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31 de enero de 2018

Se multiplican las campañas internacionales que buscan romper el silencio en torno al abuso y la violencia sexual

El movimiento #MeToo

El debate sobre el machismo y la violencia sexual

En octubre de 2017, en medio del escándalo en Hollywood a raíz de denuncias por acoso y abuso sexual contra el productor Harvey Weinstein, un tuit de la actriz Alyssa Milano inicia el movimiento #MeToo (Yo también) a través de las redes sociales que animó a miles a denunciar en primera persona los casos de abuso y acoso sexual. “Si has sido acosada o abusada sexualmente, escribe ‘yo también’ como respuesta a este tuit”, escribió Milano. El movimiento permitió romper el silencio que es regla en estos casos, y apuntó al acosador como responsable del hecho. Las consecuencias de esta movida y las acusaciones públicas de quienes venían callando todavía siguen decantando y habrá que ver cómo continúa. El #MeToo tuvo su réplica en muchos otros países, también en la Argentina, donde el movimiento de mujeres vive una verdadera efervescencia especialmente desde el #NiUnaMenos del 2015.
Animarse a contar lo que sucede a la mayoría de las mujeres, pero se calla, implica un gran avance en lo que es la lucha contra la violencia machista y especialmente contra la violencia sexual. La culpa y la vergüenza de quien ha sido víctima de un abuso son regla, y este movimiento y el animarse a contar, transfiriendo esas reglas al abusador es un gran avance, inmenso. Desde ya esto provocó reacciones, y una de las más llamativas ha sido la de unas cien mujeres francesas, que firmaron un documento contra el movimiento #MeToo, entre las que se encuentran la actriz Catherine Deneuve, la escritora Catherine Millet, entre otras. 
El documento firmado por las francesas dice entre otras cosas: “Esta justicia expedita ya tiene sus víctimas: hombres sancionados en el ejercicio de su profesión, obligados a renunciar, etc.; mientras que ellos solo se equivocaron al tocar una rodilla, tratar de robar un beso, hablar sobre cosas “íntimas” en una cena de negocios, o enviar mensajes sexualmente explícitos a una mujer que no se sintió atraída por el otro.
“Esta fiebre para enviar a los ‘cerdos’ al matadero, lejos de ayudar a las mujeres a empoderarse, en realidad sirve a los intereses de los enemigos de la libertad sexual, los extremistas religiosos, los peores reaccionarios y los que creen -en nombre de una concepción sustancial de la moralidad buena y victoriana- que las mujeres son seres ‘separados’, niñas con una cara de adulto, que exigen protección. (…)”
Ahora bien, debemos decir que el debate tiene una profundidad que las mujeres necesitamos, y no solo en el mundo del espectáculo, sino en todo el mundo, y en todos los ámbitos.
Estamos en un momento increíble en este auge del movimiento de mujeres que muchas llamamos revolución de las mujeres y que tendrá en el paro y movilizaciones el 8 de marzo una nueva expresión, en el cual uno de los debates abiertos es el de la violencia sexual, sumado a grandes rasgos al gran y conmovedor tema de los femicidios, a la cuestión del aborto y el reciente cuidado compartido de los hijos del código civil unido al tratamiento persecutorio que se le da a las mujeres que denuncian la violencia machista de los padres de sus hijos). 
La realidad es espeluznante. Solo un porcentaje ínfimo de mujeres que han sido víctimas de abuso sexual (en sus diferentes grados) denuncia. Se señala que una de cada cuatro mujeres ha sido víctima de abuso sexual alguna vez. Yo personalmente creo que ese número es aún mayor. De ese ínfimo porcentaje que denuncia (¿10%?), prácticamente no existen condenas si quien denuncia es una mujer adulta. Y la razón por la que no existen condenas es que la “falta de consentimiento” la debe probar la víctima habiendo gritado y habiéndose defendido con violencia (y desde ya mostrar las marcas). Sin esa reacción acreditada en el expediente, no hay condena. La impunidad es total. 
Pero en general, como tan acertadamente analiza Inés Hercovich en su Conferencia TED, luego de una investigación minuciosa a casi cien mujeres que sufrieron ataques sexuales, esas reacciones no existen. Porque, dice Inés Hercovich, las mujeres se dan una táctica concreta en el curso de ese ataque sexual para salir vivas. En mi experiencia profesional yo venía concluyendo que la reacción era indefensión y no negociación para salir vivas, pero entiendo que es un tema en el que debemos profundizar especialmente quienes nos dedicamos a esta temática y el conjunto del movimiento de mujeres. En Jujuy, cuando transmitimos esta charla TED en el módulo de Violencia Sexual, en la Diplomatura que iniciamos entre el movimiento de mujeres y la Universidad Nacional de Jujuy, se dio un debate en grupos de alumnos –más de 150- muy interesante, y sabemos que varias han revisado su propia historia reconociendo en situaciones concretas abusos sexuales y no relaciones consentidas. 
Es decir, hay algo que está terriblemente mal en nuestras sociedades profundamente patriarcales que hace que el ataque sexual ni siquiera sea reconocido como tal por quien ha sido víctima. Y hay un debate que necesitamos hacer respecto de cómo es este tema del consentimiento para acreditar que existió el abuso y lograr Justicia. Porque no solo queremos dejar de callar, queremos que no exista la impunidad que naturaliza y reproduce la violencia. En Suecia se habla ahora de consentimiento explícito previo. Esto se detracta en este documento francés, pero creo que se equivocan sus firmantes cuando no ven en qué situación estamos hoy las mujeres, cómo estamos con la balanza en la que todo el peso de la opresión de género la cargamos de una forma brutal, y en todas las cuestiones. 
La libertad sexual si es de uno solo, no es libertad sexual de dos. La libertad sexual no puede traducirse en deseo de uno y consentimiento del otro. El deseo debe ser de ambos, si no, no existe la libertad sexual de las dos personas implicadas en el acto sexual. La exageración que atribuye este grupo de francesas a las mujeres del movimento #MeToo es tal vez discutible en algunos casos. Pero debemos ver cómo va evolucionando este movimiento, porque quienes venimos dando batallas en este terreno en lo que hace a la violencia sexual (me remito a los casos de Maria Soledad Morales o Romina Tejerina) venimos sosteniendo que cuando no hay justicia hay escrache. Y eso lo aprendimos de los HIJOS y los escraches a los genocidas. Desde el diario La Nación se había acusado que esa práctica del escrache era nazi. Bueno, a las feministas muchas veces se nos acusa de feminazis. Y es una acusación canalla de la reacción. 
El problema es que en un mundo que está al revés, o que en la lógica del capitalismo y su necesario patriarcado está al derecho, dar vuelta la tortilla no tiene una receta perfecta. Es un camino que vamos andando, aprendiendo, con errores y aciertos. Sólo tenemos dos certezas: que las cosas están mal para las mujeres, y que meternos de cabeza en esta ola del movimiento es una cuestión revolucionaria.