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03 de marzo de 2011

Debates sobre Rosas y La Vuelta de Obligado

El tramposo discurso K y la historia

Política y Teoría N° 72 (105) / Marzo - junio de 2011

Desde los inicios de los preparativos oficiales para el festejo del Bicentenario de la Revolución de Mayo de 1810, la historia ha sido nuevamente convocada. En este caso, por parte de un gobierno que tiene como una de sus características fundamentales un discurso tramposo y falaz. Esta es una práctica permanente desde los inicios del gobierno kirchnerista. Con él pretende engañar al pueblo para ganarse su apoyo. Así, una retórica nacionalista y popular como propaganda oficial insistente y penetrante, logra, en muchos casos, confundir y ocultar una práctica política absolutamente contraria; es decir, entreguista, oligárquica, antipopular.

La historia argentina es utilizada permanentemente por este gobierno como un instrumento para convalidar sus engaños y sus mentiras.
Como dice Chesnaux “El pasado, el conocimiento histórico pueden funcionar al servicio del conservatismo social o el servicio de las luchas populares. La historia penetra en la lucha de clases, jamás es neutral, jamás permanece al margen de la contienda. La historia es una zona violentamente disputada”1. Los Kirchner han echado mano de la historia y disputan también en ese terreno sobre todo entre los jóvenes, a quienes mayoritariamente les provoca una gran repulsión toda la derecha conservadora y reaccionaria “opositora” al oficialismo. Pero, a diferencia de lo que dicen, este gobierno recurre a la disputa histórica con un objetivo conservador, de ninguna manera transformador.
Utiliza la historia como parte de y como abono a ese discurso mentiroso, erigiéndose en continuadores de corrientes y líderes revolucionarios, populares. Así, durante los actos oficiales por el Bicentenario, las figuras más rescatadas y las frases más propagandizadas fueron las de los dirigentes más revolucionarios de mayo de 1810, los Moreno, Castelli, Monteagudo, Belgrano. Sin embargo, basta con descubrir un poco esas cortinas para que salga a la luz la verdadera esencia de sus políticas2  

Tomando las palabras de Chesnaux, el gobierno kirchnerista utiliza la historia al servicio del conservatismo social en tanto todo aquel que se oponga a sus políticas le está haciendo el juego a la derecha golpista que quiere retornar a políticas de derecha, neoliberales, supuestamente contrarias a las que ellos representarían; recurren al chantaje planteando que sólo hay dos opciones para el pueblo argentino: o ellos, que encarnarían “lo posible” en el mundo capitalista actual, o incluso “el mal menor”; o la “oposición” procesista, oligárquica dentro del bloque dominante. Toda lucha popular contra ellos es deslegitimada y atacada con este discurso. La historia la utilizan para apuntalar este objetivo reaccionario, de quietismo social, de obediencia, disciplina y docilidad.3
Mienten, confunden, marean.
En el caso del hecho histórico que motiva este artículo, la cuestión es un poco más compleja. La reivindicación que realiza el gobierno de La Vuelta de Obligado, disponiendo que ese día –el 20 de noviembre- se transforme en el “Día de la Soberanía Nacional”, recupera un hecho histórico muy importante en la lucha del pueblo argentino en defensa de su soberanía contra las pretensiones de potencias extranjeras. Pero, al mismo tiempo, oculta que sus políticas garantizan a esas mismas potencias, contra las que declama, y a sus monopolios, que continúen controlando gran parte de las palancas económicas claves de nuestra economía y obteniendo suculentas ganancias a costa de la explotación y superexplotación de nuestro pueblo.

Detengámonos por un momento en el discurso que Cristina Kirchner realizó en los festejos oficiales inaugurando el 20 de noviembre como día de la Soberanía Nacional: “corrían tiempos en los cuales, como en tantos otros tiempos de nuestra historia de estos 200 años de este bicentenario, potencias extranjeras querían dividir nuestro país y apoderarse de nuestros recursos. Buques de guerra acompañados por buques mercantes -porque en realidad venían en nombre del libre comercio- pretendían transformar este río, nuestro Río Paraná en un río internacional y no en lo que es y siempre será un río de la Nación Argentina”. (el subrayado es mío)

Sin ruborizarse, afirma esto parada sobre un río virtualmente privatizado y extranjerizado en manos de grandes multinacionales extranjeras y grupos locales “amigos” del kirchnerismo4, por donde nos saquean nuestras riquezas.
En esto consiste la trampa: alardean en defensa de la soberanía nacional mientras garantizan el saqueo y la dependencia.

Por otra parte, la reivindicación engañosa que realiza el gobierno de aquella batalla tan importante en la defensa de la soberanía nacional, la realiza exaltando, al mismo tiempo, a quien fuera gobernador de Buenos Aires en ese momento, Juan Manuel de Rosas. Con la ayuda de Pacho O´Donnell, convirtiéndose en este caso en la voz “histórica” oficial, el gobierno transforma a Rosas en un líder popular, nacionalista, antiimperialista y, por supuesto, declama ser su continuador con las políticas gubernamentales actuales.

Es necesario -justamente por esta instrumentación que realizan de la historia- ratificar que el conocimiento del pasado es fundamental para nuestro presente y para nuestro futuro porque “Nos ayuda a comprender mejor la sociedad en que vivimos hoy, a saber qué defender y preservar, a saber también qué derribar y destruir. La historia es una relación activa con el pasado”5. También porque como dijo Alberdi ““Juzgar el pasado no es otra cosa que ocuparse del presente, y la falsa historia es el origen de la falsa política”. En palabras del historiador francés marxista Pierre Vilar “En la medida que el pasado humano es mal conocido, los hombres tiene una visión incorrecta de su presente y de su futuro y esto tiene un alcance práctico”.6

El objetivo de este artículo es retornar a nuestra historia intentando colaborar en esa tarea de avanzar en el conocimiento de nuestro pasado, en tanto su alcance práctico lo situamos en una acción verdaderamente transformadora de la sociedad en la que vivimos; en una acción verdaderamente antiimperialista y popular, revolucionaria.

La Vuelta de Obligado en el discurso oficial

Ocuparnos hoy de desentrañar aquellos sucesos históricos pretende colaborar en una doble tarea. Por un lado, recuperar hechos históricos fundamentales para el acervo popular en la tarea imprescindible y urgente de defensa de nuestra soberanía nacional.
Al mismo tiempo, en tanto la disputa política debemos darla también en este terreno, conocer con mayor profundidad aquellos hechos, nos permitirá desnudar el discurso kirchnerista en la historia: qué muestra, qué oculta, qué defiende y con qué objetivos.

Las corrientes historiográficas de la derecha conservadora, liberal y abiertamente pro-oligárquicas se ocuparon de silenciar las incursiones colonialistas de esa época y, aún más las acciones de resistencia contra ellas, como en este caso, la batalla de La Vuelta de Obligado. Así lo han hecho siempre y lo siguen haciendo con todos los hechos relevantes de lucha popular contra la dominación colonialista e imperialista. Son ejemplos perniciosos para la continuidad de las políticas de sometimiento nacional de las clases dominantes argentinas desde 1810 en adelante. A ellas sirve esa corriente. Coincidimos, entonces, con Pacho O´Donnell cuando plantea que La Vuelta de Obligado fue “Una gesta victoriosa en defensa de nuestra soberanía política, económica y territorial que puso a prueba exitosamente el coraje y el patriotismo de argentinas y argentinos, lamentablemente silenciada por la historiografía liberal escrita por la oligarquía porteñista, antipopular y europeizante, vencedora de nuestras guerras civiles del siglo XIX.”7

Cuando el discurso oficial rescata este hecho, exalta, al mismo tiempo, a un gobierno que, paradójicamente, fue en esencia antipopular, oligárquico y antinacional. Se basa para ello en la corriente del revisionismo histórico que, en todas sus variantes, reivindica la figura de Rosas, y adosándole ingredientes “originales” (como incluir a Rosas, Moreno y Castelli en una misma línea política), van armando un relato histórico funcional a su propósito de mantener la esencia de las políticas liberales de los ´90 cacareando contra ellas, revistiéndose de un ropaje nacionalista.
Es interesante, también, llamar la atención sobre una paradoja poco resaltada: el discurso antioligárquico de los últimos tiempos de este gobierno contrasta con su reivindicación de uno de los principales representantes de esa oligarquía terrateniente porteña: Juan Manuel de Rosas.

En un sentido muy similar al de la Guerra de Malvinas, es necesario distinguir una guerra justa contra los intentos de control y sometimiento nacional por parte de las dos mayores potencias de la época (Gran Bretaña y Francia), de los motivos y los objetivos para los cuales determinados líderes políticos las impulsan. ¿Es correcto reivindicar la decisión de Rosas de enfrentar las intervenciones francesa primero (1838) y anglo-francesa después (1845)? Claro que sí, y más importante aún, reivindicar el rol de los verdaderos protagonistas, de todos los hombres y mujeres del pueblo argentino que dieron la vida en aquella heroica y justa lucha. Pero, al mismo tiempo, es necesario indagar en mayor profundidad por qué sucedió, de qué gobierno se trataba, quién era Rosas, qué objetivos perseguía, qué estructura económica y social contribuyó decisivamente a forjar.

Para ello, es necesario que nos ocupemos ahora de la historia.

Argentina y el mundo en la época de Rosas

La batalla de la Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845) se produce en un contexto mundial de clara hegemonía británica, en disputa con los franceses. La burguesía industrial inglesa estaba consolidando su hegemonía frente a los terratenientes y la burguesía financiera y comercial. El hecho fundamental que terminó de marcar esta consolidación fue la eliminación de las Leyes de Granos, leyes que protegían la agricultura inglesa frente a la entrada de granos extranjeros. Estas leyes beneficiaban especialmente a la clase terrateniente británica que todavía conservaba una cuota importante de poder. La eliminación de esas leyes proteccionistas era exigida por la burguesía industrial en tanto la llegada de alimentos más baratos del exterior les permitiría reducir los salarios que pagaban a sus obreros, y, en consecuencia, aumentar sus ganancias.
Así, triunfa en Inglaterra la política librecambista. La teoría económica que defendía y sigue aún hoy defendiendo esa práctica comercial es la siguiente: no hay que poner ningún tipo de obstáculo al comercio con el exterior ya que de esa manera cada país venderá aquello en lo que tenga ventajas comparativas con las demás y comprará de las otras naciones productos más baratos que si las produjera internamente. Así, por ejemplo, en aquella época, Inglaterra tenía más ventajas “comparativas” en la producción de telas y la Argentina las tenía en la producción de cueros o de lana (hoy serían la soja y sus derivados). Esta es la teoría de la División Internacional del Trabajo que fue logrando imponer Inglaterra a gran parte del mundo, convirtiéndose en el “Taller del Mundo”, asegurando su predominio y supremacía en aquella época (así como hoy lo asegura a Estados Unidos, Europa, China o Japón), dado que su desarrollo industrial hacía imposible a los demás competir con sus productos sin aplicar ningún tipo de política proteccionista.
La burguesía alemana y la norteamericana, por el contrario, no siguieron esas recetas, sino que aplicaron fuertes políticas proteccionistas que las convirtieron en poco tiempo en poderosas potencias industriales, disputándole a los ingleses cada vez más el dominio del mundo.
Esa hegemonía inglesa también se daba a nivel político y militar, con la flota más grande y poderosa del mundo iniciaban, por esa época, la construcción de ese Imperio Colonial, consolidando su dominio en la India y avanzando en la conquista de territorios en Asia, particularmente en China, así como su avance comercial en América Latina.  También, la conquista de Argelia en la década de 1830 por parte de Francia es el  prólogo de su expansión colonial, el segundo país capitalista y potencia colonial, luego de Inglaterra. No es casual que Inglaterra usurpe nuestras islas Malvinas en 1833, en función del control del paso interoceánico Atlántico-Pacífico. Esta política colonialista de la primera mitad del siglo XIX es el prólogo a- y culmina en- la etapa imperialista del capitalismo, hacia fines de ese siglo y principios del siglo XX, con el total reparto del mundo por parte de las grandes potencias.
Con las teorías librecambistas, entonces, la burguesía industrial inglesa promovía la venta de sus productos industriales en el mundo entero, para ampliar sus mercados y así aumentar las ganancias de sus empresas. América Latina y la Argentina eran -y siguen siendo- mercados muy importantes conquistados en este período post-independencia. El Estado inglés jugó un rol esencial en asegurar la “apertura” de los mercados exteriores a las manufacturas inglesas. Cuando no lo pudo lograr a través de socios locales, lo hizo a cañonazos o financiando guerras. El caso de la Guerra del Paraguay es el ejemplo más claro de la intervención inglesa para derribar una experiencia que impedía el “libre comercio” y generaba un proyecto de desarrollo independiente como lo fue el del Dr. Francia y los Solano Lopez.
La batalla de la Vuelta de Obligado, en nuestro caso, fue precisamente en respuesta a un bloqueo inglés y francés al puerto de Buenos Aires, precisamente para lograr una mayor apertura de mercados en esta región para sus productos. Ya volveremos a ella.

El desarrollo industrial en las potencias conducirá, hacia las últimas décadas del siglo XIX al monopolio y a la etapa imperialista del capitalismo. Durante el siglo XIX, estamos todavía en una etapa en la que el capitalismo se está consolidando y necesita expandir los mercados para su revolución industrial. El capitalismo inglés principalmente, y también el francés, buscaban someter y subordinar comercialmente a los mercados extranjeros, asegurándose la venta de sus productos industriales y obteniendo de ellos materias primas baratas.

Señalo esta cuestión ya que la considero de suma importancia a la hora de comprender los motivos que llevaron a Rosas a enfrentar militarmente el bloqueo anglo-francés al Río de la Plata. La clase social a la que Rosas representaba, más tarde, en la época del imperialismo y las revoluciones proletarias, se convertirá en el principal soporte interno y “abrepuertas” de la dominación imperialista.

¿Y en la Argentina?

Estamos en una época en la que, si bien existía la voluntad y la necesidad de consolidar una nación, todavía ésta no existía como tal. Los proyectos para su definitiva conformación estaban todavía en disputa. Luego de la Revolución de Mayo de 1810, los proyectos de construcción de una nación federal, democrática, anti-latifundista, con un desarrollo productivo diversificado y verdaderamente independiente –encarnados por Artigas, Moreno, Castelli y Belgrano, entre otros-, habían sido derrotados.
El territorio que formaba parte de la llamada Confederación Argentina era muy inferior al actual. Los pueblos originarios que habitaban desde el sur de la provincia de Buenos Aires hasta Tierra del Fuego y la región del Noreste argentino actual, seguían resistiendo y combatiendo contra los avances de las oligarquías provinciales, sobre todo la pampeana.
Las provincias contaban con gobiernos, aduanas, monedas y ejércitos propios. La provincia de Buenos Aires tenía una clara superioridad y hegemonía sobre las demás en tanto contaba con el único puerto de acceso al Océano y, por lo tanto, al comercio con el exterior. Manejaba el puerto y la Aduana de Buenos Aires para su beneficio exclusivo.
Esta dispersión y fragmentación política era expresión, a su vez, del predominio de las relaciones sociales de producción feudales y semi-feudales en todo este territorio. El campesinado estaba sometido a diversas formas de compulsión extraeconómica a partir de las cuales los grandes terratenientes se apropiaban de gran parte de sus producciones. Con Rosas, los comisarios y jueces de paz de las zonas rurales funcionaban unificadamente para eliminar a los gauchos independientes, convirtiéndolos en peones de estancia y campesinos sometidos, protegiendo así “la sacrosanta propiedad” de los latifundistas y garantizando la “disciplina” en el trabajo.
Las oligarquías de cada provincia, mayoritariamente, manejaban esos territorios como si fueran sus feudos y ellos sus señores. Estas relaciones sociales trababan la formación de un mercado de mano de obra libre, de un mercado consumidor de productos locales y de un mercado interno. Es decir, trababan el desarrollo del capitalismo. Con esa estructura social y con las políticas librecambistas de los gobiernos bonaerenses desde 1810 (sumado a las dificultades de transporte en una época en la que todavía no existía el ferrocarril), las producciones artesanales del interior tenían muchísimas trabas para su desarrollo.

¿Quién era Rosas?

Rosas fue gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1833 y 1852 y había logrado que los demás gobernadores le cedieran la representación de la “Confederación Argentina” frente al exterior.

Era un gran terrateniente y saladerista, fiel representante de la oligarquía porteña, defensor a ultranza de la política librecambista para favorecer la venta a Europa de cueros, carnes saladas y lanas.
Durante todos sus años de gobierno favoreció ampliamente a esa oligarquía con campañas contra los habitantes originarios de la frontera, entregando en forma de donaciones enormes cantidades de hectáreas de tierra a los grandes terratenientes bonaerenses, o vendiéndoselas a muy bajos precios.
Aunque pueda parecer tedioso, me permito citar a historiadores de distintas corrientes historiográficas, todos ellos ratificando esta realidad indiscutible:
“Desde el preciso momento de su acceso al poder, Rosas afirma definitivamente el dominio territorial de la aristocracia rural, volviéndola propietaria del suelo que el Estado le arrendaba (desde la Ley de Enfiteusis de Rivadavia). El destino agrario de la Pampa queda así fijado: no será una tierra pionera de colonización agrícola, sino el dominio reservado a la gran propiedad pastoril, el latifundio.”8.
“Los intereses ganaderos coincidían en que el general Rosas había consolidado firmemente la posición de ellos: poseían grandes propiedades; la frontera con los indios había sido empujada muy lejos; los gauchos habían sido puestos en vereda; sus costos habían sido reducidos mediante el comercio libre y la inflación.”9
 “Fue la clase terrateniente la que sustentó el liderazgo rosista… Se basó en el robo y el saqueo de tierras a sus legítimos dueños, los habitantes originarios, a través de diversas campañas militares.” 10
“Rosas cumplió cada vez mejor con su papel de protector y árbitro de un orden rural basado en la extensión del sistema de gran propiedad…”, “del mismo modo … era el mejor custodio del buen orden en los negocios”.11

La opresión de los pueblos originarios, la expropiación de sus tierras, la consolidación del latifundio y de la oligarquía terrateniente: ¿por qué calla el discurso oficial sobre estos hechos? ¿Dónde queda su retórica a favor de esos pueblos y su palabrerío antioligárquico? Los hechos recientes de Formosa, en la represión del gobierno kirchnerista contra la comunidad qom, nos eximen de mayores comentarios sobre sus mentiras y engaños.

Desde 1820 existían dos grandes proyectos de conformación de la Nación Argentina: el unitario y el federal. Aunque ambos “partidos” de la época eran muy heterogéneos, podemos decir que el proyecto unitario representaba los intereses de los grandes comerciantes porteños y sus socios del interior, cuyo negocio estaba en la intermediación de las exportaciones y las importaciones. Defendían el librecambio, la hegemonía porteña y el puerto único, y necesitaban la integración del mercado para ampliar sus negocios comerciales. Su defensa del librecambio los acercaba a los grandes terratenientes ganaderos. Los federales, por su parte, eran aún más heterogéneos. Si bien el proyecto federal tuvo un origen popular y democrático –cuyo representante principal fue Artigas-, hacia esta época primaban entre ellos los caudillos del interior que defendían la autonomía de sus provincias a tono con las prácticas propias de oligarquías cuasi-feudales. En muchos casos, se oponían a la hegemonía porteña y reclamaban medidas de protección a la producción artesanal y agrícola de cada provincia por parte de los gobiernos de Buenos Aires. La conversión y adscripción al federalismo por parte de la oligarquía porteña -luego de la derrota del proyecto unitario que los contenía y defendía- estaba más ligada a la defensa de la autonomía provincial en tanto les garantizara la continuidad de los privilegios de esa provincia y la negativa a compartir las riquezas que consideraban “propias”, de “su” aduana y “su” puerto.
Rosas era uno de ellos. Se puso a la cabeza de la lucha contra el unitarismo, canalizando la oposición popular y de las provincias a dicho proyecto. Reivindicaba en sus discursos el federalismo y la guerra a muerte contra los unitarios. Sin embargo, su accionar contrastaba ampliamente con las propuestas y reclamos de los verdaderos federales. Los reclamos de los líderes federales de las provincias eran esencialmente tres: el reparto de los ingresos de la Aduana de Buenos Aires, en tanto todas las provincias participaban de los fondos que allí se obtenían al comerciar con el exterior; políticas proteccionistas para las producciones artesanales y agrícolas del interior que competían con los productos extranjeros, esencialmente de origen inglés; y la apertura de otros puertos fuera de Buenos Aires para el comercio exterior, lo cual suponía hacer posible la libre navegación de los ríos interiores Paraná y Uruguay por parte de los buques extranjeros para poder comerciar directamente con ellos sin necesidad de recurrir al puerto de Buenos Aires. Finalmente, reclamaban la organización nacional sobre la base de un sistema federal que respetara las autonomías provinciales y que asegurara esos reclamos.

Mientras Rosas fue gobernador de Buenos Aires se opuso tenazmente a resolver ninguna de aquellas cuestiones favorablemente a las provincias. Mantuvo el control exclusivo de los ingresos de la Aduana de Buenos Aires, negándose terminantemente a cualquier reparto; impidió la apertura de otros puertos sobre el Paraná y el Uruguay y la libre navegación de los ríos interiores; y, mientras pudo, mantuvo políticas arancelarias librecambistas desprotegiendo e impidiendo el desarrollo artesanal, manufacturero y agrícola de las provincias.
Se opuso, finalmente, a organizar un Congreso Constituyente que le diera a la Nación Argentina una constitución que plasmara estos reclamos. Cuando en 1831 se firmó el Pacto Federal entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, Rosas había aceptado incorporar a una de sus cláusulas la convocatoria en el futuro de un congreso de ese tipo que consolidara la nación. Sin embargo, desde ese mismo año y hasta su derrota en Caseros en 1852, argumentó contra la posibilidad de concretar dicha convocatoria aduciendo la necesidad de garantizar primero la paz, que estaba en peligro por las guerras civiles constantes que se vivían en esa época. Recién con la derrota de Rosas fue posible la realización de dicho Congreso, donde se sancionó la Constitución de 1853 (sin la aceptación de Buenos Aires).

Todo eso lo hizo con una máscara y un discurso federal que le permitieron, durante un tiempo, confundir y generar falsas expectativas en aquellos que realmente esperaban que se cumplieran las promesas “federales” que Rosas decía defender.

En este sentido, cualquier semejanza entre el rosismo y el kirchnerismo no es pura casualidad. Cristina Kirchner parece emular a Rosas en ese aspecto y entonces comprendemos mejor que reivindique su figura. Su discurso en los actos oficiales del 20 de noviembre del año pasado, reivindicando a Rosas, es ilustrativo al respecto: “entender la necesidad de la unidad nacional. No como un objetivo declarativo, sino como un instrumento para lograr definitivamente la construcción de una gran nación como soñaron Rosas (sic!!!), San Martín, Belgrano, Moreno, Castelli, Monteagudo, todos los hombres y todas las mujeres que lucharon por esos ideales.” Al mismo tiempo que mete a todos en la misma bolsa, incluyendo y confundiendo a Rosas con verdaderos líderes patrióticos y revolucionarios, las masas se evaporan…
O´Donnell, convertido últimamente en el historiador oficial del gobierno, falta a la verdad cuando plantea: “Rosas fue una persona que tuvo una conciencia de nación cuando muchos no la tenían: sobre todo los unitarios, a quienes sólo les interesaba el puerto de Buenos Aires, la Pampa húmeda y la relación con Europa. Las provincias eran el apoyo de Rosas. Si bien nunca dejó de ser un hombre de Buenos Aires, gobernó para constituir la unidad nacional. Por eso fomentó constituciones y acuerdos interprovinciales.”

Todo lo que desarrollamos hasta aquí demuestra que el rosismo lejos de construir una gran nación, la disgregó, profundizando los conflictos y las contradicciones al pretender mantener los privilegios de Buenos Aires en perjuicio de todas las demás provincias. Fueron sus políticas el principal obstáculo, en la época, a la unidad nacional.
¿Proteccionismo o librecambio?

El “federalismo” de Rosas, en el plano de la política comercial, no se diferenciaba de las políticas aplicadas y defendidas por los unitarios -sus enemigos declarados-: el librecambio.

Uno de los representantes más importantes de la época de la corriente federal fue Pedro Ferré, gobernador de Corrientes y férreo opositor a las políticas de Rosas. Ferré defendía vigorosamente la necesidad de aplicar políticas proteccionistas que permitieran el desarrollo de las industrias argentinas. La importación de aquellos productos que podían ser producidos en el país debía, en su propuesta, gravarse con altos impuestos o ser prohibida completamente. También defendía la necesidad de abrir los puertos del Paraná y el Uruguay al comercio con el exterior, oponiéndose al monopolio que sobre el mismo ejercía Buenos Aires. Planteaba que esa era una de las causas de la decadencia económica del interior del país.
“No se pondrán nuestros paisanos ponchos ingleses; no llevarán bolas y lazos hechos en Inglaterra; no vestiremos ropa hecha en extranjería…; pero, en cambio, empezará a ser menos desagraciada la condición de pueblos enteros de argentinos, y no nos perseguirá la idea de la espantosa miseria a que hoy son condenados”12. ¡Cuánta vigencia tienen estas palabras!

En 1835 Rosas hizo aprobar una Ley de Aduanas que fue levantada por el revisionismo histórico, y hoy es retomada por Pacho O´Donnell y la corriente historiográfica que sostiene los discursos kirchneristas, para abonar su falacia de un Rosas nacionalista y promotor de un proyecto productivista, del cual ellos serían los continuadores.
Se trataba de un momento de ofensiva de las provincias respecto de sus reclamos proteccionistas, un momento en el que Rosas necesitaba del apoyo de los gobernadores provinciales. Entonces, decidió hacer aprobar por la Legislatura bonaerense una ley arancelaria que gravó la importación de algunos productos sensibles para las provincias, inclusive la de Buenos Aires. Sin embargo, esta ley tuvo una aplicación efímera y no fue acompañada de ninguna otra medida de apoyo, subsidio o planificación para el desarrollo de una verdadera industria argentina. Seguían quedando en manos de Buenos Aires las llaves para favorecer o empobrecer a determinadas provincias. Con esta ley, incluso, Buenos Aires aumentó notablemente sus ingresos aduaneros.
Un bloqueo al puerto de Buenos Aires realizado por los franceses entre 1838 y 1840 -reclamándole a Rosas un tratado comercial tan favorable a ellos como lo era con los ingleses ya desde la época rivadaviana, y también hacia los ciudadanos de ese origen- provocó el aumento del precio de muchos productos que se importaban, y una gran escasez. Por lo tanto, generó la necesidad de eliminar las tarifas protectoras una vez culminado el bloqueo, frente a los reclamos de los grandes terratenientes, por razones económicas y fiscales. Ya en 1841 se permitió la importación de aquellos productos que no estaban autorizados por la ley arancelaria de 1835. El bloqueo había hecho evidente que la industria local no podía abastecer los mercados locales, en tanto no existió por parte de Rosas ninguna política tendiente a protegerla y desarrollarla.
“Cuando se reanudó el tráfico internacional, Rosas abandonó calladamente el proteccionismo como sistema y sólo mantuvo los aranceles aduaneros como fuente de ingresos fiscales… El breve coqueteo de Rosas con el proteccionismo debe tomarse solamente como lo que fue: una concesión política a declinantes intereses conservadores y no un programa de industrialización audazmente concebido.”13
“El aspecto económico de la organización nacional salió, pues, una vez más a la superficie. Buenos Aires volvió a aparecer subordinando el bienestar de las provincias a sus propios intereses económicos. Ahora era claro, aún más que antes, que Rosas no quería seguir una verdadera política federal con respecto al comercio exterior. La profesión de fe en los principios federales que continuaba proclamando el gobierno porteño ya no engañaba a nadie. En los asuntos que afectaban al status económico de las provincias los actos del gobierno de Buenos Aires no eran diferentes de los que haría un gobierno unitario.”14
Ferns, confirma estas conclusiones cuando afirma que “la eliminación progresiva de las tarifas aduaneras de la ley de 1835, fomentó en las provincias una creciente inquietud e insatisfacción con el federalismo rosista, el cual era, según un consenso cada vez más generalizado a fines de la década del 40, sólo un disfraz para el seccionalismo egoísta de los porteños y de los estancieros de Buenos Aires. Y ese disfraz se fue haciendo cada vez más transparente en cuanto Rosas no tuvo ya que enfrentar a formidables enemigos extranjeros.”15

“Rosas dio a los británicos un mercado libre en la Argentina. La ley de Aduanas de 1835, es verdad, significó un apartamiento temporario de estos principios. Pero los británicos parecieron comprender que se trataba esencialmente de una táctica para reconciliar a todo el país con la dominante economía de exportación ganadera, mediante la protección de algunos de los otros grupos ante sus consecuencias. Los británicos no desaprobaron la protección de la agricultura y no se desalentaron por la protección de las industrias artesanales. El autor de la ley, y de la mayor parte de la política económica de Rosas, José María Rojas y Patrón, era amigo de los británicos.”16

En 1852 (año en el que Rosas fue derrotado), un influyente diplomático y comerciante inglés, Woodbine Parish, ilustraba con total claridad el nivel de avance y subordinación de la economía argentina por parte de la burguesía industrial y comercial inglesa durante el período rosista: “Los precios módicos de las mercaderías inglesas especialmente las adecuadas al consumo de las masas de la población de aquellos países, les aseguraron una general demanda desde el momento de abrirse el comercio. Ellas se han hecho hoy, artículos de primera necesidad de las clases bajas de Sudamérica. El gaucho se viste en todas partes con ellas. Tómese todas las piezas de su ropa, examínese todo lo que lo rodea exceptuando lo que sea de cuero, ¿qué cosa habrá que no sea inglesa? Si una mujer tiene pollera, hay diez posibilidades contra una de que sea manufactura de Manchester. La caldera u olla en que cocina su comida, la taza de loza ordinaria en que la come, su cuchillo, sus espuelas, el freno, el poncho que lo cubre, todos son efectos llevados de Inglaterra… al mismo tiempo que perpetúa nuestro predominio en sus mercados… Además de tejidos de algodón, enviamos también a Buenos Aires considerables cantidades de géneros de lana, hilo y seda; artículos de ferretería y cuchillería; lozas finas y ordinarias; vidrios, carbón, etc.”17

Entonces, teniendo en cuenta estas características del gobierno rosista ¿cómo podemos explicar la decisión de Rosas de hacer frente a las intervenciones de las potencias extranjeras, tanto en 1838 como en 1845?

Rosas, ¿líder nacionalista?
 

Analicemos ahora en qué consistía el presunto nacionalismo del gobierno de Rosas. Este es el principal contrabando del discurso histórico y político oficial que sustentaría la continuidad de las políticas actuales con aquellas que habría llevado a cabo un gran terrateniente devenido, en este discurso, en un gran líder patriota. Ya hicimos referencia a su política librecambista que otorgaba enormes privilegios a la entrada de productos extranjeros, particularmente ingleses, y a las nefastas consecuencias que estas prácticas generaron sobre las producciones artesanales del interior del país y la imposibilidad de competir con esa producción industrial extranjera, impidiendo su desarrollo.

Dice Lynch, “Rosas no era antibritánico. Sus respuestas a la política británica y su tratamiento a los súbditos británicos evidenciaba una gran ecuanimidad.”18
Así lo expresaba el mismo Rosas en una carta de 1839: “Cuando los argentinos tanto debemos al Gobierno de S.M.B. en la jura de nuestra independencia, cuando V.E. tanto se interesa de corazón en la libertad, honor y gloria de la Confederación Argentina … es y será siempre intensa nuestra encarecida gratitud…”19
Los representantes británicos en Buenos Aires, en su mayoría, apoyaron a Rosas, considerándolo un pacificador de la región. Esta “paz” era un bien muy valorado por los británicos en tanto y en cuanto lo necesitaban para garantizar aquí sus negocios y la venta de sus productos. Temían a la “anarquía”, al “desorden” que hacían peligrar sus intereses.

“Los acreedores ingleses deberían rezar para que Rosas permaneciera en el poder. Apenas nos considera extranjeros aquí, y tal es la abrumadora superioridad de nuestro comercio y riquezas en Buenos Aires y, en general, en la provincia, que nuestra influencia siempre habrá de predominar aquí para el establecimiento de relaciones pacíficas…”20.

Lo ocurrido con nuestras Islas Malvinas también demuestra lo contrario al discurso oficial sobre un Rosas defensor de nuestra soberanía nacional frente a las pretensiones extranjeras. El 2 de enero de 1833 una corbeta británica ocupó las islas, obligando al personal argentino a abandonarlas y declaró su soberanía sobre ellas. Rosas, lejos de defender nuestra soberanía allí, envió a Manuel Moreno a Londres para explorar la posibilidad de ceder los derechos argentinos sobre las Malvinas a cambio de la cancelación de la deuda remanente del préstamo de 1824. Por supuesto, los ingleses se negaron. “En cuanto a Rosas, se ha observado acertadamente que la preocupación eran las vacas y las ovejas, no las focas y las ballenas. Y le importaba más cultivar la amistad de Gran Bretaña que desafiarla.”21 Las islas continuaron y continúan siendo usurpadas por los británicos.

Otro hecho elocuente en el mismo sentido fue cuando “En 1842, para mejorar las relaciones con Gran Bretaña, Rosas demostró voluntad para renovar los servicios de la deuda y el agente de la Baring Brothers viajó a Buenos Aires para efectuar las negociaciones. El resultado fue que Buenos Aires se comprometió a pagar a Baring mil libras mensuales a partir de mayo de 1844. Los pagos se suspendieron en 1845 y volvieron a efectuarse en 1849”22. Muchos británicos se establecieron en la Argentina en esta época como comerciantes y como terratenientes.

“Sin duda la noción de que el régimen rosista libró una heroica batalla por la independencia económica pertenece al reino de las fantasías retrospectivas: no podría ser de otra manera puesto que su mayor hazaña económica fue la de facilitar la inclusión plena del país en un sistema cuya metrópoli se encontraba en Londres y Liverpool; una prosperidad que se mide en la capacidad de cada argentino para consumir cada año unas cuarenta yardas de algodón de Lancashire parece incompatible con toda independencia económica real.”23
Por otra parte, la dependencia financiera propia de la etapa imperialista que nos encadena hoy en día, todavía no se había expandido ni desarrollado en tanto la etapa monopolista del capitalismo recién comenzará hacia fines del siglo XIX, luego de una profunda crisis económica sufrida en las principales potencias. De modo que, de ninguna manera esta carencia puede atribuirse a un mérito de Rosas. Por el contrario, ya describimos sus concesiones y negociaciones en temas como el de la deuda externa y Malvinas.

No obstante, es cierto que muchos británicos no veían muy bien los intentos de Rosas por avanzar en su dominio de Montevideo, lugar donde fueron a refugiarse muchos de sus opositores unitarios.

La Vuelta de Obligado

Buenos Aires no era todo el Río de la Plata. Montevideo era otro foco importante de política y comercio para los británicos en el otro margen del río. La Banda Oriental del Uruguay había triunfado recientemente sobre el Imperio Brasilero que siempre pretendió dominarla. Una vez derrotado el proyecto artiguista democrático y federal, la Banda Oriental se convirtió en centro de disputa entre diversos sectores: ingleses y franceses, el Imperio brasilero y los intentos hegemonistas de la oligarquía bonaerense liderada por Rosas. Las potencias europeas, principalmente Inglaterra, siempre recelaron de la posibilidad de que Buenos Aires avanzara en su poder imponiendo también su hegemonía sobre ese margen del Rio de la Plata. Por lo tanto, su preocupación fue garantizar la “independencia” de Uruguay tanto de la Confederación Argentina como del Imperio de Brasil, para evitar que ambos países incrementaran su poder.
El presidente uruguayo, Rivera, colorado, aliado a los unitarios, en función de los intereses del puerto de Montevideo, no vaciló en entregarse a los intereses extranjeros, ingleses y franceses, en su disputa con el gobierno de Buenos Aires. Así, derrotó a Oribe, blanco, aliado de Rosas; quien, desde ese momento, no abandonó su objetivo de ampliar la hegemonía de Buenos Aires sobre la Banda Oriental.
Rivera hipotecó los ingresos de la aduana de Montevideo para obtener un préstamo de un consorcio extranjero, en su mayor parte británico. Los movimientos comerciales con el exterior eran cada vez más intensos en Montevideo.

En este contexto, a inicios de 1838, Francia comenzó un bloqueo al puerto de Buenos Aires como parte de su política colonial y expansionista de este período. La decisión de Rosas de enfrentarlos ya lo prestigia en ese momento frente al pueblo y frente a los caudillos federales de las provincias. A este prestigio también sirvió la decisión de los emigrados unitarios de apoyarse en la intervención francesa para una nueva ofensiva en sus intentos por derrocarlo.

Los ingleses también estaban en plena etapa de conquista de nuevos mercados para sus productos y el mercado del Uruguay aparecía con menos obstáculos y más “flexible” políticamente para ese objetivo, que el interior de la Argentina. Este se hallaba cerrado a la navegación extranjera por la política de Rosas, quien –como ya dijimos- desde Buenos Aires prohibía el comercio extranjero directo con los puertos de los ríos interiores de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, además de Paraguay.
De modo que el conflicto entre Rivera y Oribe amenazaba la “paz” que los ingleses y franceses requerían de ese territorio para su propio beneficio. Ambos ofrecieron, entonces, a Rosas su mediación para garantizar la paz en esa región. Pero la continuidad de los planes rosistas para derrocar a Rivera, llevó a los británicos a pensar en otros medios para lograrlo: “el gobierno de su Majestad tiene el deber de apelar a otras medidas a fin de suprimir los obstáculos que en estos momentos interrumpen la pacífica navegación de estas aguas.”24
En 1843 Rosas envió la flota de Buenos Aires y destruyó la de Montevideo imponiendo un bloqueo que duró hasta 1851. Los ingleses enviaron una flota en ayuda a las fuerzas de Rivera impidiendo que Oribe pudiera triunfar por tierra y aliviando el sitio a ese puerto.
Mientras tanto, los comerciantes británicos de Buenos Aires protestaban por esas decisiones en tanto siempre habían obtenido de Rosas muchos “favores”.
Para el gobierno británico, el objetivo principal era garantizar la “independencia“ uruguaya, claro que respecto de Brasil y de Argentina. Al mismo tiempo, esta ofensiva contra Rosas podía permitirles también lograr otro de sus objetivos: la apertura de los ríos interiores de Argentina que facilitaran su penetración mercantil directa en nuevas áreas.
Funcionarios británicos y franceses enviaron una nota al gobierno de Rosas pidiendo la evacuación del territorio uruguayo por las tropas argentinas y la partida de Montevideo de su escuadrón. Rosas pasó a ser, momentáneamente, una causa de perturbación y ya no de estabilidad. El reclamo de la “libre navegación” (libre para que los ingleses pudieran controlar nuestros mercados) pasó a ser su caballito de batalla contra Rosas.
En el Parlamento británico se trataba el tema de esta manera:
“El duque de Richmond presenta una petición de los banqueros, mercaderes y tratantes de Liverpool, solicitando la adopción de medidas para conseguir la libre navegación de el Río de la Plata. También presenta una petición del mismo tenor de los banqueros, tenderos y tratantes de Manchester. El conde de Aberdeen (jefe del gobierno) dijo que se sentiría muy feliz contribuyendo por cualquier medio a su alcance a la libertad de la navegación en el Río de la Plata, o de cualquier otro río del mundo, a fin de facilitar y extender el comercio británico“25.  Esto sucedía en un breve período en el que se alteró en Londres la política preferida de amistad con Rosas y para esos planes se alían con los franceses.

Así, el 17 de septiembre de 1845 una fuerza de ocupación anglo-francesa desembarcó en la Isla Martín García, que era desde donde se controlaba la entrada de los ríos Paraná y Uruguay, y esa flota declaró el bloqueo a Buenos Aires. Entonces, iniciaron una expedición para navegar por el Paraná y asegurar la “libre” navegación para el comercio directo con el interior. Rosas se negó a ceder a las exigencias europeas.

Las potencias supieron aprovechar en su favor el reclamo, ya mencionado, de las provincias litoraleñas, logrando el apoyo de algunos sectores populares. Desde ya, ellas no pretendían una apertura y libertad, sino una subordinación y control mayor y mejor así como nuevos consumidores de sus producciones, garantizando la imposibilidad del desarrollo industrial nacional.

Entonces, el 20 de noviembre de 1845 -cuando la flota invasora comenzó su trayecto por el río Paraná- se transformó en una “jornada en que en desigual combate se batieron heroicamente las tropas argentinas al mando de Mansilla (cuñado de Rosas) en la Vuelta de Obligado”26. La táctica de la flota enviada por Rosas consistió en atar barcos a través de cadenas de costa a costa del río, en la zona cercana a San Pedro, en el paraje Vuelta de Obligado. En esta batalla murieron 250 argentinos y 50 invasores europeos. De esta manera, ganarían tiempo y, aunque finalmente la flota invasora extranjera logró romper las cadenas y seguir río arriba, esa efímera victoria culminó en derrota.
Las tropas invasoras no fueron bien recibidas en el litoral. Debieron retroceder. Por ejemplo, en Corrientes (aún a pesar de un gobierno opositor a Rosas) comprendieron que ellas no traerían beneficios y libertad real para las necesidades de esa provincia y elevaron de inmediato los derechos aduaneros a niveles exorbitantes. También en Paraguay hubo una manifiesta hostilidad.

Los objetivos comerciales de los británicos no pudieron ser cumplidos. “Desde el punto de vista comercial la aventura fue un fiasco. Las ventas fueron pobres y algunos barcos volvieron a sus puntos de partida tan cargados como habían salido, pues los sobrecargos no pudieron colocar nada.”27   Pero entonces las tropas extranjeras debían salir y las baterías de Rosas los estaban esperando en diversos puntos del río. Se produce allí otro hito de gran importancia en esa resistencia, y también dejado en el olvido, en Punta Quebracho, en Santa Fe. Allí se libró en 1846 una batalla victoriosa contra la armada anglo-francesa unos ocho meses después de la batalla de la Vuelta de Obligado. El lugar se encuentra en las cercanías de la actual localidad de Puerto General San Martín, a 35 km de Rosario y significó el comienzo del fin del bloqueo anglofrancés.28
Ese día tropas comandadas por el general Lucio Mansilla esperaban a la escuadra anglo-francesa que bajaba por el Paraná. Dos mercantes fueron hundidos, otros cuatro debieron ser incendiados para que no caigan en manos argentinas. Mientras las tropas argentinas tuvieron una sola baja, las enemigas fueron 60. Cabe resaltar el hecho de que la escuadra que acompañaba a los mercantes estaba constituida por modernas naves blindadas

Luego del fracaso de sus objetivos comerciales y de las derrotas militares que fueron sufriendo, finalmente, el 15 de julio de 1847 la flota británica abandonó su parte en el bloqueo. Un año después lo harán los franceses.

El bloqueo, cabe resaltarlo, mientras duró tuvo nefastas consecuencias esencialmente para los sectores populares, en tanto las dificultades financieras de la provincia y los gastos de guerra Rosas las afrontó con emisión de papel moneda con la consiguiente inflación de precios sobre todo en los artículos de primera necesidad. La posibilidad de cobrarles impuestos a las clases dominantes, hacendados y grandes comerciantes, nunca fue siquiera intentada. El apoyo popular que Rosas supo conseguir con sus falsas promesas y discursos lo fue perdiendo.

El 24 de noviembre de 1849, a través de la firma de un tratado, Gran Bretaña aceptó abandonar la isla Martín García, devolver todos los buques de guerra argentinos apresados durante la guerra, saludar a la bandera argentina en reconocimiento de su soberanía en el río, y reconocer que el Paraná era un río interior de la Confederación Argentina. Rosas, por su parte, retiró sus fuerzas del sitio montevideano. En agosto de 1850 se firmó también la paz con Francia.

¿Triunfo o derrota?

La batalla de La Vuelta de Obligado fue el inicio de una valiente gesta popular que permitió aguarles el estofado que pretendían comerse ingleses y franceses, culminando en su derrota. En esto coincidimos con O´Donnell cuando afirma que “lo que demuestra su derrota es que no se cumplieron ninguno de los objetivos de la invasión de las potencias: las provincias litorales siguen siendo argentinas, el Paraná es un río interior de nuestro territorio y la Argentina no es un protectorado británico, como habían acordado los unitarios con las potencias “interventoras”29 . Estas afirmaciones las realiza en polémica con la corriente historiográfica liberal que rápidamente sale al ruedo, ni bien se anuncia la decisión del gobierno de convertir el 20 de noviembre en el Día de la Soberanía Nacional.
A través de los medios de comunicación del sector del bloque de las clases dominantes hoy enfrentado al gobierno, como Clarín y La Nación, se alzaron las voces más reaccionarias de la historiografía dominante, en este caso, fue Luis Alberto Romero quien tomó la voz cantante. Lejos de desnudar los intereses de clase del gobierno rosista, la preocupación central de Romero es deslegitimar el camino de la lucha popular como único medio eficaz de defensa de la soberanía nacional y “rescatar” el camino del “acuerdo”, de la “negociación”.
Fiel a su permanente defensa del statu quo, a su terror a la lucha popular, a su eterna defensa del mundo imperialista y capitalista actual, plantea que la batalla de la Vuelta de Obligado resultó en una derrota para la “Argentina” y por lo tanto no habría sido ninguna “epopeya nacional”. Luego, dice, unos años más tarde, se habría logrado un acuerdo “digno” para la Argentina, a partir de negociaciones “pacíficas”: “aunque el bloqueo se mantuvo hasta 1849, finalmente se llegó a un acuerdo muy honroso para el gobierno de la Confederación, en el que Rosas obtuvo lo que no pudo lograr en el campo de batalla. Celebremos pues el éxito pacífico de la diplomacia y no el fracaso de la guerra. La negociación y no la epopeya.”30 (el subrayado es mío).
En definitiva, es justo recordar y recuperar la batalla de La Vuelta de Obligado, así como todas las acciones populares que permitieron derrotar a las tropas invasoras, para la experiencia popular en su lucha por una segunda y definitiva independencia. Sobre todo ante tanto silenciamiento de la historiografía oligárquica liberal y de sus ataques actuales contra su conmemoración.31  

Para el discurso oficial, y acá viene el engaño, esa derrota implicó el triunfo de una política de independencia nacional que Rosas habría encarnado antes y después del bloqueo anglo-francés, y sería recién a fines del siglo XIX cuando “las potencias logren dominar nuestra economía, nuestra política y nuestra cultura con la complicidad de sus socios interiores”32
Por el contrario, lo que intentamos demostrar hasta aquí es que el rosismo consolidó una estructura económico-social que preparó el terreno para la nueva época: la  dependencia, propia de la época del imperialismo. Esa oligarquía terrateniente que Rosas contribuyó a consolidar y expandir, será ese “socio interior” del que habla O´Donnell, la clase social fundamental que abrirá las puertas a la llegada de capitales extranjeros con los cuales las grandes potencias penetrarán profundamente en nuestra economía (controlando palancas fundamentales como los ferrocarriles, los frigoríficos, los bancos, el comercio exterior) y contarán, entonces, con un control político muy superior, injertándose en las estructuras estatales de poder.
Incluso, en esta perspectiva falaz se avanza aún más defendiendo a Rosas como un líder popular. Lo caracteriza O´Donnell como un “gaucho insolente que desafiaba los intereses comerciales extranjeros británicos y franceses” y como el “líder natural (sic!!) de los sectores populares”. Atajándose frente a historiadores de la derecha liberal plantea que “es cierto que Rosas era violento; todos en esa época lo eran”. Pero el problema es en beneficio de qué clase social y de qué proyecto político se implementaba la violencia, ya que podríamos plantear que todos los líderes revolucionarios eran y siguen siendo “violentos”, en tanto y en cuanto organizan y dirigen al pueblo en armas en pos de objetivos transformadores. La falta de libertades, que tan bien refleja la película Camila, las sufría el pueblo. Pero esencialmente, la violencia se ejercía hacia los productores directos, a través de la coacción física, aunque pudiera “adoptar la forma de ´protección´ e incluso llegó a basarse en la costumbre sostenida por mecanismos ideológicos de lealtad… también se utilizó para ello a la religión, sobre todo cuando al servicio del estanciero-caudillo colocó su propio retrato en el altar junto a las imágenes religiosas… Todo esto, acompañado de las disposiciones legales sobre la papeleta, que completaban jurídicamente la coerción extraeconómica de la relación”33. Cuando los “gauchos” no se sometían “voluntariamente” no dudaba en recurrir a la persecución, el cepo y los azotes. Ese era Rosas, un típico patrón de estancia, cuasi señor feudal.

La perspectiva de O´Donnell oculta, en definitiva, el carácter de clase del rosismo, las relaciones sociales que reforzaba, y escamotea el nivel de subordinación y control de nuestro mercado por parte de los ingleses que Rosas permitió y afianzó.
Por eso, no podría explicar por qué muchos comerciantes británicos cuestionaron desde el inicio la decisión del gobierno inglés considerando que se estaba arriesgando un mercado que valía mucho más que el de Montevideo. Durante 1845 y 1846 las exportaciones británicas a Buenos Aires sufrieron un verdadero colapso. Así, éstos comenzaron a hacer llegar sus quejas y reclamos al Foreign Office. Se sinceraban de esta manera: “los comerciantes más respetables de este país dan testimonio de su (de Rosas) buen comportamiento hacia nosotros, y si bien admiten sus defectos morales y el carácter perverso de su política doméstica, declaran en forma unánime que, en nuestros tratos comerciales con él, no tenemos motivo de queja”.34  Incluso, la Baring Brothers (casa bancaria acreedora del préstamo usurario que contrajo Rivadavia en 1824 y que seguía todavía pagándose) presionaba para que se pusiera fin a la intervención contra uno de los pocos gobiernos de América Latina que estaba intentando pagar el préstamo británico; hecho que también O´Donnell pasa por alto.

Muchos ingleses, sincerados, festejaron este final ya que el único objetivo de importancia “era asegurar la independencia del Uruguay, porque con Rosas no teníamos ninguna disputa, nada teníamos de qué quejarnos…” Los comerciantes ingleses en Buenos Aires manifestaban así su apoyo a Rosas: “La decidida protección de Vuestra Excelencia a los ingleses, la libertad de que ellos han gozado en la posesión de sus bienes y en el ejercicio de sus industrias y comercio les infunde un ferviente anhelo de que Vuestra Excelencia siga al frente del gobierno… de lo contrario afectaría a los principales intereses de los residentes británicos.”35
A partir de 1849 las exportaciones británicas a la Argentina crecieron bruscamente.

Volvamos, entonces, a la pregunta que nos hicimos antes. ¿Qué causas llevaron a  Rosas a hacer frente a la intervención anglo-francesa?
Lo hizo desde la perspectiva de su clase que era la defensa del exclusivismo y los privilegios de la oligarquía porteña, considerando este territorio como de su propiedad, obstaculizando la organización nacional y perpetuando el atraso semifeudal.

Respecto de la agresión de las potencias capitalistas, la conducta de esa clase frente a la intervención colonial se va a diferenciar del grado de cipayismo, entrega y sometimiento de la oligarquía pampeana desde fines de siglo XIX hasta la actualidad, ya en plena época imperialista, como ya mencionamos.

Desde ya, pudo Rosas ganarse el apoyo popular entusiasta en esta tarea de enfrentar con coraje a las tropas anglo-francesas porque se trataba de una causa justa desde el punto de vista del pueblo y la nación argentina en formación, que prolongaba la lucha anticolonial desde comienzos del siglo XIX (invasiones inglesas y Revolución de Mayo), frente a la prepotencia que cada vez más tendrán las potencias contra los pueblos y las naciones oprimidas. Por eso es necesario, por un lado, ubicar el contexto mundial en el que esta agresión se produjo y los intereses de clase que Rosas encarnaba, evidenciando tanto la coherencia como los límites en su decisión de enfrentarlas; y, por otro lado, afirmar la justeza de la voluntad anticolonialista, nacional, popular en las valientes acciones de rechazo a la misma.

Pasado y presente

Frente al discurso oficial debemos recuperar la verdadera historia porque nos ayuda a develar no sólo su falsedad respecto a los hechos históricos al descubrir el carácter oligárquico y anti-nacional del gobierno de Rosas, sino también la manipulación que realiza el kirchnerismo en función de su proyecto político; ilumina también acerca de varias semejanzas del verdadero Rosas con los verdaderos K: la manipulación, el engaño.

Las palabras de Cristina Kirchner en el acto oficial del 20 de noviembre son una clara muestra de lo que queremos decir. Recordémoslas una vez más para comprender la importancia y la eficacia de una retórica nacionalista, popular, frente a una práctica política que necesitan silenciar y ocultar para evitar la lucha popular.
“El otro día leía unas letras que decían que esos cañonazos de la Vuelta de Obligado se vienen sucediendo a lo largo de la historia, en esta división de los que amamos y queremos a nuestro país y de los que muchas veces, sin darse cuenta o dándose cuenta, se convierten en serviles y funcionales a los intereses foráneos…
Por eso, quiero saludarlos a todos en este 20 de noviembre, que sea símbolo de unidad nacional, pero también de dignidad y soberanía para defender a la patria.
 ¡Viva la Patria !” Cuánta hipocresía!! ¿Ellos no son serviles y funcionales a los intereses foráneos?
O´Donnell explicita aún más claramente, los objetivos políticos que persiguen  utilizando como instrumento a la historia:
“El combate de intereses antipatrióticos e intereses nacionales y populares sigue vigente hoy. Pero hay momentos en la historia en que estos últimos intereses, los nacionales y populares, han logrado confrontar con los poderes exteriores y sus aliados interiores, y eso sucedió cuando lograron liderazgos creíbles y eficaces, como fueron los casos de Rosas, de Yrigoyen, Perón y Evita, y seguramente el de los Kirchner en la actualidad” (el subrayado es mío).

Trampa, manipulación, engaño

Pasado y presente se ponen en juego y reclaman recuperar la verdadera historia para una práctica verdaderamente antiimperialista y popular.

Así como los K deslegitiman toda posible crítica, denuncia y lucha contra su gobierno en tanto se trataría de la derecha liberal procesista y golpista, así también O´Donnell intenta impedir toda crítica al rosismo en tanto se trataría de la corriente historiográfica liberal y pro-imperialista.
Existe una tercera corriente continuadora de la izquierda de mayo; una corriente democrática, popular, antiimperialista, revolucionaria. Desde esta perspectiva es legítimo y necesario desnudar la verdadera esencia de las políticas kirchneristas: una CONTINUIDAD es cierto, pero no del proyecto por el que lucharon Artigas, Moreno, Castelli, Belgrano, sino de las políticas entreguistas, antinacionales, oligárquicas y antipopulares que tienen en Rosas a uno de sus principales exponentes y que vienen siendo aplicadas sin interrupción desde la última dictadura militar hasta la actualidad.