militar en la guerra, incidió sobre la situación interna argentina. Se debilitaron las posiciones de los principales opresores de la nación argentina, esto es los imperialistas ingleses y norteamericanos. Tal situación se hizo evidente en 1943, cuando todavía no se vislumbraba el resultado de la guerra.
 La nueva situación internacional coincidió en Argentina con un nuevo auge de luchas obreras y populares contra la oligarquía. Desde 1936, con la huelga de la construcción el movimiento obrero profundizó su nivel de combatividad, al tiempo que crecía numéricamente por el desarrollo industrial y por la inmigración proveniente del interior del país. Se fortalecieron los sindicatos.
 Al mismo tiempo, la burguesía nacional que se había desarrollado durante la década del 30, comienza a perfilar sus intereses específicos y su disposición a la lucha política.
 En esta coyuntura hace crisis la política con la que la fracción hegemónica terrateniente, bajo la tutela del imperialismo inglés, había buscado ordenar su dominación y la economía del país luego de la crisis mundial de 1929-1930.
 Dada la nueva situación nacional e internacional, o la clase obrera argentina impulsaba bajo su dirección un frente antiimperialista y antioligárquico que, promoviendo las luchas populares contra la oligarquía y el imperialismo, atrajese a la burguesía nacional y colocase al país junto a la coalición antifascista, o la burguesía nacional pasaba a hegemonizar un frente de tipo nacionalista apoyándose en las masas populares y aprovechando la debilidad momentánea de británicos y norteamericanos.
 Con el golpe militar de 1943 se desalojó del poder a los conservadores. Se cerraba así un ciclo que había durado desde 1930 hasta 1943. Durante este ciclo se habían acumulado fuerzas para dar un nuevo impulso a la lucha antiimperialista y antioligárquica. Desde la clase obrera hasta la burguesía nacional empujaban contra la oligarquía y los monopolios imperialistas. Al mismo tiempo, la creciente ingerencia del imperialismo norteamericano motivaba fricciones antiyanquis en especial de sectores pro-nazis, que estaban en guerra contra EE. UU. Y de los ingleses, que a pesar de su alianza con los norteamericanos en un plano mundial, tenían disputa enconada de intereses por el dominio de la Argentina. Esto alentó durante este periodo el espíritu de independencia de la burguesía nacional.
 Este proceso nacional se refuerza con los resultados de la Segunda Guerra Mundial. La derrota del fascismo origina tanto el fortalecimiento del campo socialista como el auge de la lucha revolucionaria de los países oprimidos contra el imperialismo y el colonialismo. El cambio de la correlación de fuerzas entre el imperialismo y los países socialistas y los pueblos oprimidos se consolidará con el triunfo de la Revolución China en 1949. Luego de la Revolución Rusa, la Revolución China triunfante es el más importante acontecimiento en lo que va de este siglo.
 En la Argentina la dirección del PC tuvo una línea acorde con las tesis revisionistas del dirigente del PC de Estados Unidos Earl Browder y desarrolló una alianza con sectores gran burgueses y aún terratenientes “antifascistas” ligados al imperialismo norteamericano. Esto frustró la ola de luchas populares y permitió que la hegemonizara la burguesía nacional.
 La capitulación de la dirección del PC que abandonó la lucha antiimperialista y en general la lucha de clases y que eligió como aliados políticos estables a los norteamericanos y a los oligarcas de la Sociedad Rural, en la Unión Democrática, y como enemigo principal a la propia burguesía nacional, apuntaló como resultado el fortalecimiento del frente nacionalista-burgués, cuya apoyatura social fue el proletariado industrial y rural.
 Se conformó el peronismo. Confluyeron en él sectores nacionalistas de las FF.AA, del radicalismo, del socialismo y el conservadorismo. Desde el ángulo de clase, su programa representaba a la burguesía nacional. Por su carácter, el peronismo surge como un movimiento nacionalista burgués en busca de un camino de reformas, algunas profundas, y a la vez temeroso de abrir un cauce revolucionario a las masas.
 Comenzó una nueva etapa en la lucha política argentina bajo la hegemonía de la burguesía nacional. El peronismo gobernó al país desde 1946 hasta 1955.
 Durante los diez años del gobierno peronista, y en particular durante la primera presidencia de Perón se adoptaron medidas que lesionaron intereses imperialistas y se recortaron beneficios a la oligarquía. Las medidas más importantes fueron: nacionalización de una parte del capitalismo de Estado en energía, transportes, fabricación de material militar, etc.
 La burguesía nacional pasó a dirigir el frente nacionalista. Ya desde la Secretaría de Trabajo y Previsión el coronel Perón, como parte de un proyecto de tipo nacionalista-burgués, promovió mejoras a los trabajadores, lo que favoreció que conquistara la adhesión de las grandes masas obreras urbanas y rurales. El 17 de octubre de 1945, frente a la ofensiva de los sectores militares más representativos del imperialismo y la oligarquía, se produce una movilización obrera y popular, antioligárquica y antiimperialista, que promueve, hegemoniza y aprovecha la dirección peronista para cambiar la correlación de fuerzas en el ejército a su favor. El gobierno peronista surgido en las elecciones de 1946 continuó esta línea y aprobó una legislación del trabajo que, junto con sujetar a los sindicatos al Estado, sancionaba reivindicaciones importantes para la clase obrera. De este modo el proyecto político del peronismo consolidó y amplió el apoyo de los trabajadores.
 Como consecuencia de estas medidas se amplió el mercado interno y el desarrollo capitalista tomó fuerte impulso. Pero, dada su naturaleza de clase, el peronismo no tocó lo fundamental de las clases dominantes: el latifundio y los monopolios imperialistas principalmente en la industria de la carne. Tampoco fue tocado el gran capital asociado, excepto el desalojo del mercado exterior de cereales de los grupos monopolistas Bunge y Born, Dreyfus, La Plata Co. Sin embargo estas empresas continuaron operando en otros rubros o en otros niveles de comercialización de cereales.
 En política exterior el gobierno peronista practicó la “tercera posición”, que buscaba encontrar un andarivel propio entre el imperialismo yanqui y el socialismo, aunque proclamaba al mismo tiempo que la Argentina pertenecía al “mundo occidental y cristiano”. Al aplicar esta política el peronismo logró cierta autonomía del imperialismo norteamericano. Pero, por sus vacilaciones de clase, agudizadas por la crisis económica que soportaba el país a partir de 1952, el gobierno peronista fue deslizándose a posiciones de compromiso con los yanquis. Por otra parte esa burguesía nacional logró establecer un sistema de dirigentes sindicales en acuerdo profundo con la política del Estado, aunque al mismo tiempo, por el ascenso de luchas se fortaleció un número creciente de delegados de base y Comisiones Internas que reflejaron el sentir de las masas, encabezando algunas grandes huelgas como la de los trabajadores azucareros, ferroviarios, metalúrgicos, etc.
 Dado que el peronismo sólo llevó adelante una política de reformas, la economía argentina continuó siendo dependiente. Se mantuvo el poder económico de los terratenientes. Por lo tanto, pasada la coyuntura de postguerra, y ante las nuevas necesidades de capital, el gobierno especuló con que una guerra mundial estimulase las exportaciones aumentando el saldo favorable en la balanza comercial. Así esperaba contar con divisas para importar bienes de capital sin caer en manos de los yanquis. Por eso las ilusiones de Perón con la guerra de Corea fueron grandes. Pero también lo fue la desilusión.
 Sometido a partir de 1952 a una fuerte presión de los norteamericanos, y sin divisas para importar los bienes de capital que la industria necesitaba para fortalecer los sectores de la metalúrgica pesada, metalúrgica liviana, petróleo y derivados y otras ramas industriales, el gobierno peronista comenzó a retroceder mientras avanzaban tanto los terratenientes como los monopolios yanquis y europeos. A la vez las masas, particularmente la clase obrera, seguían combatiendo por sus reivindicaciones, en especial contra el “Congreso de la Productividad” que impulsó una política de superexplotación, y contra la entrega del petróleo a empresas yanquis. Los terratenientes sabiéndose fuertes porque el país necesitaba divisas y éstas provenían del campo, y los monopolios imperialistas por su capacidad de inversión en las mencionadas ramas industriales, marcharon a formar un bloque contra las exigencias populares y contra el gobierno nacionalista-burgués peronista.
 En setiembre de 1955 cayó el gobierno peronista. Su dirección burguesa prefirió capitular antes de armar a la clase obrera y al pueblo. La burguesía peronista, como antes el radicalismo, se mostró incapaz de garantizar un desarrollo independiente.
 Desde 1955 se acentúa la dependencia a partir de anudar lazos con el FMI, el Banco Mundial y otras instituciones financieras imperialistas. La penetración del capital imperialista en la industria pesada y liviana, en el capital bancario y en el agro es decisiva.
 Toda la política reforzó los lazos de dependencia del país con los EE. UU., favoreció un rápido proceso de concentración y centralización del capital en la industria, en el campo y en las finanzas, mantuvo el estancamiento agrario y se adoptaron medidas gubernamentales para garantizar la explotación de la clase obrera y el pueblo. También sufren las consecuencias de esta política amplios sectores de la burguesía nacional.
 La resistencia a esta política se dio en diversas formas. La clase obrera y las masas populares protagonizaron grandes combates, tales como las huel­gas y las luchas políticas contra la dictadura militar instaurada en 1955. Peronistas, comunistas y otros sectores resistieron la política de la dicta­dura a pesar de las actitudes claudicantes u osci­lantes. frente a la dictadura de las direcciones del PC y del peronismo. Se desarrolló la resistencia peronista. Peronistas, comunistas y otros sectores se unieron contra la intervención dictatorial en la CGT y la derrotaron.
 En el campo de la burguesía se fue conformando la llamada corriente "desarrollista" liderada por Frondizi. Inicialmente planteó posturas antiimpe­rialistas. El socialimperialismo soviético estimula esta corriente a través de la dirección revisionista del PC, con el fin de utilizarla en su forcejeo con los norteamericanos. La camarilla revisionista que se había apoderado en 1956 de la dirección de la URSS pasa a buscar puntos de apoyo locales a tra­vés de la formación de un sector burgués interme­diario adicto, grupo estrechamente vinculado con el sector dirigente del frondicismo.
 El desarrollismo frondicista, aprovechando la proscripción del peronismo y con su apoyo electo­ral y el del PC, triunfa en las elecciones de febrero de 1958. Su ascenso al poder coincide, al poco tiem­po, con el triunfo de la Revolución Cubana. Ella marca un cambio radical en toda América latina. Crece la lucha antiimperialista y revolucionaria.
 El frondicismo se orienta a impulsar el desarro­llo económico al precio de mayores concesiones al imperialismo. Para el desarrollismo los EE.UU bajo la presidencia de Kennedy, comienzan a mos­trarse más comprensivos con las “necesidades” de los países “subdesarrollados”. Esto coincide con la política de acercamiento soviético-yanqui impulsa­da por Kruschov y Eisenhower y Kennedy llamada "espíritu de Camp David", que llevó al PC de la Argentina a saludar la llegada al país de Eisenhower.
 La política frondicista es resistida por la clase obrera y el pueblo. El movimiento obrero llevó a cabo grandes luchas, desde la toma del frigorífico Lisandro de La Torre en enero de 1959 hasta la caída de Frondizi. La dirección peronista estimula estas luchas contra su aliado de ayer, con vistas a seguir acumulando fuerzas para el retorno al poder del peronismo.
 Deteriorado por los combates populares, un nuevo golpe de Estado derriba al gobierno frondicista.
 Se van creando condiciones, tanto nacionales como internacionales para una nueva oleada de luchas obreras y populares en la Argentina. El rasgo más notable son los comienzos de ocupaciones de fábrica como respuesta a la política de la dictadura cívico-militar de Estado de marzo de 1962.
 Este proceso nacional empalma con la consolidación de la Revolución Cubana y el triunfo de los movimientos nacional-revolucionarios en varios países de África y Asia. La época del antiguo colo­nialismo, en lo fundamental, ha terminado.
 Como consecuencia de la resistencia popular a la dictadura se producen enfrentamientos en la cúspide, que culminan con el enfrentamiento ar­mado entre “azules” y “colorados”. El bando “azul”, en el cual se destacan Onganía, Lanusse, López Aufranc y otros, recibe apoyo de militares nacionalistas y del peronismo, el PC y la intransigencia radical. Tanto los norteamericanos como los socialimperialistas apoyan a los “azules”. Los ingleses, un sector de los terratenientes y algunos monopolios yanquis apoyaron a los “colorados”.
 Contra ellos se suman las fuerzas que apoyan a los "azules" Estos resultan triunfantes.
 Con las elecciones proscriptivas de 1963 obtiene el gobierno el radicalismo, que lleva a Illia como presidente. Desde 1963 hasta 1966 el gobierno ra­dical aplica una política de signo reformista en lo interno y de tibio nacionalismo en lo internacional.
 Aprovechando la falta de apoyo popular del go­bierno radical, se organiza el golpe de Estado de Onganía en 1966, que busca frenar a las masas populares y golpear a diversos sectores de burguesía nacional para profundizar el proceso de cen­tralización y concentración de capital, tanto en la ciudad como en el campo, en beneficio del impe­rialismo y los monopolios yanquis y de los terra­tenientes y el gran capital a ellos asociado.
 La dictadura implantada en 1966 se propuso lle­var adelante esta política, contando inicialmente con la expectativa de Perón, sintetizada en su frase "desensillar hasta que aclare", y con el apoyo de los jerarcas sindicales peronistas y no peronistas. La dirección de los partidos burgueses, al inicio, no enfrentaron a la dictadura. Crece el desconten­to obrero y popular.
 La muerte heroica del Che Guevara tiene gran influencia en un sector considerable de nuestro pueblo. Mientras tanto, la dirección del PC, con­secuente con sus anteriores posiciones revisionistas que ya había adherido a las tesis del XX Congreso del PCUS, se había convertido -en lo fundamental- en un instrumento de la política expansionista del socialimperialismo. Se produjo un creciente descontento en las filas del PC y un nuevo agrupamiento de militantes que en su seno buscaban una salida revolucionaria.
 A comienzos de 1968 se funda el PCR. Después de décadas reaparece en la Argentina una vanguardia marxista-leninista. Su desarrollo es la principal exigencia subjetiva del proceso revolucionario para garantizar la hegemonía del proletariado en la revolución democrático-popular agraria, antimperialista y antimonopolista, en marcha al socialismo.
 Este capítulo se integra en las resoluciones del III Congreso, por lo que remitimos a ellas para el período actual.
IV. El Frente Popular de Liberación
 Por su carácter, la revolución argentina en la presente etapa es democrático-popular, agraria, antiimperialista y antimonopolista.
 La clase obrera, urbana y rural, ha demostrado en todas las ocasiones que es la fuerza principal en la lucha contra el imperialismo, los terratenientes y la gran burguesía asociada a ellos. Es la única capaz de llevar hasta el fin esta lucha. Por lo tanto ella debe ser la clase dirigente.
 Las masas del campesinado pobre y medio luchan por sus intereses propios y encuentran coincidencias crecientes. Ellas constituyen el principal aliado del proletariado. La alianza obrero-campesina es la piedra angular de la política de alianzas de la clase obrera y su partido. Para lograrlo la base está en apoyarse en los campesinos pobres y unirse con los campesinos medios.
 La pequeña burguesía urbana y la mayoría del estudiantado y la intelectualidad tienen recorrido ya un camino demuestra que es posible una alianza profunda y que en el seno de ella se da una aguda lucha por la hegemonía en la burguesía nacional.

 La burguesía nacional
 En la política nacional se puede ver cotidianamente la existencia de sectores patrióticos y democráticos de la burguesía nacional que expresan, así, la contradicción objetiva de núcleos importantes de la burguesía nacional tanto con el imperialismo como con los terratenientes. Tal es el caso de algunos de los principales dirigentes del llamado peronismo revolucionario. O el caso de parte importante de los dirigentes del radicalismo. Muchos son más patrióticos que democráticos. Otros al revés. Esto depende del origen de esos sectores y de la rama productiva a la que están ligados.
 Esos sectores son –como lo prueba una larga experiencia histórica- débiles frente al imperialismo y débiles frente a los terratenientes. La mayoría de la burguesía argentina está ligada a uno u otro imperialismo o monopolio imperialista. Actualmente, con el avance en el país de las posiciones del socialimperialismo, esto se ha agravado. En cuanto a la burguesía rural, creció a la sombra de los terratenientes, por el camino que denominamos por eso “prusiano original”. No se desarrolló en la lucha revolucionaria contra esos terratenientes.
 Lo fundamental de los sectores patrióticos y democráticos de la burguesía representa a sectores de burguesía mediana. Económicamente débiles. Precisamente porque son débiles es que el imperialismo aprovecha para oprimirlos. De allí su disconformidad con el imperialismo, pero también de allí sus flaquezas en la lucha, ya que saben que viven la época de la revolución proletaria mundial y prefieren asociarse con los sectores monopólicos, o de gran burguesía, para forcejear antes que aliarse al proletariado revolucionario.
 En cuanto a los sectores patrióticos y democráticos de la burguesía nacional, tampoco se debe olvidar que, a diferencia de los terratenientes y de la gran burguesía asociada al imperialismo, se disfrazan de revolucionarios y engañan las masas pequeñoburguesas, y realizan un activo trabajo entre las masas obreras para presentarse como revolucionarios. Esta no es sólo una característica actual de la burguesía nacional peronista o de la prosoviética. Fue una característica permanente de los sectores antiimperialistas y democráticos de la burguesía nacional, y sería funesto olvidar este rasgo de esa burguesía. Porque la historia ha demostrado largamente su tendencia al compromiso con los enemigos de la revolución. Así sucedió con los sectores antiimperialistas y antioligárquicos del radicalismo luego de la Ley Saénz Peña y en 1930. Así sucedió con los sectores de la burguesía nacional peronista ante el golpe de 1955, y con los numerosos sectores burgueses que se acoplaron al carro de los terratenientes, los grandes capitalistas y el imperialismo anglo-norteamericano en 1955; o con los que aplaudieron la política de inversiones yanquis en 1959 y se ilusionaron luego con la “Alianza para el Progreso”; o saludaron o se doblegaron ante el golpe de Estado de 1966.
 Las tendencias al compromiso con los enemigos de la revolución son aún particularmente fuertes, en la gran burguesía nacional, dadas las vinculaciones de ésta con los terratenientes y distintas potencias imperialistas y su temor atávico al proletariado. Esta gran burguesía no ha vacilado nunca en la represión feroz del movimiento obrero y campesino cuando éste ha escapado a su control.
 Siendo la opresión imperialista la fundamental traba al desarrollo de las fuerzas productivas nacionales, y estando diferentes sectores de gran burguesía nacional ligados a diferentes potencias y monopolios imperialistas, a veces, cuando la lucha interimperialista es muy aguda y el fuego revolucionario apunta a una de las potencias imperialistas, en determinadas ocasiones, y en determinado grado, es posible en frente único es precario. Incluso sectores patrióticos y democráticos de la burguesía nacional pueden, en determinadas ocasiones, como ya ha sucedido, traicionar los intereses revolucionarios.
 Por ello la política global del proletariado revolucionario con la burguesía (urbana y rural) apunta a su neutralización, lo que implica: ganar a una sector de ella (los sectores patrióticos y democráticos) neutralizar con concesiones a otro sector, atacar al sector de gran burguesía que se alíe al enemigo.
 Por ello también, al tratar de aislar a algún sec­tor del bloque de clases dominantes, como sucede ahora con el imperialismo yanqui y sus asociados nacionales, hay que plantear una forma de lucha, una forma de frente único, a través de un camino que implica unidad y lucha con los sectores burgueses con los que se alía el proletariado, un ca­mino que avizora la actitud conciliadora de la burguesía nacional y sus posibles posiciones futuras y pone el centro de acumulación en el desarrollo de la fuerza propia de la alianza obrero-campesina con eje en el proletariado industrial, y se da como es­trategia la insurrección popular dirigida por la cla­se obrera.
 Teniendo en cuenta, además, el carácter de la Argentina como país dependiente que se disputan varias potencias imperialistas no hay que oponer­se a todas a la vez. Por el contrario, hay que apro­vechar esas contradicciones, luchando por la ver­dadera independencia, cerrando compuertas al po­sible reemplazo del amo viejo por el amo nuevo.
 Hoy el imperialismo yanqui se ha constituido en la fuerza hegemónica, en el polo reaccionario de la contradicción principal. Lo más probable es que lo continúe siendo durante toda la etapa revolu­cionaria. Pero, esta hegemonía la disputan en for­ma crecientemente aguda y violenta el socialimpe­rialismo y los monopolios europeos. No está des­cartado que en el curso mismo de esta etapa se modifique la correlación de fuerzas en el campo enemigo. Por ello, durante toda la etapa, la política de frente único debe tratar de mantener férrea­mente la independencia política del proletariado en ese frente único. Esto tiene particular importan­cia en cuanto a la firmeza con la que se debe hacer girar toda la política a partir del proletaria­do industrial y, en lo referente a la firmeza, la mi­nuciosidad, con la que, atento a todo desemboque violento de la situación actual, se debe trabajar la estrategia insurreccional del proletariado. Esto pue­de tener también suma importancia en el caso de un contragolpe yanqui y de las posibles formas de lucha armada frente al mismo ya que se debe impulsar aquellas formas de lucha armada que ase­guren mejor la necesaria hegemonía obrera en la revolución. Esto se vincula también con la impor­tancia que tiene la democracia en la lucha actual antiyanqui, importancia que no se refiere sólo a lo táctico, a lo coyuntural sino que se relaciona con problemas de la estrategia política del proletariado. Y esto hace también a la concepción de frente úni­co, tanto social como político, con centro en las masas y no en las discusiones por arriba. Y hace a la importancia política general de la recuperación clasista de las comisiones internas, cuerpos de de­legados y sindicatos, o a la razón estratégica de la labor clandestina.

 El presente período
 La fuerza hegemónica en el polo reaccionario de la contradicción fundamental de nuestra socie­dad ha variado en las últimas décadas. Ha dejado de ser el imperialismo británico y los terratenien­tes y grandes capitalistas a él asociados, para pasar a serlo el imperialismo yanqui y los terratenientes y grandes capitalistas a él asociados.
 Este se ha constituido en el enemigo principal de nuestro pueblo.
 Además, por una serie de razones, se crearon las condiciones para aislar al imperialismo yanqui y sus socios nacionales y batirlos. Estas razones, en­tre otras son: las grandes derrotas sufridas por el imperialismo yanqui en el sudeste asiático y otras regiones del mundo; el fortalecimiento de la República Popular China; la agudización de la lucha interimperialista; las dificultades económicas del imperialismo yanqui; el crecimiento del movimien­to revolucionario latinoamericano y de la resisten­cia de las burguesías nacionales de estos países a la opresión yanqui; el avance del movimiento re­volucionario argentino y la amplia oposición bur­guesa a la opresión yanqui; la presente ruptura de la alianza de gran parte de los invernadores y ca­bañeros argentinos con los frigoríficos yanquis; el triunfo electoral del frente nacionalista-burgués que lidera el general Perón, etc.
 Por ello, la contradicción principal de este pe­riodo es la que opone al pueblo y a sectores de gran burguesía nacional, incluso sectores terrate­nientes, ligados a otras potencias imperialistas, con el imperialismo yanqui y los terratenientes y gran­des capitalistas a él asociados.
 Por consiguiente, en el periodo actual pasan a ser secundarias, durante el mismo tiempo, las con­tradicciones que oponen:
 – Al pueblo con el resto de las potencias impe­rialistas y el socialimperialismo.
 – Al pueblo con el resto de los terratenientes.
 – Al pueblo con el resto de las grandes capita­listas asociados a otras potencias imperialistas y al socialimperialismo.
 Dado que la lucha de clases continúa y que no se la debe negar, es preciso tener presente que esas con­tradicciones secundarias lo son en relación con la principal, y que la lucha por resolverlas debe ser reajustada de acuerdo con las necesidades del frente único antiyanqui. Reajustadas pero no ne­gadas. Y reajustadas con el enfoque de la lucha revolucionaria por la actual etapa de la revolución argentina, y en la perspectiva de nuestra lucha por el socialismo.
 El PCR se guía por la teoría marxista-leninista de la revolución interrumpida y por etapas. Mao Tsetung y el PC de China han dado un ejemplo magnífico, práctico, de esta teoría.
 Por ello, en nuestra concepción, si el proletariado logra hegemonizar el frente único antiyanqui y la lucha liberadora antiyanqui, profundizará la misma hasta lograr la victoria total de la revolución democrática-popular, agraria, antiimperialista y antimonopolista en marcha al socialismo. Pero si la lucha antiyanqui es encabezada por la burguesía nacional, la conducirá por un camino de refor­mas, no se avanzará en la resolución seria de los grandes problemas de la sociedad argentina, y más tarde o más temprano se retrocederá por la pen­diente contrarrevolucionaria.

 El Frente popular de Liberación
 Sin unirse en un poderoso frente popular de li­beración, las clases y capas sociales interesadas en la revolución democrático-popular, agraria, antiim­perialista y antimonopolista no podrán alcanzar el triunfo. Pero para ello este frente debe ser pro­fundamente democrático, revolucionario y no refor­mista. Debe basarse especialmente en la unidad combatiente de las masas y tender a fortalecer esta unidad. La dirección del frente debe estar en ma­nos del proletariado. Su orientación y organización deben tener como norte no el parlamento burgués sino la inevitable lucha armada para derrotar al enemigo y obtener la victoria de la revolución. Por ello, las milicias populares armadas y el Ejército Popular de Liberación serán parte esencial del Frente Popular de Liberación.
 En el periodo actual, su construcción pasa por el Frente Único Antiyanqui.
 Las enseñanzas de las gigantescas luchas obre­ras y populares posteriores al Cordobazo y las ex­periencias de muchos años de lucha de nuestro pueblo permiten sintetizar el camino fundamental para constituir un verdadero frente único antiyan­qui capaz de asegurar la derrota del enemigo prin­cipal. Ese camino es el de:
 Empujar a fondo el combate proletario por la recuperación para el clasismo de las comisiones in­ternas, cuerpos de delegados, sindicatos y CGT regionales y nacionales de manos de los jerarcas y burócratas propatronales y democratizarlos y coor­dinarlos a escala regional y nacional como organis­mos posibles de transformarse, en una situación revolucionaria, en consejos o comisiones obreras de doble poder, y en instrumentos eficaces para concretar la unidad con las ligas u otras organizaciones agrarias del campesinado pobre y medio, y con las organizaciones democráticas de masa de la peque­ña burguesía urbana, con los consejos o comisiones de soldados, y con otro tipo semejante de organi­zación de las masas revolucionarias, base orga­nizativa del Frente Popular de Liberación, de los organismos populares de poder, y de las milicias populares y el Ejército Popular de Liberación.
 El eslabón fundamental para que la clase obrera y el pueblo avancen por este camino revoluciona­rio es la recuperación para el clasismo y para la línea del proletariado revolucionario de los cuerpos de delegados y comisiones internas, especialmente en las grandes empresas industriales, de manos de jerarcas y burócratas al servicio de la patronal. El núcleo de la alianza de clases antiyanqui y de la alianza de clases para toda la actual etapa de la revolución es la unidad de la clase obrera con el campesinado pobre y medio.
 Un frente único antiyanqui edificado de esta for­ma, con un programa antiyanqui revolucionario, dirigido por la clase obrera y su partido de vanguardia marxista-leninista-maoísta, con la alianza obrero-campesina como núcleo, creará las condicio­nes esenciales para el triunfo de las tareas del ac­tual periodo antiyanqui; y para la construcción del Frente Popular de Liberación que instaure un go­bierno popular revolucionario capaz de llevar, hasta el triunfo total, la actual etapa de la revolu­ción argentina. Por ello la construcción del Frente Popular de Liberación pasa hoy por la construc­ción de un frente único antiyanqui dirigido por la clase obrera.
 En los últimos años se han ido perfilando orga­nizaciones de izquierda revolucionaria; corrientes socialistas de izquierda; corrientes liberales de iz­quierda de cuño radical, o de otros orígenes, y, muy especialmente, una poderosa corriente pero­nista (populista) de izquierda. Todas ellas tienden a ir adquiriendo niveles importantes de organiza­ción, y se ha ido demostrando que expresan ten­dencias relativamente estables de las clases socia­les que serán protagonistas de la actual etapa revo­lucionaria en la Argentina. Por ello, la unidad de acción de estas fuerzas puede contribuir poderosa­mente al triunfo de la actual batalla de nuestro pueblo. Puede, además, ser el núcleo de acuerdos para golpear, juntos con sectores reformistas de ori­gen peronista, radical, del PC, y de partidos pro­vinciales que expresen a fuerzas burguesas locales, en el camino de construcción del frente único anti­yanqui.
 

V. La lucha armada
 El triunfo de la revolución democrático-popular, agraria, antiimperialista y antimonopolista en mar­cha al socialismo, sólo será posible a condición de destruir con la lucha armada del proletariado y sus aliados el Estado opresor y sustituirlo por un Estado popular revolucionario.
 Para llegar a la conquista del poder y mante­nerlo, el proletariado y sus aliados deben contar con un poderoso ejército.
 Este ejército reflejará en su seno las alianzas de clase, que bajo la dirección del proletariado cons­tituyen el bloque revolucionario nucleado en el Frente Popular de Liberación.
 Las organizaciones militares de las masas, es decir las milicias obreras, las milicias populares, las ligas de campesinos armados, serán las fuerzas principales y más activas de la revolución; pero para el triunfo sobre el enemigo poderoso y bien armado será necesario que el proletariado y sus aliados logren quebrar y atraer hacia sus filas importantes masas de soldados, a suboficiales y ofi­ciales del ejercito y las FFAA enemigas. Para ella, el proletariado y sus aliados deben trabajar sistemáticamente sobre las FF. AA. del estado opresor.
 Las condiciones de la revolución en la Argentina, que tiene al proletariado como fuerza principal y decisiva, se expresan en materia militar a través de la modalidad histórica de combate armado del proletariado: la insurrección urbana. En la lucha, las clases aliadas urbanas deberán ser conducidas por el proletariado a través del camino insurreccional. Las clases aliadas no urbanas se expresan en la lucha según sus propias modalidades (guerrilla rural, y otros tipos de combates armados campesinos). Para una resolución correcta de las operaciones militares de lucha es necesario un mando único, expresión de las fuerzas combatientes.
 Las milicias obreras es probable que funcionen con su mando operativo subordinado a los consejos obreros de fábricas, a los consejos populares revolucionarios, así como las ligas u organizaciones campesinas armadas a los consejos campesinos.
 Históricamente las milicias aparecen y se desarrollan cuando están planteadas condiciones de una situación revolucionaria directa, cuando la lucha política ha llegado a un grado tal, cuando las contradicciones se han desarrollado hasta un punto en que sólo es posible resolverlas a través de la lucha armada.
 Allí predominan las leyes de la guerra y la insurrección y sólo una fuerza preparada militarmente estará en condiciones de resolver las operaciones militares a favor de los objetivos revolucionarios.
 Por eso es de vital importancia que la clase obrera y sus aliados conozcan y dominen las leyes de la guerra en general: las leyes de la guerra revolucionaria y las leyes que rigen los preparativos insurreccionales y la guerra revolucionaria en la Argentina.
 El papel del partido de vanguardia, el PCR, es determinante en la popularización de los conocimientos militares, y en el trabajo propagandístico sobre la necesidad y los caminos de construcción de las milicias y otras formas de organización, especialmente entre los campesinos. Esto permitió que, en el momento en que la construcción de las milicias sea una tarea práctica inmediata, pueda resolverla acertadamente.
 Enemigos poderosos como los que debe derrotar el proletariado y sus aliados en la revolución democrático-popular agraria, antiimperialista y antimonopolista, no resignan fácilmente sus tentativas de aplastar la revolución, por ello y como diversas experiencias históricas lo prueban, es muy probable que, antes, durante o después de la insurrección, los enemigos desencadenen una guerra civil, cruenta y prolongada. Porque en esa situación, las clases opresoras locales recibirán la ayuda militar directa de las potencias imperialistas enemigas de la revolución.
 El proletariado y sus aliados deben estar preparados para enfrentar esta posibilidad que no depende exclusivamente de sus fuerzas, ni de sus decisiones. Tal situación, exige a las fuerzas revolucionarias y particularmente al partido de vanguardia, el PCR, prestar atención rigurosa a los problemas militares, desechar cualquier posición putchista o simplista en materia militar, analizar sistemáticamente las experiencias de las luchas de vanguardia de la revolución mundial, las experiencias de nuestros antepasados en la lucha liberadora, y las experiencias de las propias masas obreras y populares en los combates contra el enemigo común y sus fuerzas armadas represivas, y dar pasos prácticos permanentes hacia la formación militar propia.
 En la defensa de las luchas y conquistas populares y en la perspectiva de las milicias, la clase obrera y las fuerzas populares deberán organizarse de tal modo de enfrentar y resolver satisfactoriamente los requerimientos de la lucha actual. Para ello, en las fábricas, escuelas, universidades, etc., es necesario constituir las brigadas y otras formas de autodefensa armada de masas, ligadas y subordinadas a los organismos de éstas, para garantizar las conquistas obtenidas y avanzar en el logro de nuevas conquistas, y en esa lucha garantizar la vida de sus organismos de decisión y combate frente a los matones sindicales, las organizaciones derechistas y fascistas y los grupos parapoliciales y provocadores. Así como garantizar en caso de necesidad, ocupaciones de fábricas y lugares de trabajo, viviendas, tierra, etc.
 
VI. El partido
 El Partido Comunista Revolucionario de la Argentina es una partido político proletario, es el destacamento de vanguardia del proletariado argentino, que se asienta fundamentalmente en el proletariado industrial. La base teórica que guía todo su accionar es el marxismo-leninismo-maoísmo. Para cumplir su misión histórica el Partido debe mantenerse fiel a los principios marxistas-leninistas-maoístas y luchar contra el revisionismo, integrar las verdades universales del marxismo con la práctica de la revolución argentina, vincularse profundamente con las masas, practicar el método de la crítica y la autocrítica, incorporar al Partido a los mejores hijos de la clase obrera y el pueblo.
 El partido es una parte de la clase, debe vivir sus problemas, estar íntimamente vinculado a las grandes masas y a sus organizaciones. La confianza de las masas en el Partido se logra en el curso de múltiples combates en que –bajo la dirección del mismo- estas masas consiguen triunfos en sus luchas económicas y políticas, hacen suya su línea y comprueban el temple moral y las cualidades de organización, a la vez que participan en el enriquecimiento de estas características.
 El Partido debe orientar al proletariado, a las masas populares, a millones de hombres y mujeres, en el cumplimiento de tareas extraordinariamente complejas y difíciles. Por eso debe ser un destacamento altamente organizado, un complejo de organizaciones, regido por el centralismo democrático,o sea por la subordinación de la minoría a la mayoría y por la dirección de toda la labor parti­daria desde un centro único. La unidad y la dis­ciplina proletaria en el PCR son el resultado de una común adhesión a la ideología proletaria y del cumplimiento de las resoluciones y acuerdos. La crítica, la autocrítica, la lucha de opiniones y la lucha de líneas que siempre expresa lucha de cla­ses, deben fortalecer esa disciplina y la unidad del partido teniendo como objetivo cohesionarlo en torno al marxismo-leninismo, robustecer su capaci­dad revolucionaria y multiplicar sus vínculos con las masas.
 El Partido basa su línea y su programa revolu­cionario en el internacionalismo proletario.
 En la lucha por resolver estas tareas se basa en las tres armas fundamentales para la victoria de la revolución: la práctica del frente único, la lucha armada y la construcción del Partido. Al tiempo que aprende de las masas, irá orientando al pro­letariado y a otras fuerzas sociales al cumplimiento de diversas etapas revolucionarias que harán tran­sitar nuestra sociedad hasta el comunismo, el obje­tivo final que no debe perderse de vista en nin­guno de los pasos que se den, por complicadas que sean las exigencias tácticas de cada momento aprendiendo de los éxitos y de los errores, inevi­tables en la gigantesca tarea que hemos empren­dido.
 El militante comunista debe:
 a) Luchar par los intereses del proletariado y el pueblo de la Argentina y del mundo.
 b) Servir al proletariado y al pueblo colocando los intereses del proletariado y los del Partido por encima de los particulares aún a costa de la propia vida.
 c) Estudiar sistemáticamente y defender el mar­xismo-leninismo-maoísmo y luchar contra el revisionismo.
 d) Practicar la línea de masas; practicar la crítica y la autocrítica. Cuanto más importante es la responsabilidad del camarada u organismo tanto más rigurosas deben ser la crítica y la autocrítica.
 e) Aplicar incondicionalmente las resoluciones del Partido una vez aprobadas. Persistir en el marxismo contra el revisionismo; luchar por la unidad del Partido contra la escisión; proceder con franqueza comunista y luchar contra la intriga.
 f) Mantener a precio de la propia vida los se­cretos del Partido y practicar la vigilancia re­volucionaria; ser inflexibles ante los enemigos de clase. Cumplir y hacer cumplir estricta­mente las normas de clandestinidad.
 La suma de todos los problemas planteados se resuelven, además de con la línea política, con el arraigo en las empresas, a través de fuertes células, fuertes numéricamente, y sobre todo política e ideológicamente en condiciones de dirigir a las grandes masas en las complejas condiciones de lu­cha de clases en nuestro país. Todo ello permitirá asegurar una composición social predominantemen­te proletaria para el Partido, lo que a su vez será garantía para la consolidación de su ideología y política de clase, marxista-leninista.
 Estos principios de la vida política y orgánica del PCR se encuentran condensados en sus esta­tutos.