Noticias

20 de diciembre de 2010

Comité Central  -  8 y 9 de mayo de 1977 -. Del Tercer Congreso al golpe del 76. Este balance fue aprobado posteriormente por el IVº Congreso del PCR, en abril de 1984.

Balance del trabajo del Partido a partir del Tercer Congreso

Documentos del PCR / Tomo 4

 

 

I
La lucha por un auténtico Frente Unico Antiyanqui

El Tercer Congreso
El Tercer Congreso del Partido, que sesionó los días 2 y 3 de marzo de 1974, hizo una contribución esencial a la reconstrucción de la vanguardia marxista-leninista del proletariado argentino, al proclamar su adhesión al marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung. Con ello se aplicó un duro golpe al revisionismo en el seno del Partido, y se crearon las condiciones para su avance teórico, político y orgánico.
El Tercer Congreso representó, también, un paso importante en la integración del marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung con la práctica de la revolución argentina, lo que se expresó en el Programa y en la línea política allí aprobados. Liquidó los resabios de la teoría revisionista del “capitalismo dependiente”(que sería posteriormente adoptada como teoría común por los falsos P“C” de América Latina, en su reunión del año 1975 en La Habana).
El Tercer Congreso precisó elementos esenciales de la historia del movimiento revolucionario argentino, subrayó la inevitabilidad de un camino prolongado para el triunfo de la revolución, y definió con precisión los blancos, las tareas, las fuerzas motrices, el carácter, el camino y las perspectivas de la revolución argentina.
Analizó en general correctamente la situación internacional, como lo demostraron los hechos posteriores.
Cuando se realizó el Tercer Congreso, la mayoría de las fuerzas bur­guesas y pequeñoburguesas creían que en el país se había abierto un período relativamente prolongado de estabilidad y de avance reformis­ta. Al precisar que el proceso abierto en 1969 marchaba hacia un desenlace inevitable, como resultado de la agudización de las contradicciones de clase y de la cuestión nacional, el Partido dispuso de una guía correcta para orientarse en los difíciles y complejos aconteci­mientos que sobrevendrían en los años posteriores.
Al analizar la situación nacional, el Congreso definió los rasgos más destacados del ascenso revolucionario de masas que habían caracterizado el período posterior a mayo de 1969, lo que permitió al Parti­do comprender que, si bien las fuerzas burguesas habían logrado, fi­nalmente, hegemonizar el combate antidictatorial, no lograrían por ello desviar el proceso “hacia un remanso reformista”. Esa burguesía, dijo el Tercer Congreso, estaba “montada en un tigre”.
Volvimos a reiterar que en el proceso posterior a 1969, las masas desarrollaron una forma organizativa -los cuerpos de delegados- que se había demostrado como la más apta para la defensa de los intereses inmediatos y mediatos de las masas explotadas y oprimidas.
De este modo, el Tercer Congreso extrajo enseñanzas de la práctica de las masas. Estas enseñanzas confirmaron el camino de la revolución argentina que definió el Partido desde su creación, camino que tiene su centro en las ciudades y a la insurrección armada como forma principal y superior de lucha.
Esto tiene su fundamento en la formación económico-social argentina. Por eso, dado el carácter dependiente -y no colonial o semicolonial de nuestro país- y dado nuestro mayor desarrollo capitalista, el camino de nuestra revolución tiene diferencias importantes con el ca­mino de la Revolución China. Así como, dado el carácter dependiente de nuestro país, tampoco nuestro camino revolucionario será una copia del de la Revolución Rusa. Un largo proceso histórico, desde la Colonia hasta la actualidad, nos reafirma aún más en esta convicción.
La clase obrera no solo es la clase dirigente de la revolución ar­gentina. Es también la fuerza principal de la misma.
La revolución argentina presupone la unidad y la lucha del proletariado con la burguesía nacional y con el campesinado rico. Por eso, no es una cuestión intrascendente para el triunfo de esa revolución el papel que desempeña la clase obrera en la misma, y las formas organizativas del Frente Popular de Liberación. Los cuerpos de delegados obreros, populares, y del campesinado pobre y medio, capaces de transformarse -en una situación revolucionaria- en organismos de base de ese frente de liberación, en órganos de la insurrección popular arma­da, y en organismos de doble poder (como se insinuó en las luchas posteriores a 1969), serán la forma organizativa más probable de las ma­sas para esa revolución. Junto a la dirección del partido marxista-leninista, y a una correcta política de frente único que tenga como piedra angular la alianza de la clase obrera con el campesinado pobre y medio serán la clave del triunfo de la insurrección armada libera­dora y del triunfo de la revolución democrática, popular, agraria, antiimperialista y antimonopolista, y de su perspectiva socialista.
En todo ese período influyó positivamente el análisis que hicimos de la experiencia chilena bajo el gobierno de Salvador Allende. Esta había demostrado:
–    El fracaso, una vez más, del camino reformista y pacifista para triunfar en la lucha liberadora.
–    El carácter hipócrita de la llamada “ayuda” soviética.
–    La instrumentación vil, por parte del socialimperialismo, de las fuerzas revolucionarias pequeñoburguesas y del proletariado por él influenciadas.
–    El fracaso y la inoperancia de la crítica doctrinaria a la hegemo­nía burguesa; puesto que se aparta del proceso, y aísla de las ma­sas, predicando el fracaso inevitable de la experiencia reformista burguesa, pero sin poder ayudar a las masas a avanzar despojándose de la influencia de dicha burguesía reformista. Todo nuestro esfuerzo desde marzo de 1973 se orientó a impedir que el Partido, fuertemente lastrado por el izquierdismo pequeñoburgués, cayese en esta posición doctrinaria que le impidiera avanzar hacia posicio­nes correctas, marxistas-leninistas, basadas en la línea de masas.
–    La inevitabilidad del golpe de Estado, como en el caso de Chile y como lo enseñaba una larga experiencia nacional, obligaba a preparar a las masas para ese desemboque de la situación abierta con el triunfo electoral del FREJULI.

Insuficiencias en el análisis de la situación internacional
El análisis de la situación internacional hecho por el Tercer Congre­so, al definir correctamente la época actual -corrigiendo la defini­ción errónea del Segundo Congreso- dio al Partido una orientación precisa.
Sin embargo, pese a que el Tercer Congreso fue posterior al Décimo Congreso del Partido Comunista de China, no definió que la contienda soviético-yanqui marchaba inevitablemente a una nueva guerra mundial (cosa que recién hicimos en septiembre de 1975), y no incluyó la definición de Tercer Mundo, ni la definición de una política de unidad con el Tercer Mundo (aspectos de nuestra línea que corregimos poco después del Tercer Congreso, lo que nos permitió ajustar nuestro análi­sis de la situación internacional).

El carácter de clase del gobierno del FREJULI
El análisis que hizo el Tercer Congreso del amplio frente burgués, entonces en el gobierno, fue contradictorio y parcialmente incorrecto. Dijimos que el mismo era un frente “nacionalista burgués”, que nucleaba “a lo fundamental de la burguesía nacional argentina”, y estaba “hegemonizado por la gran burguesía nacional y liderado por Perón”.
Es cierto que ese frente nucleaba a lo fundamental de la burguesía nacional, y estaba liderado por Perón. Pero no es cierto que estuviese hegemonizado por la gran burguesía nacional, ya que -como se dedu­ce del propio análisis del Tercer Congreso- las palancas claves del país estaban en manos de los testaferros de la URSS y de un sector de gran burguesía subordinada a estos y al socialimperialismo, y las fuerzas prosoviéticas -no la burguesía nacional- eran las que hegemonizaban el FREJULI.
Decimos que el análisis del Tercer Congreso fue, en este aspecto, contradictorio. Por un lado utilizó la consigna “ni amo viejo ni amo nuevo”, y avanzó en el desenmascaramiento de la penetración del socialimperialismo en el país, lo que representó un salto en el conocimiento científico de la realidad argentina y latinoamericana. Definió al socialimperialismo como enemigo de la etapa revolucionaria. Pero, por otro lado, hizo esto en forma fragmentaria, unilateral, las­trado por la no comprensión a fondo del carácter imperialista y reac­cionario, en toda la línea, del socialimperialismo soviético; lo que se expresó, posteriormente, en conciliación con las mentiras demagógi­cas (“socialistas” y “progresistas”) de sus defensores, como cuando llamamos “golpe peruano” al golpe que propiciaban los agentes del so­cialimperialismo en la Argentina.
Lo más importante es que, cuando se realizó el Tercer Congreso, no habíamos alcanzado a develar que la Argentina era un país en disputa entre yanquis y soviéticos, con predominio prosoviético desde 1971.
El hecho de que el sector prosoviético hegemonizase el frente bur­gués, pero debiese ceder el liderazgo del mismo a Perón (en parte liderazgo formal pero en parte no), fue la expresión más concentrada de que el sector de agentes y testaferros soviéticos, y de terratenien­tes y burgueses asociados, ya tenían el poder con Lanusse; y debieron ceder, condicionadamente, parte del gobierno a Perón, para poder con­servar y fortalecer sus posiciones.
Esto se debió a que, a causa de la profundización del proceso revolucionario, los prosoviéticos no pudieron imponer a Lanusse como can­didato del Gran Acuerdo Nacional, y debieron llegar a un acuerdo con Perón (y también con Balbín) en momentos en que habían debido retroceder en Bolivia y se deterioraba rápidamente, sus posiciones en Chi­le y Uruguay.
Los prosoviéticos trabajaron para debilitar a Perón, Pero, en definitiva, con la finalidad de aliarse con él en condiciones hegemónicas, ya que precisaban de su acuerdo tanto para poder realizar elecciones como para afianzarse en el poder.
Las masas explotadas habían dado grandes pasos en esos años, pero no se atrevían aun a avanzar más adelante sin Perón. El peronismo seguía siendo la gran fuerza electoral del país y el movimiento políti­co mayoritario.
Perón, a los 76 años, tenía pocas opciones. Debió optar entre la candidatura (que sería vetada, con seguridad) y el retorno. Cedió la candidatura, facilitando así el montaje de las elecciones del 11 de marzo de 1973; y cedió la hegemonía en el nuevo gobierno, para conti­nuar luchando en mejores condiciones, y desde el país, para imponer su dirección.
Esto se expreso en una dirección (prorrusa) sin liderazgo real de masas; y en un liderazgo de masas (de Perón) sin dirección real, cuestión a la que se refirió el Tercer Congreso. Simultáneamente, Perón, pa­ra forcejear con los prosoviéticos debía utilizar su liderazgo de masas, pero éstas empujaban más lejos de adonde quería ir él.
De todo esto surge la complejidad, confusión y movilidad de la situación argentina de ese período, en el que, tras ser electo presidente el líder de masas más grande del país en lo que va del siglo, debió saludar al pueblo tras una cortina de vidrio antibalas, y debió soportar una manifestación de decenas de miles de personas que, en el peor lenguaje lunfardo pequeñoburgués, insultaron a su esposa delante de la quinta presidencial.
Aquí, en la Argentina, no se trataba de impedir que el lobo ruso entrase por la puerta de atrás en tanto se echaba por la puerta de adelante al tigre (yanqui). Aquí el lobo ya estaba adentro, sin que aún se hubiese echado al tigre. Lo que confería caracteres originales a la situación política argentina. Al no subrayar esto a fondo, sacando las conclusiones políticas correspondientes, el análisis del Tercer Congreso era insuficiente para orientarnos correctamente, lo que obligó al Comité Central, y a todo el Partido, a un esfuerzo de elaboración y ajuste que llevó algún tiempo.
 El error político más grave que surgía de ese análisis consistía en que, si bien era correcto subrayar la importancia del camino revolucionario frente al reformista y la importancia de la lucha democrá­tica frente a las tendencias antidemocráticas de la burguesía, el ca­rácter proimperialista del equipo Gelbard-Madanes confería gran tras­cendencia a la lucha nacional contra el socialimperialismo que libra­ban, en el seno del frente burgués, los sectores de la burguesía na­cional representados por el peronismo y por sectores del radicalismo (aunque éste, formalmente, fuese el partido opositor).
Identificábamos dos sectores de la “burguesía nacional” que “disputaban la dirección del combate antiyanqui” (Resoluciones del Tercer Con­greso*) sin destacar que uno de esos sectores (el prosoviético) no era un sector de burguesía nacional sino un sector de testa­ferros y burguesía intermediaria del socialimperialismo.
El frente burgués tenía contradicciones, con las grandes masas populares que el Tercer Congreso analizó a fondo; pero también, tenía con­tradicciones en su seno -entre la burguesía nacional y el sector proimperialista soviético que controlaba las palancas fundamentales del Estado. El Tercer Congreso no profundizó en el análisis de esas contra­dicciones. De donde era común, en la actividad práctica del Partido, golpear más a Perón, como jefe del gobierno reformista, que a los prosoviéticos por proimperiaslistas, y, en los hechos, considerar como más firme el antiyanquismo verbal de los rusos que el antiyanquismo de Perón. Más aún cuando el Tercer Congreso privilegió la alianza con las fuerzas de izquierda (Montoneros, ERP, etc.) en el seno del posi­ble frente único antiyanqui, sin subrayar a fondo el carácter prosoviético que predominaba en esa izquierda. Esto estaba en lucha en el Partido. Ya en el acto electoral previo a las elecciones de septiem­bre de 1973 se había señalado que, desde el punto de vista de la lu­cha contra las dos superpotencias imperialistas que compiten por el dominio del mundo, Perón era más de izquierda que los Montoneros. Pe­ro no hubo una línea consecuente en esta dirección.
En la práctica planteamos, hasta mediados de 1974, “ni Perón ni Monto-neros”, aliándonos en realidad, la más de las veces, con los Montoneros y la “iz-quierda” prosoviética, y golpeando más a Perón que a los socialimperialistas.

*    Ver El frente nacionalista burgués, página 66, Resoluciones del Tercer Congreso.

 

El frente único antiyanqui
Esto estuvo ligado a la absolutización que hizo el Tercer Congreso del carácter antiyanqui de ese período revolucionario. En gran medi­da debido a que mantuvimos, sin crítica sustancial, el análisis de la sociedad argentina hecho por el P“C” y las fuerzas prosoviéticas. Y debido también a una esquemática cristalización de los objetivos tác­ticos del Partido, que olvidó que la táctica del mismo “es una parte de la estrategia, a la que está supeditada y sirve” y “determina la línea de conducta del proletariado durante un período relativamente corto de flujo o reflujo del movimiento” (Stalin), como señalamos en septiembre de 1975.
El período antiyanqui de la revolución argentina comenzó en 1945.
Pero el imperialismo yanqui tuvo grandes dificultades para poner sus garras en la Argentina, como había hecho en otros países latinoa­mericanos. Por la existencia de un gobierno nacionalista burgués hasta 1955. Por enfrentar a un fuerte movimiento antiimperialista de ma­sas. Por la influencia tradicional de Inglaterra y otras potencias imperialistas, y, posteriormente, por la fuerte penetración soviética.
Desde 1971, los yanquis y sus socios nacionales fueron desplazados en gran medida de las palancas claves del poder por sus rivales prosoviéticos y los socios de éstos.
Atendiendo a la traba que significaba para el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales el control que el imperialismo yanqui ejercía (y aún ejerce) sobre importantes palancas económicas, a su papel de imperialismo hegemónico en América Latina, a su relación con las Fuerzas Armadas y represivas de nuestros países, a la debilidad relativa a escala mundial que sufría en ese momento -principalmente por su derrota en el sudeste asiático- , a su debilidad relativa en el país posteriormente a 1971, y a la coyuntura táctica creada por el triunfo del FREJULI en las elecciones de septiembre de 1973, fue justo luchar por un auténtico Frente Unico Antiyanqui en la perspecti­va de derrotar a los enemigos de uno en uno.
Pero, al absolutizar el objetivo táctico antiyanqui dándole carác­ter de objetivo de un período relativamente prolongado, se borraba que el carácter fundamental de la dependencia al imperialismo ya era el de un país en disputa entre las dos superpotencias, con muchos elementos de cambio de la dependencia a favor del socialimperialismo so­viético; como lo demostraba su control mediante testaferros (Madanes) de la Corporación de Empresas Estatales, de importantísimas empresas y de los principales bancos, y la resolución a su favor de las conce­siones de explotación de aluminio, Papel Prensa, Soda Solvay, aceros especiales, etc.
La absolutización del período antiyanqui fue atenuada, pero no re­suelta, por el propio debate del Tercer Congreso en torno a la contradicción principal de la sociedad argentina; y al plantear que la lucha de clases y la pugna interimperialista empujaban al país a un desenlace inevitable del período abierto en 1969. Antes del Tercer Congreso comenzamos también a comprender el papel jugado por el socialimperialismo en la Argentina desde 1971.
La principal base teórica de este error estaba en la insuficiente comprensión leninista del carácter del socialimperialismo soviético; y en el insuficiente y erróneo conocimiento de los alcances reales de su penetración en el país. Esto se expresaba, también, en que denominábamos “peruano” al golpe que los prosoviéticos preparaban, al igual que como lo denominaban éstos, abriendo ilusiones sobre el posible carácter nacionalista del mismo, sin desenmascarar a fondo que el socialimperialismo utiliza a las izquierdas y a la burguesía nacional para sus planes, pero se apoya para el triunfo de éstos, principalmente, en la derecha y en un sector de terratenientes y burguesía intermediaria.
Por el peso del yugo revisionista que aún sufríamos fuimos incapa­ces de formular una línea clara de alianza con la burguesía nacional -en especial con el peronismo y el radicalismo- contra las dos superpotencias, alianza que golpease primero, preferentemente, al imperia­lismo yanqui, pero enfrentase con fuerza al pretendiente a nuevo amo.

Las masas conquistan importantes reformas
Por otro lado, la combatividad de las masas populares y el apoyo al FREJULI de la mayoría de la burguesía nacional, obligaron al go­bierno a hacer importantes concesiones que se reflejaron en una se­rie de conquistas progresistas para las masas. Al no subrayar este aspecto de la situación, nuestras críticas al gobierno tendían a des­lizarse hacia un ultraizquierdismo inoperante. Podemos mencionar en­tre esas conquistas:
–    La vigencia relativamente amplia de las libertades democráticas.
–    La elevación de la participación de los asalariados en el ingreso nacional del 35 al 42 %.
–    La congelación de precios, especialmente los de la canasta familiar.
–     La construcción de viviendas populares.
–     La prórroga de los arrendamientos rurales y alquileres.
–     El descenso de la desocupación.
–     La defensa de la soberanía nacional frente al Fondo Monetario Internacional y las posiciones tercermundistas de Perón.
–     La nacionalización de bancos. La Ley de inversiones extranjeras.
–     El ingreso masivo de estudiantes a las universidades nacionales.
–     La Ley de Contrato de trabajo.

Si hubiésemos tenido más en cuenta estos aspectos positivos de la situación posterior a mayo de 1973, habríamos podido golpear diferenciadamente, y en forma más efectiva, a la política del sector prosoviético, favoreciendo la división de la burguesía nacional con el mismo; y habría sido más efectiva nuestra crítica al llamado “redimensionamiento económico gradual” de Gelbard y los prosoviéticos, que ten­día a afirmar, gradualmente, la hegemonía económica prosoviética. También habría sido más ajustada nuestra crítica a la política agraria del gobierno y mucho más efectiva nuestra línea de oponer una plataforma revolucionaria a la línea de forcejeos del gobierno. Línea ésta, de matriz prosoviética, que consistía en chantajear al enemigo proyanqui con reformas y amenazas, sin liquidarlo, permitiendo que se enfu­reciese y contragolpease con más saña que antes.
 
El centro del combate ideológico
El Tercer Congreso, al colocar al marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung como base teórica del Partido, nos permitió hacer un análisis autocrítico de nuestro pasado, y someter a crítica las ideas revisionistas que trabaron al Partido desde su origen.
El Congreso planteó -en su debate, y especialmente en su clausura-, que el centro del combate ideológico del Partido debía golpear al revisionismo. Luego del Congreso se plantearía la lucha en torno a este punto

El Navarrazo
Inmediatamente después de realizado el Tercer Congreso se produce el “Navarrazo”.
En ese momento los sectores prosoviéticos -golpeados por el retiro del general Carcagno y de un grupo de coroneles lanussistas, y por la renuncia de Bidegain- intentaban contragolpear organizando una “liga de gobernadores” y nucleando a varias regionales de la CGT. Procura­ban la alianza con Lorenzo Miguel para poder aislar y golpear al general Perón, adueñándose del control total del aparato estatal y del gobierno.
El centro de esta maniobra tenía como base de apoyo a la provincia de Córdoba. Perón planteaba: “dejar que los cordobeses se cocinen en su propia salsa”, y los iba aislando.
En ese momento el coronel Navarro, apoyado por Antun y el peronis­mo ortodoxo, y con el silencio de Perón y del Tercer Cuerpo del Ejército, dio un golpe y se apoderó del gobierno provincial.
La posición del Partido en este acontecimiento, como balanceó la Conferencia del Partido de Córdoba, fue en general correcta.
Condenamos el putch de Navarro como “proyanqui”, al tiempo que no cedimos a la presión de los prosoviéticos que pretendían usarnos para “calentar la pava” en el movimiento obrero y estudiantil, para que ellos (metidos en el centro de las negociaciones) “tomaran el mate”. Así impedimos que lograran romper el Cuerpo de delegados del SMATA Córdoba, y evitamos aislarnos de las masas peronistas cuando los prosoviéticos plantearon la expulsión de los delegados peronistas del Cuerpo de delegados acusándolos de fascistas. Para esto el Partido debió resistir una fuerte presión de todos los sectores prosoviéticos, que trataron de usarnos como fuerza de choque en sus planes. Nuestra posición fue esencialmente justa, ya que no fuimos ni furgón del putch de Navarro ni fuerza de choque de la burguesía prosoviética.
Sin embargo, nuestro análisis de esos sucesos demostró nuestro insuficiente conocimiento del movimiento peronista y de sus diferentes corrientes.
Calificamos el Navarrazo como inicio de la contraofensiva yanqui. Y golpeamos tanto a la línea de Perón como a la de la izquierda prosoviética, como líneas de derrota frente a esa contraofensiva. Pero el golpe más duro de nuestra crítica iba contra Perón, abriendo compuer­tas a la tendencia prosoviética que golpeaba a Perón acusándolo de “aliarse con los yanquis” contra la “izquierda”. Así perdíamos de vista que el sector burgués que más concretamente dividía al frente único antiyanqui y no vacilaba, incluso, en aliarse con monopolios yanquis, era el de los sectores prosoviéticos. Éstos ya entonces se unían con monopolios yanquis a los que interesaron en el comercio con Cuba, haciéndoles enormes concesiones, y con lo fundamental de los terratenientes, al tiempo que golpeaban duramente a Perón y a los sectores tercermundistas de la burguesía nacional.

Debate de la trinchera antiyanqui
Apenas terminado el Tercer Congreso polemizamos públicamente con la línea de los Montoneros en el folleto Debate en la trinchera antiyanqui. La dirección de los Montoneros, como parte de la tropa pro­soviética, pretendía “trazar fronteras” que les garantizasen un “es­pacio” en el movimiento peronista; buscaba el acuerdo con Miguel y la mayoría del peronismo político, para aislar a Perón, Isabel y López Rega. El objetivo era copar el peronismo como condición para garantizarse un control efectivo del país. Perón dificultó esto al no apo­yar a Obregón Cano en Córdoba, y al expulsar a los Montoneros de Pla­za de Mayo el l° de Mayo de 1974. Al calar los planes de los sectores prosoviéticos, el Partido pudo tener una línea divisoria cada día más clara con la pequeña burguesía radicalizada que era instrumentada, crecientemente, por los elementos prosoviéticos. Esta divisoria de aguas fue clave para poder unirnos con las masas obreras peronistas. Pero esto no se hizo sin lucha.
El Partido sufría una fuerte presión que se reflejaba en una aguda lucha de líneas en su seno. El centro de la oposición a la línea del Partido se basaba en una defensa más o menos abierta del rol de la URSS y sus amigos y en una oposición a la denuncia del carácter im­perialista de la URSS y de su penetración en el país. Las concepcio­nes revisionistas habían facilitado a su vez la infiltración del Par­tido por los agentes del socialimperialismo, aprovechando una vieja infiltración realizada en el propio momento de la ruptura de nuestro Partido con la organización del P“C” revisionista; y aprovechando también el hecho de que agentes y amigos del socialimperialismo controlaban desde hacía tiempo resortes claves del aparato represivo estatal.

Un autentico Frente Unico Antiyanqui
En torno a la necesidad de construcción de un Frente Unico Antiyanqui hubo una intensa lucha política e ideológica dentro y fuera del Partido. La primera discusión se dio antes y durante el Tercer Con­greso, en torno a si el Frente Unico Antiyanqui ya estaba constituido, o si, lo que existía, era un frente burgués antiyanqui, incapaz de triunfar en la lucha liberadora contra el imperialismo yanqui; y era por lo tanto preciso construir un auténtico Frente Unico Antiyanqui para poder triunfar en esa misma lucha liberadora. El Tercer Congreso del Partido aprobó esta segunda orientación. Pero la lucha por la construcción de un autentico Frente Único Antiyanqui no era simple­mente una discusión sobre la composición y la hegemonía de este fren­te, sino que, también, hacía al hecho de que sectores hegemónicos en el frente burgués pretendían instrumentar al mismo, no para liberar­nos de todo amo extranjero sino para cambiar al amo yanqui por el amo soviético.
Esta discusión se daba también con los sectores de “izquierda”, en torno a si Perón debía ser o no parte de ese frente único.
Esto se había debatido intensamente cuando el socialimperialismo instrumentó una amplia ofensiva contra Perón, pretendiendo aprovechar la Comandancia del Ejército por Carcagno para copar los mandos claves del arma. Los sectores radicalizados de la pequeña burguesía presio­naban en el sentido de que Perón no debía ser parte del Frente Único Antiyanqui. Golpeaban centralmente a la burguesía nacional y consideraban aliado al socialimperialismo. Por lo tanto, se hacían eco, in­directamente, de la política concreta del socialimperialismo. El de­bate con estos sectores radicalizados era el siguiente: ¿El radio del golpe debía tender a aislar y golpear, sólo a los yanquis o como quería el socialimperialismo, debía golpear a un sector de los yan­quis y a Perón? Y aun más exactamente: ¿Se debía golpear más a Perón que a los yanquis, como hacían los elementos prosoviéticos, pretextando que la derecha y los yanquis se apoyaban en Perón? ¿0 el frente único debía ser antiyanqui y, reduciendo el radio del golpe a ese enemigo, debía tener una posición de alerta, vigilancia y lucha activa con la burguesía nacional que integraba ese frente, y enfrentar el posible reemplazo del amo yanqui por el amo ruso? Esta última posición era la correcta. Se renovaba un debate que ya había estado, con otros protagonistas, en el centro del debate nacional luego de la Revolución de Mayo, respecto a la emancipación del colonialismo español y al intento de reemplazarlo por el colonialismo inglés; y, posterior­mente, respecto de la lucha contra el imperialismo inglés y el inten­to de reemplazarlo por la dependencia al imperialismo yanqui o al im­perialismo alemán, a mediados de este siglo. Comenzaba así un inten­so debate en las fuerzas revolucionarias argentinas, debate promovido por nuestro Partido.

Elecciones en el smata y en la Sanidad
En la mayoría de las organizaciones partidarias la aplicación de la línea del Tercer Congreso se expresó en un cambio de alianzas. Cuando caracterizábamos al país como “capitalista dependiente” derivábamos de esa caracterización, lógicamente, una línea de lucha de “clase contra clase” que golpeaba en bloque a toda la burguesía, y practica­mos, durante un tiempo prolongado, una línea de alianza con los ele­mentos trotskistas. Luego del Tercer Congreso, esta línea fue reemplazada por una línea de alianza con los Montoneros y con el P“C”, que en­frentaba formalmente a los yanquis y, en la práctica, por los errores generales analizados, muchas veces golpeaba centralmente a los pero­nistas.
Las elecciones sindicales que se realizaron en el SMATA nacional y en el SMATA Córdoba en el mes de mayo de 1974 iban a significar la puesta a prueba de la línea de nuestro Tercer Congreso, y de la habili­dad táctica del Partido. Ya en el cierre del Tercer Congreso se señaló como tarea inmediata la lucha por ganar para la lista clasista las elecciones en el SMATA Córdoba, el más importante destacamento del proletariado industrial del interior del país.
Las elecciones del SMATA Córdoba en mayo de 1974 tuvieron gran re­percusión nacional. En una alianza con sectores trotskizantes la lis­ta Marrón (clasista) impulsada por el Partido, triunfo en esas elec­ciones. La lista que encabezamos tuvo más de 4.000 votos. Ese triunfó, que fue seguido por toda la prensa nacional con vivo interés, significó un importantísimo hecho en la vida política argentina. Pero ya la misma noche del triunfo se abrió una intensa lucha política en torno al análisis del mismo, y en torno a cómo se consideraba la calidad de los votos de la lista Marrón (respecto de si los votos a esta lista eran votos clasistas que expresaban la desperonizacion de la masa mecánica, o si eran fundamentalmente votos de peronistas que habí­an elegido una dirección sindical clasista), y sobre el carácter de los 3.000 votos que habían votado por la lista opositora peronista (¿Eran votos “fascistas”, como decían Vanguardia Comunista, Montone­ros, grupos de la pequeña burguesía, etc.? ¿O eran votos, en su mayo­ría, de obreros peronistas que habían votado a la lista opositora por identificación con el gobierno peronista, como decíamos nosotros?). En torno a esto se abrió una intensa lucha política.
Al mismo tiempo las elecciones en el SMATA nacional demostraron que, en última instancia, nosotros estábamos todavía atados a las alianzas con los elementos prosoviéticos en nuestra línea antiyanqui. Atados porque, en definitiva, los sectores prosoviéticos nos subordi­naban a sus objetivos divisionistas y favorables a los planes del so­cialimperialismo. Allí, en esas elecciones, sufrimos una pinza entre los elementos Montoneros y los elementos de Rodríguez que dirigían el SMATA nacional. Decidimos unir todas las fuerzas contra Rodríguez, y, a último momento, los elementos Montoneros prosoviéticos, que habían creado la lista Celeste, impidieron su presentación, e impidieron que se concretara un frente único que tenía grandes posibilidades de triunfo en el SMATA nacional. Se habían recolectado en apoyo a la lista dos mil firmas en Ford, ochocientas en Peugeot, y se había con­seguido el apoyo de la mayoría de la fábrica en Mercedes Benz, lo que demostraba la enorme influencia del proceso del SMATA Córdoba y sus ideas en el conjunto del proletariado mecánico.
También en las elecciones de la Sanidad se había demostrado que, en definitiva, en el caso de que los elementos prosoviéticos no pudiesen garantizar su hegemonía en los movimientos en los que participa­ban junto a nosotros, nos apartaban, actuando en combinación con los dirigentes sindicales que, en ese momento, en forma oculta, represen­taban la misma tendencia que ellos, como Casildo Herreras, Cabrera, Otto Calacce, etc.

Proceso en las ocupaciones y villas de emergencia
El Partido había avanzado en forma importante, en fuerza y en di­rección de masas, en el movimiento que se desarrollaba en las ocupa­ciones de viviendas y villas de emergencia. En un primer momento avanzamos sumados a los Montoneros y al ERP, aunque procuramos perma­nentemente diferenciarnos de éstos, que golpeaban a López Rega como enemigo fundamental, y utilizaban al movimiento villero para ir ais­lando a Perón, Isabel y López Rega. Rompimos con esta línea y, a partir de ese momento, avanzamos en forma sostenida en ese movimiento.

Trabajo en el campo
También en este período el Partido comenzó a realizar más sistemá­ticamente, aunque en forma embrionaria y muy débil, un trabajo hacia el campo. Principalmente avanzamos en el trabajo con los obreros ru­rales, y comenzamos a trabajar en el movimiento campesino en el Noreste y en la Pampa Húmeda, participando en las organizaciones de las Ligas Agrarias. En general, en el movimiento campesino el Partido en ese período trabajó a la cola de los sectores de la pequeña burguesía radicalizada, prosoviética, que dirigía la mayoría de las Ligas Agra­rias.

Informe militar
El Partido discutió luego del Tercer Congreso un Informe militar que, al avanzar en el conocimiento del enemigo a derrotar, al atacar con­cepciones pacifistas de lucha corta, al fijar tareas para el conjunto del Partido, permitieron adelantos en la preparación insurreccional partidaria y de las masas. Sin embargo, esos avances eran contraba­lanceados por una concepción doctrinaria de la lucha armada en la Ar­gentina, y por el arrastre de resabios putchistas que aflorarían, posteriormente, al prepararse el primer supuesto antigolpista. Desde este punto de vista ese Informe era contradictorio con los progresos que, en la lucha contra el izquierdismo trotskizante, se hacían desde el Tercer Congreso en adelante. Este Informe no partía de las experien­cias realizadas en las luchas que bocetaron, a partir de 1969, el ca­mino de la lucha armada revolucionaria en la Argentina; y fue aproba­do por el Comité Central del Partido debido a que todavía subsistían en el propio CC fuertes elementos de izquierdismo doctrinario y de putchismo.

Otras luchas y procesos
En este período hubo importantes luchas en el movimiento obrero en las que el Partido tuvo actuación destacada. Entre ellas mencionare­mos: la de los Astilleros de Río Santiago, la de Propulsora, que conquistó el primer triunfo del proletariado en La Plata luego de muchos años de derrotas y que permitió tonificar a todo el movimiento obrero en la zona; las luchas de los textiles tucumanos; la de los empleados y obreros de Gas del Estado de la Capital; la lucha de los empleados del Banco Nación; el auge organizativo y de lucha de los obreros rurales de diversas regiones del país, etc; el proceso abierto en Villa Constitución por la reorganización y democratización del Cuerpo de delegados y de la seccional metalúrgica tuvo repercusión nacional. El Partido volvió a cometer allí el error cometido en Sitrac-Sitram: centralizó su trabajo no en la masa obrera sino en el llamado “activo” de la misma, subordinando el trabajo en las masas en los hechos, a la política y a la ideología pequeñoburguesa y burguesa predominan­tes en ese activo. Esta línea fue la dominante, aunque lo fue en lu­cha con ideas e iniciativas correctas que promovió nuestro Partido desde el inicio del movimiento. Primero el Partido del lugar se unió al P“C”, VC, y otras fuerzas, contra el paralelismo trotskizante, pe­ro sin ver el peso de los testaferros soviéticos en ACINDAR, y el rol dirigente de las organizaciones de la pequeña burguesía radicalizada prosoviética en el movimiento de recuperación sindical.

El trabajo sindical del Partido
En todo ese período nuestro trabajo sindical estuvo fuertemente impregnado de un contenido general antijerarca o incluso antiburocrático, que nos impidió la concreción real del Frente único proletario.
Esto era predominante en nuestro trabajo sindical, al no diferen­ciar entre los dirigentes sindicales a aquéllos que eran propatronales de quienes tenían ideas equivocadas o reformistas; y al no diferenciar -entre los propatronales- el carácter concreto de esta posición propatronal (al servicio de posiciones de la burguesía nacional, o al servicio de tal o cual corriente proimperialista). El Partido tenía enormes dificultades para avanzar en el frente único en el pro­letariado. Esto fue predominante, aunque comenzó a ser superado, parcialmente, desde la experiencia del Partido en el SMATA Córdoba, muy especialmente durante el Navarrazo, y en el Congreso Nacional de delegados del SMATA realizado en la primavera de 1974.
En general nuestro trabajo en las empresas se hacía con lo más ra­dicalizado de las masas, y muchas veces nos aislábamos de las grandes masas. Esto venía siendo combatido desde nuestro Tercer Congreso pero aún era predominante. Simultáneamente trababa al Partido un fuerte economismo sectario, incapaz de ver la necesidad de la lucha por el poder. Este economismo sectario facilitaba el crecimiento de tenden­cias que rechazaban las reformas en aras de la revolución, contrapuestas a otras que rechazaban la revolución en aras de las reformas. Inclusive, ese economismo no veía la importancia de ganar los sindica­tos como una condición esencial para el triunfo de la revolución en nuestro país, y se refugiaba muchas veces en la realización del trabajo en la empresa para no realizar el trabajo en el sindicato. Fue necesario librar una gran batalla para que el Partido impulsara listas unitarias en las elecciones sindicales. La primera lista se había presentado en las elecciones de la Sanidad de diciembre de 1973, per­mitiéndonos realizar una importante experiencia.

La lucha del smata Córdoba
A mediados del año 1974 la lucha de los obreros mecánicos de Córdoba iba a llegar a conmover al proletariado y al país. En ella tuvo una participación importante nuestro Partido.
Para ubicar el momento político en que se libró esa lucha, debemos recordar que el 5 de mayo de 1974 Gelbard confirmaba, en Moscú, la próxima visita de Perón a la URSS para los meses de septiembre y octubre. Simultánea-mente, Gelbard era condecorado en el Kremlin por el propio Brezhnev y se firmaban importantes convenios argentino-soviéticos. Los elementos prosoviéticos avanzaban seriamente en el control del gobierno, de los sindicatos y del propio Partido peronista. El trío Romero-Broner-Brunello (subordinados los tres desde hacía muchos años al aparato soviético en la Argentina) tenía puestos fundamenta­les de dirección en la CGT, la CGE y el Partido Justicialista.
Los elementos prosoviéticos, hegemónicos en el gobierno, asustaban y chantajeaban a los yanquis, pero no los liquidaban. Habían demos­trado con el asesinato de Rucci y otros atentados terroristas, y por su línea general, que no vacilarían en ningún medio para tratar de subordinar totalmente a Perón a sus planes; así, trataban de atraerse al sector sindical liderado por Miguel, para poder aislar y subordi­nar totalmente a Perón, a Isabel, y a los sectores del peronismo que eran fieles a estos.
Perón luchaba y resistía contra estas presiones. Obligado, como él declaró en varias ocasiones, debió aceptar ese frente único. Pero lo hizo para seguir luchando, golpeando de uno a uno a los elementos prosoviéticos, y aprovechando las propias contradicciones en las que éstos se habían montado, como las contradicciones entre las diferen­tes ramas y sectores del peronismo y del movimiento popular. Perón trataba de ir ganando espacio para sus posiciones. Desde ya que, desde ese punto de vista, había en Perón unidad y lucha con los prosoviéticos. Si exagerásemos su disputa con los soviéticos exageraríamos la capacidad de independencia de la burguesía nacional. Pero si no viésemos la lucha que libró contra los elementos prosoviéticos, perderíamos de vista las posibilidades de resistencia de la burguesía na­cional.
Todo este período estuvo signado por la idea en las masas de que estaba próxima la muerte de Perón. Es un período de gran confusión en las masas peronistas que, apoyando a Perón contra los Montoneros, no tienen claridad sobre esta contradicción y advierten la precarie­dad del gobierno peronista luego de la próxima muerte de su líder. Quieren defender ese gobierno, y, simultáneamente, descontentos con la tibieza de sus reformas, buscan asegurar con dirigentes clasistas la lucha económica y las conquistas obtenidas. No comprenden la polémica pública de Perón con los Montoneros, la razón del sostenido te­rrorismo pequeñoburgués contra su jefe, la polémica con Cámpora y otros sectores peronistas, etc.
Las masas obreras sufrían dificultades económicas generadas por 1a congelación de salarios impuesta por el Pacto Social y por la política de Gelbard y, estimuladas por las conquistas logradas en esos años de ascenso de las luchas, pugnaban por conquistar nuevas mejoras. La clase obrera, que en 1973 creyó que iba a tener solución a sus problemas, veía que, sin luchar, sus reivindicaciones serían postergadas mientras los patrones, gracias al Pacto Social, se llenaban los bolsillos y veía que si no luchaba habría “un nuevo 55”.
La lucha del SMATA Córdoba fue, así, el motor de un importante au­ge de luchas, que obligaron el 12 de junio al general Perón a hacer algunas concesiones al movimiento obrero, al tiempo que amenazaba con retirarse del gobierno si el proletariado continuaba luchando sin ce­der a la exigencia de “tranquilidad social” que él reclamaba para mantener el frente único que había establecido con el sector prosoviético y otros sectores burgueses.
Lo más importante que tenemos que contestar respecto de la lucha del SMATA Córdoba es lo siguiente: ¿Esta lucha fue justa o injusta? Respon-demos sin vacilaciones que fue una lucha justa, que jugó un pa­pel enormemente positivo en la situación política nacional.
Decimos esto porque:
a)    Esa lucha fue clave en la ruptura del Pacto Social, a través del cual la burguesía pretendía amarrar al proletariado a sus planes.
b)    Pese a la gran presión y a los errores que cometimos, la lucha no fue llevada ni al antiperonismo ni al divisionismo de la CGT, co­mo pretendían los elementos prosoviéticos, que quisieron montarse en ella para chantajear primero a Perón y luego a Isabel, con la finalidad de utilizarnos y avanzar en sus posiciones golpistas.
c)    Esa lucha significó una gran experiencia para el proletariado cor­dobés en particular, y para el proletariado nacional en general. Fue la expresión más avanzada de democracia obrera y de lucha de clases que vivió el proletariado en muchos años.
d)    Se creó una fuerte corriente de solidaridad con el SMATA Córdoba, en la que participaron numerosos sindicatos y comisiones internas. Al mismo tiempo, permitió emerger a una fuerza nacional en el pro­letariado: la fuerza del clasismo revolucionario.
e)    Un enorme saldo positivo quedó después de la lucha del SMATA Córdoba, que triunfó en sus reivindicaciones económicas a costa de la intervención a su organización sindical. Salamanca pasó a ser un líder obrero nacional y la corriente de las Agrupaciones Clasistas Primero de Mayo se fortaleció nacionalmente. Nuestra posición en el conflicto fue contradictoria, pero, en definitiva, comenzó a abrir el camino para nuestra unidad con los sectores del proletariado dirigidos por el peronismo.

Sin embargo, en esa lucha cometimos errores que hicieron que la masa mecánica nos castigara en la asamblea del 23 de octubre, aceptando las conquistas económicas que se habían obtenido luego de meses de combate y planteando la postergación de la lucha contra la intervención del sindicato.
Estos errores fueron determinados, fundamentalmente, por vacilaciones frente a los sectores de la pequeña burguesía prosoviética y a los sectores reformistas del proletariado dirigidos por los elementos prosoviéticos, que se expresaron en la presencia provocativa de Firmenich en actos realizados por el proletariado mecánico, y en un tipo de alianzas con el “tosquismo” que chocaron a la masa peronista y di­vidieron a la masa mecánica. La raíz objetiva de esos errores estuvo, por un lado, en la correlación de fuerzas en la directiva del SMATA Córdoba, en la que participaba una cantidad importante de elementos vinculados a organizaciones terroristas de la pequeña burguesía; y por el otro, en el peso que tuvieron, en las negociaciones con los dirigentes del sindicato cordobés, los elementos prosoviéticos (Brunello, Gelbard, José Rodríguez, Landa, un sector prosoviético de la di­rección de la empresa, etc.) que prometían y deshacían acuerdos según sus conveniencias políticas. También entre los elementos objetivos tenemos que tener en cuenta la desconfianza hacia nosotros del pero­nismo, que nos había visto, hasta ese momento, muy confundidos con los elementos prosoviéticos. Entre las raíces subjetivas de esos errores debemos señalar, como una causa general de los mismos los errores de nuestra línea que tienen su origen en las razones que ya hemos analizado, desde el Tercer Congreso en adelante; y, en especial, la dilución del Partido en el frente único de la lista Marrón, en nuestro trabajo en el proletariado mecánico de Córdoba.

Un método de pensamiento errado
El período que concluyó el l° de julio con la muerte del general Perón fue un período positivo para el Partido. Este avanzó ideológica, política y orgánicamente; se desarrolló y creció en todo el país; aunque este avance tuvo diferencias importantes si se consideran los di­versos regionales y organismos del Partido.
Todavía arrastrábamos el lastre de las concepciones que habían sido derrotadas, pero no liquidadas, en el Tercer Congreso, y teníamos un insuficiente conocimiento de la realidad nacional. Sufríamos aún el yugo de concepciones revisionistas, sobre todo respecto del socialimperialismo.
Durante todo este período la desviación principal fue el oportunismo de “izquierda”, de raíz revisionista prosoviética.
Si bien no aprovechamos a fondo la legalidad conquistada, en ese período avanzamos en la difusión de Nueva Hora legal y de la propaganda partidaria, y realizamos actos públicos y otras actividades seme­jantes, que permitieron fortalecer las filas y la influencia del Partido.
La raíz más profunda de nuestros errores obedecía al predominio de un método de pensamiento idealista y metafísico, contra el que veníamos dando combate desde 1972. Predominaba un método de pensamiento que no busca la verdad en los hechos. Predominaba un método de pensamiento no dialéctico, unilateral; un método que no parte de la realidad, siempre contradictoria en sí misma, para ir de allí al pensamiento, y luego, mediante la práctica social, verificar lo correcto o erróneo de este pensamiento, conocimiento o teoría. Por el contrario: el método idealista y metafísico es subjetivo, pasa por alto la realidad manejándose con su pensamiento y con preconceptos. Y es unilate­ral, es decir, como enseña Mao Tsetung, piensa “en términos absolutos,” hace “un enfoque metafísico de los problemas”, no aborda “los problemas en todos sus aspectos”, y ve “todo positivo o todo negativo”, o todo a la luz de su propia experiencia. Este método de pensamiento traba la investigación concreta, y genera un estilo de trabajo pequeñoburgués, que ahuyenta a los obreros y campesinos pobres, generando así condiciones que impiden desarraigar a fondo ese método y ese estilo.

II
Muerte del general Perón

La muerte del general Perón se produjo cuando el sector prosoviético estaba en plena ofensiva para adueñarse del control total del po­der y del propio Partido peronista.
Poco antes, en mayo, una amplia delegación había visitado la Unión Soviética y acordado un estrechamiento de las relaciones económicas y políticas entre nuestro país y la URSS. Gelbard, que encabezaba esa delegación, había sido recibido con homenajes especiales en el Krem­lin, había firmado convenios económicos con la URSS cuya importancia, según el P“C” revisionista, eran “difíciles de sobrestimar”, y había anunciado, en Moscú, la próxima visita de Perón a la URSS. Comenzaban a resolverse, a favor de los sectores prosoviéticos, las “definicio­nes postergadas en siderurgia, petróleo, petroquímica, carnes, pesca, minería, etc.”, en torno a las cuales -planteó nuestro Tercer Congreso- crecía la pugna interimperialista, como denunciamos en el acto en conmemoración del “Cordobazo” realizado el 29 de mayo de 1974 en Plaza Flores.
Brunello, un testaferro del socialimperialismo, preparaba el copamiento total del Partido Justicialista a través de la designación de los interventores en los comités provinciales; Gelbard trabajaba los cambios a introducir en el gabinete; el tándem A. Romero-Ravitti con­trolaba la CGT y procuraba debilitar, y en definitiva subordinar, al sector peronista de las “62” encabezado por Miguel. La situación era tan favorable a los agentes y amigos del socialimperialismo que Nues­tra Palabra planteó que luego del 12 de junio se había abierto “una nueva etapa en el proceso liberador”.
Todo esto con el apoyo ostensible de la cúpula de las Fuerzas Armadas, principalmente del Ejército.
Con el pretexto de echar a los yanquis por la puerta delantera ha­bían entrado los soviéticos por la trasera, y se aprestaban a consolidarse como dueños de casa.
El Comité Central del Partido se reunió los días 29 y 30 de junio en momentos en que, enfermo, agonizaba el general Perón. El CC llamó al conjunto del Partido a movilizarse
“junto a nuestros hermanos de clase y de lucha, los compañeros peronistas, junto a los pueblos y naciones oprimidos que luchan en todo el mundo contra las dos superpotencias y su política imperialista, y reforzando la unidad que debe ser cimiento del poderoso Frente Único Antiyanqui, dirigido por la clase obrera, capaz de garantizar la definitiva derrota de nuestros principales enemigos, los yanquis y los sectores a ellos asociados, y de abrir así el camino para la definitiva liberación de nuestra patria de todo amo extranjero y para la definitiva liberación de nues­tra clase obrera y las masas populares”.
El CC tomó la justa posición de acompañar en su dolor a las masas peronistas, reforzando la unidad con ellas en momentos de grave peli­gro para la Patria, y manteniendo claramente su independencia políti­ca. Caracterizó con exactitud la situación política. Pero al plantear que nuestra estrategia se basaba en buscar el máximo de amigos, y nuestra táctica en impedir que se consolidase la hegemonía burguesa en el Frente Unico Antiyanqui, mantuvo el error de tomar a la burguesía antiyanqui en su conjunto, sin diferenciar a fondo, en el análisis y en el trato político, a los testaferros, agentes y socios de la URSS de la burguesía nacional, representada esta última, principalmente, por el peronismo, para tratar de golpear juntos con ésta y aislar a los primeros. Mantuvo parcialmente el error de golpear en bloque, por su carácter reformista, junto con la burguesía y los terratenientes prosoviéticos a la burguesía nacional, sin valorar a fondo que ésta, resistiendo a los yanquis, no dejaba de forcejear también con los representantes del nuevo amo.
El 1° de julio, con motivo de la muerte del general Perón, nuestro Partido estuvo junto a las grandes masas peronistas, y reforzó su li­gazón con ellas.
El CC señaló entonces, acertadamente, que el liderazgo de Perón, y por lo tanto su desaparición, no eran intrascendentes para la unidad de las fuerzas burguesas que habían votado en bloque la candidatura peronista en septiembre de 1973.
La unidad de la burguesía antiyanqui no era producto del genio po­lítico de Perón, o del mero peso político de éste. Era una resultan­te de la necesidad de esa burguesía de forcejear con los yanquis, aprovechando el debilitamiento relativo de estos; y, simultáneamente, era un intento de la burguesía por desviar y esterilizar la oleada revolucionaria desatada en 1969. Estas razones ya habían obligado a las fuerzas burguesas y terratenientes antiyanquis a transitar el ca­mino electoral para evitar un posible Argentinazo. Pero Perón aportaba a ese frente burgués su carácter de líder del principal movimiento político de masas y de la primera fuerza electoral del país, apoyando fundamentalmente en las masas trabajadoras. Y su muerte actuaría, inevitablemente, como importantísimo factor disolvente de ese frente. Esto en momentos en los que se agudizaba la lucha interimperialista por el control del país; se fortalecía en importantes sectores populares la voluntad de no someterse a un nuevo amo para escapar al otro; y crecía el papel del proletariado revolucionario en la política ar­gentina, como lo habían demostrado las luchas de los metalúrgicos de Villa Constitución, azucareros, textiles de Tucumán, rurales, y, par­ticularmente, las elecciones en el SMATA Córdoba y las luchas previas al 12 de junio de ese año.

La situación posterior a la muerte del general Perón
El l° de julio se evidenció la ofensiva de los elementos prosoviéticos, por el papel que en los funerales de Perón tuvieron Romero, Brunello y Broner.
A partir de allí, los sectores prosoviéticos -como planteó enton­ces el CC del Partido- se trazaron la línea de rodear y aprisionar a Isabel, golpeando para ello, principalmente, a López Rega. Fue cuan­do los sectores subordinados al socialimperialismo (Gelbard, P“C”, y sus amigos en las organizaciones terroristas de la pequeña burguesía como ERP, Montoneros, etc.) repetían como línea frente al gobierno de Isabel: “aislar a la familia”, “aislarla incluso de Lorenzo Miguel, quien en definitiva deberá apartarse de Isabel”; “enloquecer a Isabel para que se vaya sola”. Y frente a los yanquis, decían: “amenazarlos con vietnamizar el Cono Sur, que es lo que ellos temen”.
Para eso los sectores prosoviéticos se propusieron:
–    Reforzar sus posiciones en las Fuerzas Armadas (en ese período se produce la entrevista del general Anaya con Raúl Castro y el acercamiento al sector prosoviético del Ejército peruano).
–    Apresurar el Congreso de la CGT (presionando desde algunas regiona­les para facilitar la rendición de los sectores opositores y asegu­rarse una dirección cegetista totalmente subordinada).
–    Mantener a toda costa el “Pacto Social”, impidiendo discutir los salarios gremio por gremio.
–    Organizar un “nuevo Nino”, es decir, un amplio acuerdo programático para replantear el “nuevo” Frente de Liberación subordinado a sus planes. Para ello empujaron intensamente la realización de una “multipartidaria” y presionaron fuertemente a la UCR.
–    Asegurarse con Brunello y sus agentes en el peronismo el control del Partido Justicialista; dado que, decían, “Isabel no es Perón”, y como muerto éste, “nadie aglutina”, planteaban “que aglutine el Partido Peronista”, cuya dirección estaba controlada por elementos prosoviéticos como Brunello y otros.
–    Sin atacar de frente a Isabel irla cercando y aislando, tratando de alejar a López Rega y los sectores “Isabelistas”, y cortándoles los lazos de unidad con diversos sectores peronistas y frejulistas para llegar a demostrar que Isabel “no puede representar a siete millo­nes de votos”,  que “no fueron para ella sino para Perón”.

Desde distintos ángulos, cada una de las fuerzas prosoviéticas aportó a esta táctica. Contaban a su favor con el control casi total de los medios de información (TV, radios, prensa, revistas de distin­to tipo, etc.).
El 30 de julio el dirigente Montonero Quieto planteó en La Plata: “se acabaron los pedidos y comenzaron las exigencias… con todos los medios que el pueblo conoce”; y ante la opción “Isabel o Pinochet”, planteó que en la Argentina 74 “Pinochet se llama López Rega”.
Simultáneamente instrumentaron la intensificación del terrorismo.
Ante esto Isabel planteó:
–    Defensa de López Rega.
–    Alianza (aunque precaria) con Miguel, lo que le permitió, primero, desgastar al equipo Romero-Ravitti-Barrionuevo, y a la muerte de Romero avanzar posiciones en la CGT.
–    Impedir el agravamiento de relaciones con Chile -como querían los prosoviéticos- en momentos en que la situación regional en América Latina era muy difícil para el país.
–    Haciendo concesiones a uno u otro sector proimperialista y golpista (ruso o yanqui), Isabel también aplicó golpes al imperialismo, principalmente al yanqui, tratando de mantener en sus manos las bande­ras de la lucha antiimperialista. Para ello realizó la “argentinización” de Standard Electric, Siemens e Ítalo; y la entrega a YPF de la comercialización de los derivados del petróleo que realizaban Shell y Esso.
–    Esfuerzos por lograr un acuerdo con la corriente nacionalista de las FF.AA.
–    Concesión de diversas mejoras al proletariado y el llamado a paritarias (contra la posición de la CGE), deteriorando el Pacto Social gelbardiano.
–    Tratar de encabezar la represión al terrorismo pequeñoburgués, es­forzándose por utilizar esa represión para ganar posiciones en las FF.AA.
–    Mantener el control de los sindicatos por el peronismo, contra los sectores prosoviéticos y contra las fuerzas clasistas (rechazando también el chantaje de que los sindicatos reconocidos legalmente fueran “desbordados” por un movimiento paralelo que comenzaban a ejecutar los sectores prosoviéticos, apoyándose en Ongaro, los diri­gentes de la UOM de Villa Constitución, etc.), e ir fortaleciendo, simultáneamente, una fuerza propia en el movimiento obrero (lo que crearía luego problemas con Lorenzo Miguel).
–    Librar una batalla permanente para garantizarse la dirección del peronismo. Isabel, durante toda su gestión, dedicó sus esfuerzos principales a esta tarea clave para la suerte del movimiento pero­nista, copado hasta la médula por los sectores prosoviéticos.

En cuanto a la línea del Partido, en ese período procuró hacer avanzar la experiencia del proletariado sin despegarse de las masas peronistas, con las limitaciones de los errores ya señalados, principalmente la falta de una política de alianza clara con la burguesía na­cional no subordinada a los soviéticos; y, en los hechos, limitado por una alianza concreta con la pequeña burguesía revolucionaria hegemonizada por los prosoviéticos, lo que nos ataba los pies, en la mayoría de los casos, para una política amplia y audaz de unidad con las masas peronistas.
Como ejemplo de nuestra línea oscilante en este período, podemos señalar:
–    Posición y concurrencia del Partido ante la muerte del general Perón.
–    Línea del Partido durante el conflicto del SMATA (ya analizada).
–    Mensajes a Isabel durante la huelga del SMATA, y dirección del gol­pe principal de la huelga contra Gelbard. Al mismo tiempo también, en ocasiones, durante esa lucha dirigimos golpes contra el sector isabelino.
–    Oposición a ser instrumentados por la maniobra de la CGT paralela de Ongaro. Al tiempo que, centralmente, tratábamos de crear un frente único proletario de lucha con Ongaro, Pichinini y Tosco.
–    Orientación principal de nuestra propaganda desde Nueva Hora, denunciando con mucha fuerza los intentos de los elementos prosoviéticos por adueñarse del país.
–    Contenido del acto del cine Regio, realizado con motivo del conflicto del SMATA, donde centralmente se atacó al gelbardismo por la no solución del conflicto.
–    Movimientos de solidaridad con el SMATA Córdoba.
–    Avances en el proletariado rural y cuerpos de delegados de algunas empresas importantes en el interior y Gran Buenos Aires.
–    Orientación en el movimiento popular de las villas de emergencia y ocupaciones.
–    Congreso Nacional de delegados del SMATA, posterior a la interven­ción al Sindicato de Córdoba, en donde la delegación del SMATA Cór­doba, a sugerencia de nuestro Partido, planteó como eje fundamental de lucha, la lucha antigolpista.

El Informe de organización
En este período se produce el Informe de organización. Este Infor­me pretendía luchar contra el movimientismo pequeñoburgués que nos impedía arraigar una fuerte organización partidaria; pero al criticar fundamentalmente al empirismo, y al criticar, a través de distintas experiencias concretas, los aspectos negativos del trabajo del Parti­do en Córdoba, ese informe no facilitó la lucha fundamental que esta­ba realizando el Partido, sino que la obstruyó. Por cuanto, con to­dos los errores que la última Conferencia del Partido de la zona Cór­doba ya ha analizado, la experiencia del Partido en ese zonal era la más avanzada, y la que (como demostraron los hechos posteriores) iba a permitir un mayor avance general de nuestra organización. El error fundamental de esa crítica era que centraba en cómo debieron haberse hechos las cosas, sin tener en cuenta cómo, y en qué condiciones con­cretas se habían hecho, para, desde allí, ayudar a corregir los erro­res, aprendiendo de ellos y de lo positivo del trabajo realizado.
El problema que tenía planteado el Partido era que condiciones se­mejantes a las que habían existido en Córdoba para el avance de nues­tra organización, existieron en todo el país. ¿Por qué, entonces, en Córdoba el Partido había logrado fundirse, relativamente, con un sec­tor importante del proletariado y en otros lugares no? Y ¿cómo hacer las cosas al menos tan bien como se habían hecho en Córdoba?
Por otra parte el enemigo fundamental a atacar, desde el punto de vista teórico, era el revisionismo, golpeando tanto las posiciones empíricas como las posiciones doctrinarias que expresaban y alimentaban al mismo. Al golpear solamente al empirismo se dejaba de golpear a uno de los obstáculos fundamentales para que el Partido pudiera des­prenderse de los lastres revisionistas prosoviéticos. Es decir: se dejaba de golpear a las concepciones doctrinarias que desde la funda­ción del Partido habían obstaculizado fuertemente su consolidación y desarrollo, y seguían obstaculizando su fusión con las grandes masas. Más aun dado nuestro origen como desprendimiento del P“C” de Codovilla, partido este apegado, muchas veces, en la letra, al marxismo, y despegado del mismo en la práctica y en la orientación concreta de su línea; por lo que se dejaba de golpear una de las principales heren­cias y factores revisionistas que dificultaban tanto la asimilación del marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung como la integración del mismo con la práctica revolucionaria de nuestro país.
Desde el punto de vista organizativo, ese Informe, al no resolver bien la combinación de lo general con lo particular, y la ligazón de la dirección con las masas, reforzaba tendencias doctrinarias y admi­nistrativas que dificultaban, y dificultan, construir un Partido fuerte en número y calidad de afiliados, enraizados en las masas, que practique el principio “de las masas a las masas”.

El Comité Central de noviembre de 1974 y la línea antigolpista
La lucha para definir a favor de una u otra fuerza el control del poder; la ruptura en los hechos del frente de fuerzas burguesas y te­rratenientes que habían apoyado al FREJULI; la creciente unidad de los sectores prosoviéticos con monopolios yanquis y sectores proyan­quis en favor de un golpe de Estado proimperialista que derribara al gobierno peronista; la preparación visible de dicho golpe, y por tan­to, el acercamiento del momento del desenlace que había planteado nuestro Tercer Congreso; todo ello había introducido profundos cambios en la situación política nacional analizada por el Tercer Congreso; cam­bios que se debían reflejar en la línea política de nuestro Partido, por lo que se hizo necesario introducir determinados ajustes en la misma.
El Comité Central de noviembre ajustó la línea partidaria a estos cambios y trazó, como eje fundamental de nuestra táctica, la lucha contra el golpe de Estado prorruso o proyanqui, y la defensa, frente a este golpe, del gobierno de Isabel Perón. El CC de noviembre de 1974 colocó como consigna táctica central del Partido la de: “¡No a otro 55! ¡Unirse y armarse para aplastar el golpe!”. La declaración aprobada por el CC de noviembre habría de tener una enorme influencia en la situación política nacional, y sacaría al Partido, como se planteó mucho después, de las riberas de la corriente de “ultraizquierda” que de una u otra manera instrumentaban las fuerzas burguesas y terrate­nientes prosoviéticas, creando mejores condiciones para su transformación efectiva en el Partido de vanguardia de la clase obrera y el pueblo en la lucha liberadora, antimperialista y antiterrateniente. El Partido era una fuerza cuantitativamente pequeña, pero nuestra posi­ción antigolpista acrecentó enormemente su influencia en la situación política nacional. En esto desempeñó un gran papel nuestro trabajo de propaganda. Más de 200.000 declaraciones del Comité Central de noviembre se colocaron mano en mano y sólo centralmente se editaron más de un millón de ejemplares con la posición del Partido. Durante ese período se publicaron 63 solicitadas en 22 diarios con una tirada to­tal de más de 2 millones de ejemplares, se realizaron numerosas crónicas y entrevistas periodísticas, radiales y televisivas, y se realizaron actos y numerosas pintadas. Nueva Hora pasó a ser semanario.
Al mismo tiempo la línea antigolpista del Partido -que tenía antecedentes en la posición del Partido ante el regreso del general Perón en 1972, en la fundamentación de nuestra posición electoral en sep­tiembre de 1973, en la posición ante el defenestramiento del general Carcagno, en el Tercer Congreso, en la posición ante el Navarrazo y ante la intervención al Sindicato del SMATA Córdoba- agudizó la lucha de líneas en su interior. Esto se debió a que esa lucha creó condicio­nes favorables para golpear al revolucionarismo pequeñoburgues, y a su apoyatura teórica revisionista y prosoviética. Al ser las fuerzas prosoviéticas las más activas fuerzas golpistas, el Partido debió centrar el fuego de su ataque contra la teoría y la línea de las fuerzas subordinadas al socialimperialismo en la Argentina.
Estaba en discusión si la URSS era o no imperialista; si actuaba como tal en América Latina y en la Argentina; si la política golpista expresaba o no su política imperialista; cuál era el golpe más proba­ble (¿el prorruso o el proyanqui?); cuál era la figura política que expresaba al sector golpista prosoviético (¿Lanusse?); si el proletaria­do debía o no encabezar la lucha antigolpista; etc.
Esta lucha de líneas se expresó, inicialmente, en torno a la colo­cación masiva o no de la Declaración del CC de noviembre, y se dio en todas las organizaciones del Partido, desde el CC hasta las células. La esencia de la resistencia a la línea antigolpista se basaba, prin­cipalmente, en la resistencia a caracterizar como imperialista a la URSS (imperialista según la teoría leninista del imperialismo), sien­do que las fuerzas prosoviéticas, dirigidas por elementos totalmente subordinados al socialimperialismo soviético (como Gelbard, Frigerio, Lanusse, la dirección del P“C”, etc.) eran las fuerzas golpistas más activas. Y también la resistencia a practicar una política de unidad con la burguesía nacional que resistía a esas fuerzas imperialistas.
Inicialmente la resistencia a la línea antigolpista se expresaba en luchar “contra el golpe y contra Isabel”; pero como se consideraba golpistas solo a los “pinochetistas”, en la práctica se seguía gol­peando principalmente al gobierno peronista, subestimando el peligro real de golpe y el carácter reaccionario de éste.
Posteriormente la lucha interna en el Partido se libraría en torno a las modalidades del “supuesto antigolpista”, alrededor del cual re­surgieron viejas tendencias putchistas que fueron derrotadas en el CC, y en torno a la lucha por el cumplimiento del plan de reclutamiento de 1975. También se libraría en relación a la línea ante los asesinatos de los camaradas Winer y Rusconi. Hoy podemos afirmar, con los elementos en nuestro poder, que tanto Winer como Rusconi fueron asesinados por bandas instrumentadas por los golpistas prosoviéticos, con el fin, al igual que otros asesinatos de ese período, de “desestabilizar” al gobierno de Isabel y, al mismo tiempo, con el fin de romper al PCR, que ya empezaba a aparecer como el principal combatiente antigolpista. Se pretendía “demostrar” que mientras la dirección del Par­tido apoyaba al “gobierno fascista” de Isabel, las bandas armadas de “ese gobierno” asesinaban a nuestros militantes por orden de Isabel y López Rega. La heroica conducta patriótica y antigolpista de nuestros mártires, que cayeron defendiendo hasta el último soplo de vida las banderas del comunismo revolucionario, y la firme posición en defensa de la línea del Partido, por parte del CC y del Comité de Zona La Plata, rompieron esa maniobra. La posición que dentro del Partido plan­teaba “contra el golpe y contra Isabel” fue derrotada.
En ese período los obreros metalúrgicos de la empresa Santa Rosa, en La Matanza, realizaron un paro de 35 días que trató de ser instrumentado por los golpistas. Nuestro Partido planteó allí la línea an­tigolpista.
La carta del compañero Salamanca a los obreros del SMATA, a fines del año 74, difundida profusamente entre el proletariado mecánico, fue otra importante contribución de nuestro Partido a la lucha antigolpista, lucha que comenzó a dividir aguas en el movimiento obrero y popular en favor o en contra del golpe de Estado.

Ofensiva de las fuerzas antigolpistas
Durante el verano 74-75 se intensificó la campaña de los golpistas, aprovechando para ello el profundo descontento creado en el campo, sobre todo en torno a la crisis ganadera.
Lorenzo Miguel comenzó a inclinarse hacia una alianza con Casildo Herreras y los sectores prosoviéticos, dentro y fuera de la CGT y, con oscilaciones, fue empalmando con quienes hacían el centro del ataque en López Rega para aislar al gobierno de Isabel.
En ese verano se fueron publicando, o trascendieron, diferentes documentos opositores que facilitaron las condiciones para el golpe: documento del MID, del Episcopado, de la CGT-62, (éste último, se co­mentó, apoyado por los tres comandantes en jefe). Se montó el frente golpista de los “10 gobernadores” encabezados por Silvestre Begnis y Calabró (es decir, por los gobernadores de las dos principales provincias) y fue instrumentada por parte de los golpistas la heroica lucha de los obreros metalúrgicos de Villa Constitución.

Elecciones en Misiones
La posición del Partido fue clave para decidir al propio peronismo a enfrentar el desafío electoral en la provincia de Misiones. Los prosoviéticos habían impulsado las elecciones en esa provincia con el fin de demostrar que el gobierno de Isabel representaba solo a una minoría, por lo que era preciso instalar un “gabinete de amplia coali­ción” o de unidad nacional, favorable a sus intereses. Nuestro Partido, evitando caer en ilusiones parlamentaristas, o legalistas, dio batalla por su legalidad, atacando el carácter reaccionario del Estatu­to de los Partidos Políticos. Nos negamos a presentar lista de afi­liados o a “adecuar” nuestro programa a ese Estatuto, e hicimos el centro de la propaganda electoral en la difusión de nuestra línea antigolpista y en un programa de 12 puntos que tenía en cuenta, princi­palmente, los intereses del proletariado en general y del proletaria­do rural y los campesinos pobres y medios de la provincia, en particular.
El triunfo electoral y el tono de la propia campaña permitieron a las fuerzas antigolpistas pasar a la ofensiva con posterioridad a las elecciones de Misiones. Esto se evidenció con nitidez en el acto central del 1° de Mayo. Los elementos golpistas, que hicieron una intensa campaña para evitar la concurrencia a ese acto planteando que “ha­bría otro Ezeiza”, no pudieron impedir la concurrencia masiva al mismo. La FUA, con una posición antigolpista, participó del acto del 1° de Mayo, hecho también de gran importancia política. El Partido aportó al acto con todas sus fuerzas, al tiempo que realizó actos partidarios en la Capital y en distintos lugares del país.
Al mismo tiempo el Partido impulsó con independencia la lucha salarial en torno a las paritarias. Las agrupaciones clasistas que inte­grábamos elaboraron y difundieron anteproyectos de convenios en va­rios gremios y empresas, y se trató de empalmar la lucha salarial con la lucha antigolpista. Esta articulación se realizaba con relativa facilidad, porque los sectores golpistas prosoviéticos de la CGT y la CGE bloqueaban el trabajo de las paritarias. En el movimiento obrero se vivía un extraordinario auge de lucha reivindicativa y democrática, que se expresaba en la participación de decenas de miles de obreros en las movilizaciones por reivindicaciones salariales y por mejores condiciones de trabajo, reivindicaciones postergadas durante muchos años, que ahora las masas creían posible conquistar.
En ese momento fue desplazado el general Anaya como Comandante en Jefe del Ejército y reemplazado por el general Numa Laplane, representante de una corriente nacionalista, heterogénea, pero en lo esencial antiyanqui y antirrusa.
El gobierno peronista realizó concesiones importantes al campesinado pobre y medio de la zona de cultivos industriales, sin afectar sin embargo en lo fundamental los intereses de los terratenientes y de los grandes monopolios intermediarios. Así consiguió aliviar, par­cialmente, la presión golpista en el campo.
Fue entonces cuando Nuestra Palabra, órgano del P“C”, preocupado por la ofensiva que contra el socialimperialismo libraba el gobierno peronista, tituló una edición del periódico: “No todo está perdido”.

El Comité Central de mayo
El Informe del Comité Central de mayo de ese año trazó con clari­dad la línea antigolpista del Partido, incluida la posibilidad, en determinadas condiciones, de luchar por un gobierno de unidad antigol­pista; y ajustó las líneas específicas del trabajo del Partido a esa línea, en el sector obrero, campesino, popular, estudiantil, etc.
El Informe del CC de mayo resumió las experiencias del Partido en el período posterior a la huelga del SMATA Córdoba, y avanzó en el desenmascaramiento de la esencia de la penetración del socialimperialismo en la Argentina, y en el análisis, particularizado, de su táctica y formas de penetración. Fue un hito importante en la elaboración de la línea general del Partido.
Algunas organizaciones partidarias interpretaron este Informe como un informe “de coyuntura”, que correspondía a un período de ofensiva de la línea antigolpista; por lo cual lo desecharon, en la práctica, como línea general del Partido al sobrevenir, poco después, la contraofensiva de los golpistas, contraofensiva que estuvo a punto de ser coronada con el derrocamiento del go-bierno peronista.
El combate antigolpista era dificultado por el carácter reformista del gobierno que, si bien hacía concesiones al movimiento obrero y popular no iba a fondo en la lucha ni contra la penetración imperialista yanqui ni contra la rusa, y al no atacar a fondo a los terratenientes, y conciliar permanentemente con las fuerzas proimperialistas reaccionarias de uno u otro signo, hacía difícil la movilización de las masas populares contra el golpe.
Simultáneamente la crisis económica mundial del capitalismo comen­zaba a golpear duramente al país. La política de vaciamiento económico que había seguido el equipo Gelbard durante un largo período agra­vaba las repercusiones de la crisis. Además los golpistas impulsaban el caos económico. Gómez Morales y otros sectores peronistas trata­ban de resolver la crisis descargando sus efectos sobre las masas po­pulares. Ya en mayo, Gómez Morales se negó a avalar un aumento sala­rial de más de un 18%, por lo que las paritarias entraron en un callejón sin salida.

La crisis de junio
La crisis de junio de 1975 sacudió hasta sus cimientos al gobierno de Isabel Perón, que quedó casi inmovilizado, al borde del colapso final, después de la misma. La utilización por los golpistas del des­contento suscitado en el proletariado por el rechazo de las paritarias (posterior a la aprobación oficial y pública de la mayoría de los convenios), y por el anuncio de las medidas económicas del plan Rodrigo, iban a implicar un duro golpe al gobierno de Isabel y un avance importante de los sectores golpistas.
El centro del ataque de los golpistas fue López Rega. Y en esos ataques destinados a aislar a Isabel y dejar indefenso al gobierno peronista, se unieron yanquis y rusos. Los golpistas lograron atraer al frente huelguístico, con el fin de caldear el clima para el golpe, a las propias 62 Organizaciones. La posición de las 62 Organizacio­nes de unidad con los sectores golpistas fue dificultosa y precaria, ya que la moción de huelga se ganó en las 62 por escasa mayoría (po­niendo como primer punto el apoyo al gobierno de Isabel) y ya que lo fundamental de la UOM, UOCRA, Unión Ferroviaria y otras organizacio­nes sindicales no fueron arrastradas a las concentraciones instrumen­tadas por los golpistas. Pero esta posición de las 62 fue decisiva para aplicar al gobierno peronista un golpe del que ya no lograría reponerse.
En torno a la línea y a la actividad del Partido en la crisis de junio debemos responder a una pregunta fundamental: ¿Fue justa o injus­ta en lo fundamental esa línea y esa práctica?
La línea y la actividad del Partido en la crisis de junio fueron esencialmente justas. Y gracias a eso el Partido estrechó sus lazos con las masas peronistas y con el peronismo en general. Fueron jus­tas porque lo fundamental que estuvo en juego en junio fue la cues­tión nacional. La lucha antigolpista era la expresión política de la lucha antiimperialista en las condiciones de todo ese período, y la defensa de la patria amenazada por el golpe proimperialista era la cuestión esencial. Si se perdía esa batalla, como se perdió más tarde, las reivindicaciones económicas y democráticas del pueblo serían ava­salladas. El Partido jugó en ese aspecto un rol muy importante para impedir que los golpistas aprovechasen la gran confusión de las masas para consumar sus objetivos. Al triunfar la línea del Partido en la Asamblea de los 6.000 obreros de Santa Isabel, en Córdoba, e impedir luego la masa mecánica que la Asamblea de plaza La Paz se transforma­ra en un “Cordobazo” golpista; al volver contra Diéguez y Balcedo la concentración del 3 de julio en La Plata; y al jugar un papel impor­tantísimo en las concentraciones obreras, en las asambleas y en las marchas populares en Rosario, Gran Buenos Aires y otros lugares del país, el Partido contribuyó decididamente a evitar el golpe y a clarificar a las masas sobre los objetivos de los golpistas, cosa que ha­bría de evidenciarse posteriormente.
Los golpistas se montaron en el descontento de las masas populares por la anulación de las paritarias y por las medidas económicas del plan Rodrigo, pero no lograron, pese al enorme aparato estatal y pro­pagandístico que manejaron para ello, instrumentar al proletariado para el golpe. Fracasaron en su intento de realizar un “17 de Octubre al revés” el 27 de junio en la Plaza de Mayo. El proletariado, confuso, osciló, luchando por sus reivindicaciones sin compartir la línea de golpear al gobierno peronista, lo que se evidenció en las múlti­ples resoluciones de asambleas (e incluso en la propia resolución del paro de la CGT), que unieron a la lucha reivindicativa la defensa de Isabel. No lograron incluso -aunque se lo propusieron- movilizar con fines golpistas al movimiento estudiantil, en gran medida por la valiente actividad en él de nuestros compañeros.
Hipócritamente los golpistas, tanto los prorrusos como los proyan­quis, atacaron al plan Rodrigo como proimperialista, siendo que ambos -prorrusos y proyanquis- son partidarios de acudir al Fondo Monetario Internacional para refinanciar la deuda externa, y partidarios por lo tanto de aplicar las conocidas medidas antipopulares que ese organis­mo impone como condición para sus préstamos.
Los prosoviéticos no atacaron a Rodrigo por sus medidas antipopulares, como se evidenciaría más tarde, sino por no ser prosoviético. El plan Rodrigo era un típico plan antinflacionario de la burguesía, que eludía recurrir al Fondo Monetario Internacional haciendo concesiones reaccionarias a los monopolios imperialistas radicados en el país, y descargando sobre el pueblo las consecuencias de la crisis. Nosotros planteamos que el plan Rodrigo “facilita el plan golpista y confunde al pueblo”, criticamos “el camino equivocado del gobierno” y propusi­mos un plan de 10 puntos y 5 medidas inmediatas para salir de la cri­sis.
El análisis del período muestra que el Partido, teniendo una línea en general correcta, cometió errores. Esos errores deben ser analizados en el marco de una línea y una actividad correctas durante la crisis de junio, y en el marco de la más dura lucha de líneas en el seno del Partido y de las masas contra las tesis golpistas del socialimperialismo.
El más importante de los errores fue el de incluir en el radio de ataque a Lorenzo Miguel. Este no tuvo una posición correcta en la crisis de junio. Pero ello no nos obligaba a incluirlo en el radio principal de ataque.
La crisis del verano del 75-76 iba a demostrar la importancia de saber diferenciar a Lorenzo Miguel y a la dirección de la UOM de las posiciones de Casildo Herreras y los otros sectores prosoviéticos de la CGT.
Otro error fue el de no levantar a fondo, en la solicitada del Partido publicada a principios de junio, el reconocimiento legal y el cumplimiento de los acuerdos de paritarias, exigencia que posterior­mente habría de acordar el gobierno peronista.
Otro error fue el de no haber hecho centro (dentro del conjunto de medidas económicas propuestas por el Partido) en la moratoria de la deuda externa, principalmente con el FMI y otros organismos de crédi­to controlados por el imperialismo yanqui (recién en agosto dimos re­lieve a este punto, pero tampoco lo hicimos a fondo); y haber exigido, junto con este punto, centralmente, la lucha por el impuesto de emer­gencia a los monopolios, especialmente yanquis, y a los terratenien­tes, y el control total de los bancos, impulsando un gran movimiento por estos puntos. El plan de 10 puntos y 5 medidas era justo, pero exigía, para que sirviese a la movilización de las masas y facilitase la unidad con la burguesía nacional golpeada por la crisis, la agita­ción de esas tres medidas principales.
Con la elección de Luder como presidente del Senado, y la expul­sión del país de López Rega, se cerró esa etapa. Los hechos posteriores demostraron que los prosoviéticos tuvieron como principal objeti­vo “bordaberrizar” transitoriamente a Isabel (se llamó así al intento de transformar a la Presidente de la Nación en un títere, como habían hecho las Fuerzas Armadas uruguayas con el Presidente Bordaberry). Tácticamente empalmaban en esto con fuerzas nacionalistas y con fuer­zas burguesas proeuropeas que, con otros fines, también querían “bordaberrizar” a Isabel. De allí la insistencia del planteo de Arnedo Alvarez a las otras fuerzas golpistas de concentrar el ataque en Ló­pez Rega, y no ampliarlo a Isabel ni a los dirigentes de las 62, para lograr el más amplio frente en torno a ese objetivo e ir avanzando, poco a poco, en el plan golpista. Si los soviéticos hubiesen logrado sus propósitos, tal como los imaginaron, hubiesen podido copar el mo­vimiento peronista y el movimiento sindical, y hubiesen garantizado un tránsito más fácil, más indoloro, al restablecimiento de su hegemonía plena en el poder. Como reaseguro de esto montaron el llamado golpe “institucional”.
Pero en definitiva lo fundamental de sus esfuerzos se dirigió a garantizar sus objetivos en las Fuerzas Armadas. Más aún cuando una corriente nacionalista, relativamente minoritaria, había ganado la comandancia en jefe del Ejército y, por otro lado, los sectores proyan­quis y pinochetistas, expulsado López Rega, seguían golpeando junto con los prosoviéticos contra el gobierno peronista pero, aprovechando la faena golpista de los prosoviéticos, comenzaban a agrupar sus pro­pias fuerzas en el movimiento social, político y militar, y a levan­tar su propia plataforma golpista.
El Partido se iba transformando en el combatiente de vanguardia de la lucha antigolpista, e iba atrayendo a ese combate a sectores importantes del movimiento obrero y popular. Esto habría de comenzar a evidenciarse posteriormente. Isabel, jaqueada, siguió resistiendo y, por lo tanto, iban a fracasar las maniobras destinadas a “bordaberrizarla”.
Paralelamente el Partido ajustó su línea con el radicalismo. Al trazar como línea divisoria la línea antigolpista, opuesta a los golpistas proyanquis y prorrusos, mejoraron nuestras relaciones con los sectores antiimperialistas, democráticos y nacionalistas (antiyanquis y antirrusos) del radicalismo.
A fines de junio, principios de julio, el frente golpista se expandió y fortaleció. Los hechos parecían darle la razón a Arnedo Alvarez que tanto había insistido en unir el máximo de fuerzas contra Ló­pez Rega planteando la consigna de “gabinete de coalición cívico-militar” (consigna sorprendentemente semejante a la de los “marxistas-leninistas” de Vanguardia Comunista que plantearon: “gobierno de unidad de las fuerzas antiyanquis de fuera y dentro del gobierno”).

Divisiones en el frente golpista
Levantado el paro del 7 y 8 de julio, fueron apareciendo fisuras serias en ese frente.
Casildo Herreras y Lorenzo Miguel, pero principalmente Casildo He­rreras, recibieron una histórica silbatina de 20.000 personas que du­ró 8 rounds en el Luna Park. Mientras que Isabel era recibida por una enorme concentración en Mar del Plata, y posteriormente en Tucumán, como demostración del balance que comenzaban a hacer las masas traba­jadoras de la crisis de junio-julio. Los partidarios más fervientes de Isabel someterían el 9 de julio en Plaza de Mayo a todo tipo de insultos a los gorilas golpistas, a los elementos conciliadores del pe­ronismo, y a Bunge & Born, a los que responsabilizaban por los suce­sos de esos días.
Se demostró que los acuerdos entre Lorenzo Miguel y otros sectores peronistas y nacionalistas con los golpistas prorrusos eran limitados (procurando principalmente desplazar a López Rega) y precarios. Esto se evidenció cuando las 62 Organizaciones publicaron, en julio, una declaración que atacaba a los dos imperialismos, a los que acusaban de estimular, uno el sabotaje económico, y el otro el terrorismo. Esto resultó aun más claro porque la dirección de la CGT, impulsada por Casildo Herreras y otros golpistas, había publicado el 22 de julio una declaración claramente golpista y prosoviética.
El Comité Central sesionó los días 19 y 20 de julio y, llamando al Partido a ponerse a la cabeza de la lucha antigolpista, planteó coor­dinar con los peronistas y las fuerzas antigolpistas la lucha por ba­rrer a los golpistas del movimiento obrero, promover la más amplia democracia en fábricas y sindicatos y luchar por las reivindicaciones de los trabajadores.
El 26 de julio una concentración popular en la Plaza de Mayo demostró que las fuerzas antigolpistas se reagrupaban. La concentración fue parcialmente levantada al llegar a un acuerdo Isabel con Miguel y el coronel Damasco, pero ayudó a la unidad peronista-comunista revolucionaria y a reagrupar a las fuerzas antigolpistas.
Isabel siguió resistiendo, demostrando que eran inútiles los pla­nes para “bordaberrizarla”. Planes que también eran resistidos, con otra intención, por un sector gorila del Ejército, que levantaba las banderas del “profesionalismo prescindente”, y dificultaba así enormemente, la unidad de las fuerzas golpistas tras la consigna de “bordaberrización” de Isabel, que era la consigna táctica de los sectores prosoviéticos para ganar a sus posiciones a distintas corrientes del peronismo.
Los sectores terratenientes y burgueses proyanquis y antisoviéti­cos, sin dejar de golpear al gobierno y estimular al golpe de Estado, comenzaron a diferenciarse en todos los terrenos de los golpistas prosoviéticos. Se demostraba, una vez más, que dadas las característi­cas de la dependencia al imperialismo de nuestro país, la lucha interimperialista se disimulaba detrás de la lucha de distintas fracciones de terratenientes y de burguesía intermediaria.
Luego de la crisis de junio-julio el sector nacionalista del pero­nismo comprendió que había subestimado al socialimperialismo, lo que se debió a la incomprensión de su carácter imperialista y al descono­cimiento de la profundidad de sus raíces económicas, políticas y militares en el país.
Todos estos cambios se expresaron también en el inicio de la ruptura de la CGE. Ello demostraba que importantes sectores burgueses y terratenientes resistían al bastón de mando de Gelbard y sus amigos.
Nuestro Partido planteó entonces “ajustar el blanco de ataque para aislar a los golpistas prorrusos que son los más activos y peligrosos en este momento” (Nueva Hora, N°194).
Fue creciendo una fuerza antigolpista a partir de nuestra alianza con sectores peronistas. Esto se expresó en el movimiento obrero, en el movimiento campesino (especialmente en el Noreste), en el movimiento intelectual y estudiantil y en el movimiento político.
Mientras tanto los golpistas iban ajustando las tuercas del golpe abierto. Produjeron la crisis militar contra Numa Laplane y ubicaron a los cabecillas de la conspiración golpista prorrusa en el Ejército -los generales Videla y Viola- al frente del arma. Los golpistas prosoviéticos, por un lado instrumentaban al terrorismo pequeñoburgués y por otro, criticaban al gobierno por “la falta de una estrategia de seguridad” y lo presionaban para que las Fuerzas Armadas con­trolasen la “represión a la guerrilla” mediante la creación de la Se­cretaría de Seguridad, el control operacional en todo el país y la centralización de la inteligencia.

Polémica con el revisionismo
En la lucha teórico-política que se libraba en torno a la línea antigolpista de nuestro Partido, tuvo gran importancia la reunión del Comité Central del 12 y 13 de septiembre [de 1975] que hizo un análisis correc­to de la situación internacional y ajustó al mismo el análisis de la situación política nacional, caracterizada por un extraordinario as­censo de la lucha de masas y por una agudización de la disputa de las dos superpotencias por el control de la Argentina.
Dicha reunión del Comité Central dio polémica a fondo con las te­sis revisionistas, defendidas incluso por partidos autodenominados “marxistas-leninistas”, que niegan las tesis leninistas sobre la épo­ca, sobre el imperialismo y sobre la guerra, y atacaban nuestra línea antigolpista porque negaban, en la práctica, el carácter imperialista de la URSS. Dichas tesis consideran al imperialismo como un “factor externo” (como lo concebían los socialdemócratas del tipo de Juan B. Justo) y consideran un “delirio” hablar de actividades del imperialismo soviético en la Argentina. O estiman que, si bien los yanquis trabajan de tal manera (usando partidos políticos nacionales, agentes, militares, presiones diplomáticas, etc.) esto no es aplicable al socialimperialismo, al menos en América Latina. Y consideran a los re­visionistas modernos, prosoviéticos, como simples agentes de la bur­guesía en el movimiento obrero, sin ver su conexión -consciente o in­sconciente- con el socialimperialismo y sus planes de dominio mundial.
El Comité Central criticó en esa reunión la concepción (también defendida por revisionistas) que considera a los terratenientes como una oligarquía terrateniente unida en un bloque único, sin diferenciar a qué imperialismo está asociado tal o cual terrateniente, ya que, tradicionalmente, la gran mayoría de ellos ha actuado como apéndice de uno u otro imperialismo.
El Comité Central señaló también que el peronismo sólo controlaba el gobierno (y esto sólo parcialmente) mientras que los golpistas controlaban las palancas claves del Estado, y por lo tanto, alertó, “sin destruir ese Estado los golpistas triunfarán”.
En ese momento también se debió dar batalla contra la aplicación mecánica y errónea de enseñanzas de otras revoluciones a nuestra rea­lidad, que insistían en mantener como línea táctica del Partido y el movimiento obrero la de golpear principalmente a los yanquis, y no a los golpistas imperialistas más activos, es decir, los prosoviéticos, con lo que hubiésemos cambiado, en los hechos, la línea estratégica del Partido para la etapa, ya que, como subrayó editorialmente Nueva Hora “la lucha contra el golpe tiene como enemigos a los enemigos es­tratégicos de la revolución en la Argentina, es decir, al imperialis­mo, particularmente a las dos superpotencias, y a los terratenientes y al gran capital intermediario” (Nueva Hora, N° 202). El planteo abstracto de lucha antiyanqui sólo servía, en ese momento, para que se adueñase de la Argentina otro enemigo de nuestra revolución: el imperialismo ruso que hegemonizaba el movimiento golpista proimperialista.

El 17 de octubre de 1975
Isabel se retiró a Ascochinga. Mientras tanto Luder impuso por decreto el Consejo de Seguridad creando las condiciones para que las FF.AA. dirigiesen el gobierno. No pudiendo impedir el regreso de Isa­bel el 17 de octubre, los golpistas condicionaron el acto de esa fe­cha asegurándose el control de la comisión organizadora y el compromiso de Isabel de leer el texto de un discurso previamente acordado con las fuerzas golpistas.
Pese a esto, la conmemoración del 17 de Octubre, en la que nuestro Partido tuvo una actuación destacada, se transformó en una gran mani­festación antigolpista. Fue un acto predominantemente proletario cu­yo contenido principal fue el ataque a Calabró, cabeza por ese enton­ces de los planteos golpistas. Isabel demostró, pese a todos los con­dicionamientos, su voluntad de seguir resistiendo al golpe. La masa obrera fue adquiriendo la idea de que se avecinaban momentos decisivos.
Las alianzas que debieron hacer para desplazar a Numa Laplane, y el propio desarrollo de los acontecimientos, fueron gorilizando a los golpistas prosoviéticos, que apenas terminado el acto del 17 de octu­bre, aprovechando la enfermedad de Isabel, pasaron a un nuevo ataque.
Nuestro Partido fue analizando toda esta situación en distintas reuniones del CC y a través de Nueva Hora y fue fortaleciendo su uni­dad con las masas peronistas y con el sector antigolpista y tercermundista de su dirección; y también estrechando las relaciones con la corriente democrática y nacionalista del radicalismo. Simultáneamente subrayamos la necesidad de diferenciar en las fuerzas de la pequeña burguesía radicalizada al jinete (los golpistas prorrusos) del caballo en el que se había montado para lograr sus objetivos (las masas de la pequeña burguesía radicalizada).

La lucha de líneas en el Partido
Fue un período de aguda lucha interna en el Partido. Planteábamos que la batalla antigolpista era parte de una guerra que sería prolon­gada. Parte de una larga lucha antiimperialista que tiene como principales enemigos a las dos superpotencias. Que la importancia de la lu­cha antigolpista, aunque se perdiese, radicaba en que si se lograba que las masas lucharan contra el golpe, estaríamos “en mejores condi­ciones para proseguir la guerra” (Editorial de Nueva Hora N° 190). Criticábamos la línea reformista, vacilante, de permanentes concesiones a los golpistas, del gobierno peronista, y planteábamos, reiteradamente, que si no se destruía el poder del Estado proimperialista y proterra­teniente era imposible evitar el triunfo del golpe.
El Partido sufría una tremenda presión. Los viejos amigos, influenciados por los sectores prosoviéticos, y la pequeña burguesía radica­lizada -incluidas fuerzas autodenominadas “marxistas-leninistas”, co­mo Vanguardia Comu-nista- nos daban la espalda; y los peronistas, que sufrían la infiltración de los prosoviéticos disfrazados de “comunis­tas”, desconfiaban. Los prosoviéticos nos acusaban de “lopezrreguistas”. A los nombres de Riccioti, Winer y Rus-coni se agregarían los de Ana María Cameira, Carlos Polari, David Lesser, Herminia Ruiz, Guillermo Gerini, Patricia Tossi y Mario Susso, nuevos mártires de la lucha antigolpista del Partido. Dirigentes del Partido como Manuel Alvarez (Tucumán) y Luis Márquez (secretario de la JCR de Córdoba) eran secuestrados y nada se sabía de ellos.
El oportunismo de “izquierda”, “izquierdista” de palabra, prosoviético en los hechos, y, por lo tanto, derechista en los hechos, tenía hondas raíces en el Partido y daba rebrotes permanentemente. Era la traba principal que nos impedía llevar la línea antigolpista a las masas.
Al mismo tiempo surgieron manifestaciones de una desviación de derecha. Esta desviación no comprende que en la revolución argentina lu­chan dos líneas: la línea burguesa y la proletaria, y cede la hegemo­nía a la burguesía. El informe del Comité Central de mayo había planteado, con justeza:
“El oportunismo de izquierda recibe estocadas mortales luego del Tercer Congreso y del Comité Central de noviembre. Pero todavía es la principal traba para la aplicación a fondo de la línea política del Partido. Es la desviación dominante.”

Y señalaba luego que:
“al calor de la lucha contra la desvia­ción de izquierda incuba la desviación de derecha.”

El Informe de mayo señaló que mientras el oportunismo de izquierda elige “un balcón para fijar una posición doctrinaria y ver cómo se desarrollan las cosas partiendo del hecho que el proletariado no hegemoniza aun ninguno de los dos bandos que se enfrentan”, el oportunismo de derecha “solo ve la unidad y olvidando la hegemonía abre las com­puertas a la disolución del Partido”. Este último transformaba la consigna antigolpista en una defensa del gobierno de Isabel en gene­ral, y se colocaba así, detrás de las masas peronistas que, si bien estaban dispuestas a defender al gobierno de Isabel frente al golpe, decía el Informe de mayo, “están descontentas con la situación actual y quieren ir hacia adelante, hacia cambios profundos y no superficia­les”.
El Informe de mayo, golpeando centralmente al oportunismo de iz­quierda, golpeo también a los síntomas de desviación de derecha que aparecían. En esa dirección crítico un Editorial de Teoría y Política que había señalado que el avance de las masas peronistas hacia posi­ciones revolucionarias, e incluso su incorporación a las filas del PCR, “no constituye una negación de su experiencia anterior sino una elevación a un plano superior”. Esto, planteó el CC de mayo, era teóricamente erróneo, ya que “es imposible que nada se eleve a un plano superior sin negar parte de lo anterior. Así como los auténticos co­munistas tuvimos que negar críticamente una parte de nuestra experiencia anterior para llegar a nuestras posiciones actuales, así también los peronistas deberán negar críticamente una parte de su experiencia anterior para avanzar a un nivel superior”.
El oportunismo de derecha se manifestó también, en algunos lugares, en la reivindicación de un eje histórico Rosas-Irigoyen-Perón, y en concesiones a la ideología nacionalista-burguesa que menospreciaban la gloriosa herencia revolucionaria del proletariado argentino y ten­dían a ver en la historia, cuando se trataba del proletariado y su partido marxista-leninista, sólo errores y lacras, mientras que éstos, cuando se trataba de la burguesía, eran sólo pequeños lunares.
Posteriormente esta desviación se expresó en la liquidación, en algunos lugares, de las agrupaciones clasistas en el movimiento obrero; en el abandono o menosprecio de la lucha democrática en la Universi­dad y los colegios secundarios; en concesiones a la ideología burgue­sa del peronismo en el trabajo de la juventud, etc. Y también en mu­chas zonas. Esto se demostraba también en el abandono de la lucha para ganar para el antigolpismo, y para el antigolpismo clasista en particular, a los cuerpos de delegados en el movimiento obrero.
En nuestro trabajo universitario fue donde nuestro Partido sufrió la más intensa presión de las fuerzas pequeñoburguesas prosoviéticas. Anteriormente, en momentos de predominio del camporismo, se cedió a esa presión, abandonando la lucha por la Universidad del pueblo liberado, cediendo a las concepciones de la “isla liberada” o la “isla so­cialista”, inscripta en la línea revisionista de la “liberación en tránsito al socialismo”; magnificando la importancia de las reformas logradas en la Universidad y viéndolas más como concesiones que como frutos logrados por la heroica lucha estudiantil desde 1966. Como en ese momento no se había esclarecido a fondo la instrumentación que del movimiento estudiantil y de la Universidad hacía el socialimperialismo con el apoyo de las organizaciones terroristas de la pequeña burguesía radicalizada, se había marchado, durante mucho tiempo, con oscilaciones, a la cola de esas organizaciones, y se había agravado la desviación izquierdista trotskizante. Posteriormente el Partido libró una heroica lucha en la Universidad en la que enfrentamos represión, asesinatos y provocaciones de todo tipo, pero contribuimos a impedir que el estudiantado se incorporase como tropa de choque de los golpistas proimperialistas. En ese combate, teniendo al oportunismo de “izquierda” como enemigo principal, se cometieron en determinados períodos errores de derecha, al menospreciar la lucha democrática en la Universidad, en gran medida por no comprender que la misma era esencialmente antagónica con los golpistas, proyanquis o prorrusos, y por arrastrar una insuficiente integración de la línea general del Partido con la línea en el movimiento estudiantil y la Universidad.
También sufrimos, en muchas organizaciones, una aplicación esque­mática de la línea antigolpista que, si bien enfrentaba a la desvia­ción predominante -el oportunismo de izquierda prosoviético- trans­formaba a la línea, muchas veces, en una caricatura. A veces, ese esquematismo era el producto de un enfrentamiento unilateral, metafísico, al método de pensamiento ecléctico e idealista del izquierdismo prosoviético.
Donde la lucha de líneas fue a fondo, se libró lucha ideológica activa y se practicó la crítica y la autocrítica, el Partido se fortaleció, comprobándose, como señalo el Comité Central en su reunión de septiembre de 1975, la justeza de lo señalado por Lenin: “La lucha de partido da fuerzas y vitalidad a éste”. Luchando por la unidad del Partido éste se fortalece al trazar fronteras nítidas con el oportunismo y el revisionismo, y al depurarse de los elementos oportunis­tas y revisionistas.

El golpe abierto
Noviembre había comenzado con el pedido de juicio político a Isa­bel. Esto reavivó las ilusiones de los sectores burgueses y pequeño-burgueses partidarios del golpe “institucional”. Estos sectores no comprendían que las maniobras “institucionales” a esa altura de los acontecimientos, habiéndose negado Isabel a renunciar o pedir “licen­cia”, eran instrumentadas para desgastar, aislar, y desprestigiar al gobierno peronista, creando las condiciones necesarias para dar el golpe abierto que ya habían decidido como objetivo final los mandos militares golpistas. El 11 de noviembre Nueva Hora denunciaba el montaje del golpe abierto prosoviético y el plan político y económico del mismo. El 24 de marzo de 1976 se verificaría la verdad de la de­nuncia de Nueva Hora del 11 de noviembre y se comprobaría que el plan político y económico del golpe triunfante era el plan político y eco­nómico que se había allí denunciado.
Pero entonces comenzaron a agruparse, simultánea y paralelamente, las fuerzas golpistas y las antigolpistas. Ya el 30 de octubre una Asamblea de 7.000 mecánicos en las puertas de Santa Isabel inició la movilización por la libertad de los dirigentes del gremio detenidos, la restitución del Sindicato a la dirección encabezada por Salamanca, y el levantamiento de la orden de captura a éste. Todo esto unido a la denuncia del peligro golpista. Esta movilización duraría meses y se uniría siempre al combate antigolpista. Al mismo tiempo crecían las organizaciones de los obreros rurales en todo el país, y ganaban las direcciones de los sindicatos de FATRE los obreros antigolpistas que iban coordinando sus fuerzas nacionalmente. Crecía en la UOM el movimiento contra Calabró y se realizaban combativos congresos de de­legados metalúrgicos. Se fortalecían las posiciones antigolpistas entre los ferroviarios, en la carne, y en otros gremios. La Prensa y otros diarios alertaban contra los “soviets” de fábrica. En el movi­miento antigolpista tenían una participación cada vez más destacada las mujeres trabajadoras, especialmente a través de su organización en las barriadas populares.
Nosotros planteamos que no cabían “ilusiones acerca de una evolu­ción parlamentaria y pacífica del actual proceso político nacional”, y que frente al golpe había dos caminos: uno el del triunfo, el cami­no revolucionario; otro el de la derrota, el camino reformista.
La situación en el movimiento obrero se iba radicalizando, El movi­miento obrero era estimulado por la conquista de importantes reformas como las contenidas en la ley de Contrato de Trabajo, y las obtenidas en muchos gremios y fábricas. El salario real llegó en enero de 1976 a ser el más alto desde 1960. Avanzaba el proceso de democratización de los cuerpos de delegados y comisiones internas. Si bien los ele­mentos golpistas hacían grandes esfuerzos por dividir al proletariado, como se demostró en el conflicto entre el SMATA y la UOM, promovido por los elementos golpistas del movimiento sindical, en general iban ganando posiciones las fuerzas antigolpistas.
En esa situación los elementos prosoviéticos comenzaron a desespe­rarse. Si no pudieron conseguir un “Bordaberry”, es decir una Isabel semejante a un Bordaberry, un títere que les permitiera manejar a su antojo al gobierno, tampoco pudieron conseguir un peronismo dispuesto a permitir que el Partido peronista fuese vaciado a favor de los prosoviéticos. Hasta marzo las fuerzas prosoviéticas, que tenían in­fluencia predominante en la cúpula militar que preparaba el golpe abierto, trataron de lograr que Isabel se entregase, y entregase el apoyo del peronismo para una salida “institucional” que les permitiera hacer el trabajo sucio sin ensuciarse las manos. Pero no lo lograron. El golpe “institucional” ya era una mera promesa demagógica para los grupos burgueses y pequeñoburgueses, vacía de realidad. El P“C” apu­raba el desenlace diciendo: “no se puede esperar”, “el lopezrreguismo trata de levantar cabeza desafiando a las Fuerzas Armadas”, “también cuenta con la adhesión de grupúsculos maoístas” (Informe de Arnedo Alvarez a la Octava Conferen-cia Nacional del P“C”).
Al mismo tiempo el gobierno era incapaz de movilizar a las grandes masas contra el golpe, y fundamentalmente, era incapaz de atraer a su lado a grandes sectores de las capas medias. El proletariado iba quedando aislado. La política reformista de Cafiero consistía en “echar­le agua a la sopa” -como señalamos entonces- acelerando la inflación y, por lo tanto, creando las condiciones que en definitiva iban a de­jar al gobierno, y al país, a merced de la grave crisis económica. Una de las más graves y prolongadas crisis económicas de la historia argentina.
Ya en ese entonces los golpistas proyanquis, y los no subordinados a los soviéticos, concientes de no tener la hegemonía del movimiento golpista, le pisaban los talones a los golpistas prosoviéticos. El paro de gran parte del comercio y la industria disciplinándose a las directivas de la APEGE (organización patronal que había roto con la CGE) fue prueba de esto. Como diría después del 24 de marzo el P“C”, los pinochetistas “presionaron para precipitar el golpe aunque no prevalecieron en él.”
Los elementos “pinochetistas” adelantaron su jugada el 18 de di­ciembre con el golpe de Capellini. El sector prosoviético en las Fuerzas Armadas, presionado así por los “pinochetistas”, fijó fecha para el golpe abierto. En ese momento organizaciones terroristas pequeñoburguesas intentaron el copamiento de una unidad militar en Mon­te Chingolo, sufriendo una dura derrota y feroz represión, que fue utilizada por el videlismo, debilitado por el golpe de Capellini y el paro general del día 22, para fortalecer sus posiciones golpistas.
Nuestro Partido jugó un rol importante en la denuncia del golpe de diciembre y en la movilización antigolpista de las masas, demostrando que había aprendido de la crisis de junio a moverse con flexibilidad. Con rapidez nos ubicamos a la cabeza del combate antigolpista, promo­viendo la unidad contra el golpe y aprovechando la contradicción en­tre el sector de Capellini y el de Videla para movilizar a las masas y golpear a los golpistas “pinochetistas” que habían sacado la cabeza. Lo más importante de esos acontecimientos estuvo dado por el paro ge­neral del día 22 de diciembre que paralizó por una hora a todo el pa­ís. En ese paro tuvieron un papel destacadísimo los cuerpos de dele­gados que llegaron, en algunos casos, a paralizar las fábricas al margen de la decisión de muchos sindicatos, que vacilaron, o quedaron paralizados, por las posiciones golpistas hegemónicas en las direccio­nes de muchos de ellos.
En ese período se realizó un Consejo Nacional de Centros de la FUA que tomó posiciones antigolpistas muy importantes para el conjunto del movimiento popular. Aunque no se había logrado hasta ese momento movilizar al estudiantado en la lucha antigolpista, sí se había logrado neutralizarlo como fuerza al servicio de los golpistas.
Los días 1 y 2 de enero de 1976 sesionó un importante Comité Cen­tral del Partido que realizó valiosos aportes a la elaboración de la línea antigolpista y al ajuste de la línea general partidaria; más aún si se tiene en cuenta que en septiembre, y en noviembre, el Partido había realizado dos importantes reuniones del CC en las que se ha­bían ido precisando, en gran medida, nuestra línea y, sobre todo, nuestra política de alianzas. Este CC de enero define con claridad lo que habría de llamarse, después, la “tercera fuerza”. Así se deno­minó a una fuerza nacionalista y antiimperialista, opuesta tanto al imperialismo yanqui como al socialimperialismo ruso, fuerza que si bien era nueva y débil, y estaba desunida, crecía constantemente en el pa­ís, y estaba destinada a ser en el futuro una fuerza decisiva en la lucha liberadora.

Golpe – antigolpe: las dos trincheras de la política nacional antes del 24 de marzo
A partir del golpe del 18 de diciembre fuimos acentuando no sola­mente el dramatismo de nuestros llamados antigolpistas y nuestra con­vocatoria a la lucha antigolpista, sino también nuestra crítica a la posición reformista y vacilante del peronismo, que era incapaz de reagrupar las fuerzas necesarias para derrotar a los enemigos que se preparaban para golpear al gobierno. Insistimos permanentemente en que mientras a Capellini se le daba un trato privilegiado en la cárcel, y se premiaba a Mujica y a otros golpistas, se mantenía en condiciones inhumanas a los presos detenidos en las cárceles como rehenes de las propias fuerzas golpistas.
Al mismo tiempo el Partido comenzó a levantar con más fuerza la exigencia de armamento del pueblo, como una necesidad para poder derrotar a los golpistas.
El día 12 de enero, como demostración del crecimiento de las fuer­zas a las que nos estamos refiriendo, se realizó una Asamblea obrera en Santa Isabel (Córdoba) con la presencia del ministro de Gobierno de la provincia. En esa asamblea los obreros hicieron críticas al Tercer Cuerpo del Ejército por no haber concurrido, como se había so­licitado, a una Asamblea de fábrica para dar explicaciones sobre la detención de los dirigentes del SMATA (Córdoba) y la orden de captura a Salamanca y otros compañeros. Posteriormente la concurrencia de u­na delegación de la inter-fábrica del SMATA Córdoba a la multisectorial y su censura a la convocatoria divisionista de la “Mesa de Gre­mios en Lucha” (organización controlada por la izquierda prosoviéti­ca) a una marcha de silencio por los desaparecidos, iba a ir demos­trando que en la escena política nacional comenzaba a levantarse un gigante, el único que podía estar en condiciones de tomar en sus ma­nos la conducción de la lucha antigolpista y de la lucha liberadora.
Los meses de enero y febrero fueron meses tensos, donde los golpistas volvieron a tratar de instrumentar al movimiento obrero, aprove­chando el descontento suscitado por las medidas económicas del plan Mondelli. Pero esta vez el movimiento obrero y nuestro propio Parti­do, que habían pasado por la dura enseñanza de los meses de junio y julio, continuaron luchando, e incluso intensificaron el combate por sus reivindicaciones salariales, uniendo a éste la lucha por una solución popular para la crisis, sin permitir que su lucha fuera instru­mentada por los golpistas.
Incluso en una serie de lugares en donde nuestro Partido había es­clarecido a las masas, los golpistas iban a sufrir graves derrotas en las asambleas de fábricas, como sucedió en Berisso y Ensenada, demos­trándose que los planteos golpistas iban siendo derrotados en las ma­sas obreras.
El 6 de marzo, Isabel y el sector nacionalista del peronismo gana­ron el Congreso del Partido peronista, e Isabel, en el acto de clausura, llamó a la unidad patriótica contra el golpe de Estado, alertando que se avecinaban horas dramáticas para el futuro de la patria y el pueblo.
Los golpistas intentaron una última maniobra: la renuncia de Isa­bel a la candidatura y la imposición de un candidato prosoviético -se trataba de Orfila, el actual Secretario General de la OEA- para per­mitir un tránsito relativamente indoloro a la dictadura cívico-mili­tar que ellos propugnaban. Pero ya era tarde para todos estos enjua­gues, dada la resistencia creciente de las masas obreras y la resistencia de Isabel, el peronismo y gran parte del radicalismo, a esas maniobras.
Las fuerzas golpistas tenían ya prácticamente el control no sólo del poder sino de la mayoría del gobierno, e iban imprimiendo al país un curso acelerado que desembocaría en el golpe de Estado. “Rastri­llos” y operativos antisubversivos cubrían el país, poniendo a punto el operativo militar golpista. Estimulaban el desabastecimiento y la inflación. En esos momentos Isabel se desprendió de Cafiero y otros ministros que apoyaban la maniobra de Orfila. Fue justo que nuestro Partido se mantuviese, como hizo, en el apoyo a esta decisión del go­bierno, pese a la gran presión que sufrimos; ya que los hechos demos­traron que Cafiero y su sector, que anteriormente habían tenido una actitud de conciliación con los golpistas prosoviéticos durante la crisis Laplane-Videla, trabajaban para una candidatura sin Isabel, coincidiendo, objetivamente, con las fuerzas prosoviéticas.
Al mismo tiempo nuestro Partido iba radicalizando el tono de las críticas. En el peronismo era evidente que las posiciones más duras frente al socialimperialismo y a los golpistas eran las del sector que encabezaba Isabel -como se había demostrado en la posición frente al contrato con ALUAR, en la decisión de no indemnizar a los dueños de la Italo, en la decisión de retomar el gobierno el 17 de octubre, en el período de enfermedad de Isabel luego de esa fecha, y en muchos hechos más-. Pero esas posiciones eran minoritarias en el Partido y en el Movimiento peronistas, ya que en las otras corrientes que acep­taban su liderazgo pero respondían a otros sectores peronistas, predominaba una línea conciliadora e ilusiones en las negociaciones con los golpistas prosoviéticos. Señalamos entonces que nosotros no nos oponíamos a las maniobras y a las concesiones. Pero que se no se im­pulsaba, fundamentalmente, la lucha y el enfrentamiento a los golpis­tas, con concesiones y maniobras no se iba a impedir el triunfo del golpe de Estado.
En ese momento en el Partido la lucha también era muy aguda. Mu­chos compañeros decían que Isabel “ya se había entregado”. O que “el golpe ya había pasado”. Esta era una posición incorrecta. Al mismo tiempo otros compañeros, presionados por las ilusiones creadas por los elementos prosoviéticos, creían que inexorablemente se iba a lle­gar a un proceso electoral y que no habría golpe abierto. Ambas posiciones, tanto las que planteaban que Isabel se había entregado y que el golpe ya se había dado, como las posiciones que creían que se iba a llegar a un desemboque electoral, subestimaban, por un lado, las posibilidades de resistencia al imperialismo de la burguesía nacional y la posibilidad de alianza con ella, y, por otro lado (sobre todo en quienes creían en el desemboque electoral) demostraban que todavía albergaban ideas equivocadas, e ilusiones, sobre el socialimperialismo soviético, por cuanto se creía que éste era incapaz de ser propulsor de un golpe abierto de carácter fascista como el que en definitiva habría de triunfar.
También como expresión de fuertes resabios revisionistas, muchos compañeros creían que al golpe se lo podía parar con una simple mani­festación de masas; aunque estas masas no tuviesen fusiles. Por eso creyeron el 24 de marzo en un levantamiento espontáneo de las masas. Nueva Hora alertó durante meses que no se pararía el golpe sólo con actos de masas y huelgas pacíficas, que era preciso armar y organizar a las masas para la lucha abierta.
Posteriormente también se había de plantear que fue equivocada la consigna del Partido “Otro 55 no pasará”, y que se debió haber mante­nido la consigna “Otro 55 no debe pasar”. Pero el Partido no es un observador desapasionado de la realidad. El Partido lucha por trans­formar la realidad y por ayudar a hacer avanzar la experiencia de las masas, aunque una determinada lucha esté destinada a perderse; como hicieron Marx y Engels con la Comuna de París; Lenin y los bolchevi­ques durante la revolución de 1905; y los comunistas españoles con la consigna “El fascismo no pasará”.
La posición antigolpista abrió una perspectiva para que los mejo­res elementos del proletariado avanzasen desde el punto de vista de su conciencia revolucionaria, evitando la falsa opción de luchar por sus reivindicaciones y ser usados por los golpistas, o no luchar y defender incondicionalmente a un gobierno cuya política no les satisfa­cía plenamente.
La posición antigolpista de nuestro Partido demostró que una posi­ción justa de frente único antiimperialista es la única capaz de permitir avanzar al frente único en la clase obrera. El Partido pudo avanzar en forma importante, en ese período, en el seno del proletariado industrial y rural; y se fortaleció la unidad del proletariado, prin­cipalmente entre comunistas revolucionarios y peronistas. El Partido perdió, en ese período, amigos en la pequeña burguesía. Esto fue malo. Pero ganó, en cambio, muchos amigos en las masas explotadas. El Partido fue aprendiendo, al dirigir a las masas en la lucha contra el ene­migo, a “tener en cuenta el todo, pensar en función de la mayoría y trabajar junto con los aliados” (Mao Tsetung). Levantamos las bande­ras de la independencia nacional frente al imperialismo que más nos amenazaba y las banderas de las libertades democráticas frente al gol­pe fascista.
El Partido habría de crecer políticamente a escala nacional, tanto cuantitativamente como cualitativamente, con su posición antigolpista. A partir de la defensa apasionada de la trinchera antigolpista, demos­tró que es un partido en condiciones de transformarse en la vanguar­dia real, marxista-leninista, del proletariado argentino. El informe sobre las Tareas de organización del Partido, aprobado por el Comité Central de marzo de 1976, recogió esta realidad, y golpeando al administrativismo como traba principal para que el Partido cumpliera con sus objetivos, definió una línea general organizativa.
El 24 de marzo de 1976 el triunfo del golpe de Estado demostró que la denuncia insistente de nuestro Partido había sido correcta. El 24 de marzo de 1976 triunfó en la Argentina un golpe de Estado abierto que impuso a una dictadura fascista; y ese golpe fue hegemonizado por los sectores prosoviéticos. Como señalo el dirigente del falso P“C” Orestes Ghioldi: “El imperialismo de los EEUU… ha debido admitir -contra su práctica- el tipo diferenciado de este golpe de Estado porque no estaba maduro el Pinochetazo”.

Las causas del golpe del 24 de marzo
¿Cuáles fueron las causas del golpe del 24 de marzo? Ellas radi­can, fundamentalmente, en la subsistencia de la dependencia al impe­rialismo y del latifundio, teniendo presente que cuando se habla de latifundio, en la Argentina, se habla de la propiedad por un puñado de familias y sociedades anónimas de decenas, e incluso en algunos casos de centenares de miles de hectáreas. Por consiguiente, esas cau­sas radican en la subsistencia del control de las palancas claves del Estado y de la economía, por parte de los terratenientes y de los grandes capitalistas, testaferros y agentes del imperialismo. Unidos como la sombra al cuerpo, terratenientes e imperialismo, han frustra­do desde hace más de un siglo toda posibilidad de desarrollo indepen­diente para el país, y han impuesto tremendos padecimientos a nuestro pueblo.
El desarrollo de la economía nacional, el mejoramiento social de las masas, y la democracia, son una utopía sin la destrucción del la­tifundio y sin la liberación del imperialismo.
Por eso era una utopía el proyecto peronista de reconstruir al pa­ís para luego liberarlo; ya que era preciso liberarnos del imperialismo y de los terratenientes para poder luego reconstruir el país en beneficio de las masas populares.
El imperialismo, los terratenientes, la gran burguesía intermedia­ria, son los responsables del golpe de Estado del 24 de marzo y de la dictadura entreguista y fascista que allí se impuso. Ellos deberán, en su momento, rendir cuentas al pueblo por este nuevo crimen cometi­do contra él.
Pero las fuerzas políticas populares deben reflexionar sobre lo sucedido.
El programa de “reconstrucción en paz” del peronismo ha fracasado. Aceptó el gobierno condicionado por los compromisos que le impuso el lanussismo prosoviético y proterrateniente. Debió aceptar el programa económico de Gelbard y a éste como ministro, el Pacto Social, la firma de los “cinco puntos” por el generalato, e incluso, inicialmente, al vetar la dictadura lanussista la candidatura de Perón, debió acep­tar la candidatura presidencial de Cámpora. Aunque el peronismo fue más duramente antiimperialista cuando pudo desprenderse, en parte, del abrazo de los prosoviéticos, y argentinizó la Standard, Siemens, Ita­lo, la comercialización de combustibles, e incluso aplicó entonces medidas más favorables a los obreros y a los campesinos pobres y medios, en general siempre buscó sólo limitar al imperialismo y a los terratenientes por medio de reformas. Ese camino, que ya había fracasado en 1916-1930, en 1946-1955, en 1958 y en 1963-1966, volvió a fracasar ahora.
El radicalismo no enfrentó al golpe. La mayoría de sus dirigentes especuló con el debilitamiento de su opositor electoral, el peronismo, y en definitiva quedó, como éste, prisionero de los militares golpistas.
Pero, de fondo, la gran responsabilidad por el golpe, en el campo popular, es la de los dirigentes de aquellos sectores prosoviéticos, o influenciados por éstos, que sembraron la idea de asociarse a los rusos para liberarse de los yanquis. Son los grandes responsables porque los sectores prosoviéticos controlan, desde 1971, en forma cre­ciente, las palancas claves del poder. Ellos son los inventores del “camino no capitalista de desarrollo”, de la “liberación en tránsito al socialismo”, y de toda la variedad de fórmulas pacifistas y revi­sionistas que llevaron al desemboque sangriento del 24 de marzo en su propio beneficio, es decir, en beneficio fundamentalmente de los terratenientes y los grandes capitalistas ligados al socialimperialismo soviético.
La pequeña burguesía radicalizada fue utilizada por esos dirigen­tes en beneficio de los terratenientes y la burguesía prosoviética. Ya había sido instrumentada desde 1971 por esas mismas fuerzas para abrir el camino al desemboque condicionado del 25 de mayo de 1973. Ahora fue la punta de lanza, la fuerza de choque terrorista, del socialimperialismo soviético y sus socios nacionales.
El proletariado dio grandes pasos desde 1969 hasta marzo del 76. Pero no tenía fuerzas para hegemonizar una alianza revolucionaria que conquistase el poder y aplastase a las clases reaccionarias. Quería avanzar pero con Perón al frente. Creía que así se ahorrarían sufri­mientos y sangre. Tenía ilusiones en Perón; pero sobre todo se aferraba a Perón y al peronismo, que seguía siendo la principal fuerza electoral, sindical y política del país, para evitar un camino violento. “Si esto no lo arregla Perón no lo arregla nadie”, pensaban muchos obreros en 1973. La mayoría del proletariado quería ensayar de nuevo el camino por el que logró numerosas conquistas; camino que se había frustrado en 1955. No sólo Perón y el peronismo veían las cosas de una manera. También las masas las veían en forma confusa, veladas por ilusiones pacifistas y reformistas. Aspiraban luego de las grandes luchas del 69-72, que habían coronado muchos años de duros combates, a ir más lejos que adonde quería ir Perón. Pero no se atrevían aún avanzar sin él. Era común escuchar en las fábricas a fines del 73 y principios del 74: “Hay que darle tiempo al General”. Y más tarde, poco antes de la muerte de Perón se decía: “¿Qué pasa si el General se va o se muere?” En cuanto a su partido marxista-leninista, estaba lejos de ser un partido enraizado en las masas. Recién sanaba de sus enfermedades infantiles. Había hecho pie, en forma reciente e insegu­ra, en el sector más avanzado del proletariado industrial pero esta­ba lejos, incluso, de ser conocido por las grandes masas obreras. Y en cuanto al campesinado pobre, el gran aliado revolucionario del proletariado, aún estaba dirigido nacionalmente, al igual que el campesinado medio, por el campesinado rico; esto era así, incluso, en la ma­yoría de las ligas agrarias.
Así que las raíces del golpe del 24 de marzo fueron las mismas, o semejantes, a las de los golpes anteriores.
Pero este golpe tuvo algo de nuevo. Fue el papel que jugó en él un nuevo imperialismo: el socialimperialismo soviético. Y éste era hegemónico en el golpe, no por habilidad de sus agentes, o por su capaci­dad para aprovechar el odio antiyanqui. Era hegemónico porque había hundido profundamente sus raíces en la economía nacional (de la que controlaba resortes esenciales o tenía enorme peso, como en aceros especiales, aluminio, petroquímica y química, metalurgia, astilleros, carnes -de donde había desplazado a yanquis e ingleses-, caucho, electrónica, petróleo, construcción, madera, vitivinicultura, azúcar, fruticultura, alimentación, textiles, energía, finanzas, comercio, gana­dería, grandes intermediarios del comercio agrícola-ganadero, etc.), y había penetrado profundamente en el Estado (sus amigos dirigían el Ejército desde 1968, cuando el General Lanusse fue designado Comandante en Jefe).
El socialimperialismo soviético había sufrido golpes duros en Chi­le, Bolivia, Uruguay y Brasil. Corría el riesgo de perder su princi­pal base de apoyo en el Cono Sur de América, en momentos en los que se agudizaba su disputa mundial con el imperialismo yanqui y acababa de hacer pie en el Atlántico Sur, a través de mercenarios, en Angola. El socialimperialismo ruso había fortalecido sus posiciones bajo la gestión de Gelbard, pero su rapacidad y voracidad no se habían reducido por esto. Al contrario. Como todo imperialismo joven y relativamente inferior en fuerzas a los imperialismos que quiere desalojar, demostraba un apetito insaciable.
Pero tropezaba con una fuerza burguesa de carácter nacional -el peronismo- que quería aprovechar el control del gobierno, y el apoyo de las masas, para desalojarlo de sus posiciones y subordinarlo, aprove­chando el extraordinario peso que tiene en la Argentina la economía estatizada (740 empresas de las que 50 se encuentran entre las 200 de mayores ventas en el país, y cuya participación en la inversión bruta fija oscila entre el 20 y 30%. El sector estatal participa en el ba­lance financiero de la economía nacional en un 50%). Esta fuerza burguesa le disputaba la alianza con monopolios nacionales, europeos, e incluso yanquis, y con la burguesía nacional de otros países latinoamericanos; y amenazaba con expropiarle empresas en su poder, o asociadas a él, como ALUAR, Italo, empresas de Bunge & Born, etc. Tropezaba, también, con el peligro de un proletariado y un pueblo combativos, con fuerte conciencia antiimperialista, que avanzaban en su clarifica­ción y organización, y escapaban a las posibilidades de su control por los jerarcas sindicales prosoviéticos.
La resistencia del peronismo a los planes golpistas superó las previsiones de los estrategas del socialimperialismo. Habían subestima­do a Isabel y a la fuerza política que representa, y eso, en determi­nados momentos, los encegueció.
Pero además tropezaron con otro “imprevisto”: la resistencia del partido marxista-leninista del proletariado, el PCR, al que ellos ha­bían dado por muerto hacía mucho. La lucha antigolpista de nuestro Partido le costó caro al socialimperialismo, porque, debido a ella, fue desenmascarado ante grandes sectores populares y sus planes se dificultaron grandemente. Esto se unió a una activa y amplia denuncia del carácter del socialimperialismo soviético, a lo que contribuyó mucho el libro del camarada Echagüe El otro imperialismo, y a la denuncia en concreto de su penetración en la Argentina. Este es un mérito histórico de nuestro Partido, que forjó, en esa lucha, lazos de san­gre con otras fuerzas patrióticas.
Por ello se complicaron los planes golpistas del socialimperialis­mo y de sus competidores yanquis.
Pero el socialimperialismo, haciendo concesiones, podía aliarse para el golpe con empresas yanquis del sector conciliador con la URSS, con las que ya se había asociado en negocios como la exportación a Cuba de automotores; o con empresas yanquis asociadas en negocios con sus testaferros desde mucho tiempo atrás; o interesadas en recuperar bienes expropiados por el gobierno peronista (ITT, Standard Oil, etc.); o con fuerzas proyanquis interesadas en impedir un foco tercermundista en América del Sur. Aunque luego, en una segunda vuelta, debiesen enfrentarse para dirimir entre ellos la hegemonía en el poder. Podía además atraer a la mayoría de la clase terrateniente, en la que exis­tía una fuerte corriente asociada desde hacía mucho al socialimperia­lismo, y donde había creciente disgusto por la política reformista del peronismo, temor por el crecimiento de la organización del prole­tariado rural (que imponía en muchas estancias y explotaciones rura­les la jornada de 8 horas, la organización por estancia y otras con­quistas), y por las concesiones al campesinado pobre de algunas regiones. Tanto los terratenientes como un gran sector de la burguesía estaban ansiosos de “orden”, aterrorizados por los “soviet” de fábrica, y por el auge del terrorismo de “derecha” y de “izquierda”; y estaban ilusionados en el comercio con la URSS, que había sido el principal cliente de nuestras exportaciones en 1975. También existía una pode­rosa corriente golpista en el campesinado rico y medio y en la burguesía y pequeña burguesía urbanos; corriente que crecía por la impoten­cia de la política reformista del peronismo para aliar esos sectores contra el golpe.
Volcada así la correlación de fuerzas, era seguro que los monopo­lios europeos, la Iglesia, y otros sectores, apoyarían también, en última instancia, el golpe de Estado; y que el sector duro de los yan­quis -el sector antisoviético- se cuidaría mucho de ir a un enfrentamiento en el que podría perder para siempre sus posiciones en la Ar­gentina y encender un conflicto imprevisible en América del Sur.
Así fue posible el triunfo del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.